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El recato selvático de Camboya




P HNOM PENH, Camboya.- Pensar en Camboya es meditar acerca de la grandeza y el desconsuelo. De esta manera, un viaje a ese país del sudeste asiático motivará a la vez regocijos y penas. Gozo por el esplendor de los templos de Angkor, que brillan en medio de la selva y constituyen uno de los logros arquitectónicos más sobresalientes de la humanidad. Dolor por el genocidio de más de un millón de camboyanos que llevó a cabo el régimen del Khmer Rouge y su líder, Pol Pot, entre 1975 y 1979.
Breve pero intenso y, ante todo, movilizador. Una visita a Camboya se cuenta dentro de esos viajes que no se pueden olvidar, que están impresos en la memoria con tintas inmunes al paso del tiempo.
Es breve porque las tensiones políticas impiden recorrer el país en su totalidad. Sin embargo, los templos de Angkor, que están abiertos al turismo desde 1991 después de dos décadas de aislamiento, son la meta más preciada de un recorrido por el país.
Lo que hoy se conoce con el nombre de Camboya es el Estado sucesor del antiguo imperio Khmer que, entre los siglos IX y XIV, controló, además, las tierras que actualmente corresponden a Tailandia,Vietman y Laos.
Durante ese período se construyó la ciudad de Angkor, que cuenta con más de mil monumentos extendidos en un área de 100 kilómetros cuadrados.
Desde el siglo XVI, los khmers llamaron a su país Kampuchea, nombre derivado de la palabra Kambu-ja, que significa aquellos nacidos de Kambu, una figura de la mitología india.
Aunque los ingleses, que la llamaban Cambodia, o los franceses, Cambodge, no se adaptaban al nombre Kampuchea, el líder del Khmer Rouge insistió en que el mundo conociera a su país con ese nombre.
Por eso hoy, luego de los crímenes cometidos por el régimen de Pol Pot, cuya intención era convertir al país en un Estado maoísta, el nombre Kampuchea permanece archivado, ya que tanto los occidentales como los khmers en el exilio lo asocian con una época oscura.
La gran mayoría de turistas llega a Camboya en avión. Desde Bangkok, en Tailandia o Ho Chi Minh (Saigón), en Vietman. Sin embargo, mirando las distancias en el mapa se advierte que sería mucho más fácil sortear los 150 kilómetros que separan la capital tailandesa del límite con Camboya por tierra. Pero, debido a los constantes disturbios provocados por distintas facciones del Khmer Rouge, esa frontera permanece cerrada.

Las contradicciones que atraen

No importa desde dónde uno arribe, apenas se baja por la escalera del avión, el país se descubre con todas sus contradicciones. Una inmensa foto del rey Norodom Sihanouk vela el camino que se recorre a pie entre la nave y el aeropuerto de Ponchentong.
Después de un rápido trámite de migraciones, que ofrece la posibilidad de obtener ahí mismo la visa por un mes, previo pago de US$ 20, taxis y motos (con chofer) esperan para trasladar al visitante al centro de la ciudad.
En tanto que la burocracia es una constante en cualquier recorrido por Asia, es útil resolver cuanto antes la forma de llegar a Siem Reap, el pueblo más cercano a los templos de Angkor.
Las opciones son básicamente dos: en avión o en barco. Si bien es cierto que por aire el viaje dura apenas cuarenta minutos, el paisaje pasa en un abrir y cerrar de ojos, sin tiempo para digerir la espesura de la selva.
Sin duda más romántica, aunque muy lenta, la alternativa de realizar la jornada en barco por el lago Tonlé Sap seduce a los viajeros más jóvenes, volcados, acaso por eso, a vivir la aventura. Si el medio elegido es el barco, es preciso volver a optar entre distintos navíos: speed (veloz) medium (mediano) y slow (lento), que realizan el trayecto en 6, 12 y casi 20 horas, respectivamente.
La decisión depende del tiempo de cada uno, pero las tres son interesantes y proponen un acercamiento a los pueblos flotantes que recalan en las riberas.
Igual que en otros viajes en barco, en éste también el balanceo suave de la nave acurruca los pensamientos y promete calma. Siempre y cuando no se vislumbre una tormenta en el Tonlé Sap. Si así fuera, más que acurrucar, sacudirá y desde las pequeñas ventanas se podrá ver una oscuridad casi absoluta, aun en pleno día. Desde la cubierta se divisan los campos de arroz, que encuentran terrenos fértiles en las orillas del lago. Cerca de los poblados hay canoas que cruzan, cargadas, los canales. Llevan verduras, pescado y frutas a algún mercado de otra aldea. Posiblemente los dueños, que viajan apretujados entre la cosecha, no reciban dinero por su producción, sino otras mercancías que ellos no tienen. La economía de Camboya es una de las menos desarrolladas del sudeste asiático. Está basada en la producción de arroz y caucho, ambas sujetas a las variaciones climáticas y a las fluctuaciones de precios del mercado internacional.
El barco más rápido hace sólo una parada de pocos minutos en un control militar. Ni bien se apaga el motor, decenas de chicos se acercan y ofrecen un extraño manjar a los turistas. Es arroz dulce contenido en un trozo de caña de azúcar que se abre y está listo para comer. Sin necesidad de cuchillo ni tenedor.
Las escenas de pesca son habituales en el Tonlé Sap. Desde sus piraguas talladas en troncos de árbol, con sombreros que esconden los rostros del sol intenso, los nativos arrojan, con arte, sus grandes redes que les devolverán la fuente más importante de proteínas en su dieta, los peces de agua dulce.
La llegada a Siem Reap es gloriosa y desordenada. Desde lejos se ve una multitud de locales que se amontonan en el pequeño puerto. A medida que la nave se acerca se distingue que portan pancartas escritas con gruesos trazos. Ya casi en el amarradero, cada viajero advierte que su nombre está escrito en los letreros. Evidentemente no es magia, sino business, como los hombres llaman a sus trabajos. Los que se encargaron de vender los pasajes en barco (en general se compran en hoteles) les pasaron inmediatamente el nombre de los turistas a bordo a otros dueños de hoteles en Siem Reap. En cierta forma puede entenderse como un servicio al cliente, porque debido a la gran necesidad de captar viajeros, el trayecto de 15 km desde el puerto hasta el hotel elegido es sin cargo.
Durante el rato que sigue, se sentirá el calor rabioso y los más perceptivos entenderán la cercanía de la selva.

Siem Reap, a pasos de las ruinas

En general los hoteles son casas de dos pisos, construidas en madera. Tienen un terraza amplia, con bancos y ventiladores que ahuyentan la brisa cálida, dispuesta a filtrarse por todas las hendijas. Esa galería- lugar agrupa a los viajeros que se reúnen a compartir experiencias y nuevas o viejas rutas.
Para recorrer Angkor es preciso hacerlo como mínimo en tres días. De lo contrario habrá que correr con 40° C o perderse sitios impresionantes, ya que los mejores templos están alejados unos de otros. También por esa razón es preciso contratar un transporte para los días que dure el circuito por las ruinas. La mayoría de los turistas que no lo hace en un tour organizado se vale de los choferes en moto. Se trata de jóvenes sin trabajo que alquilan una moto para llevar y traer turistas entre Siem Reap y Angkor.
Como es un país tropical, el día comienza muy temprano, cuando todavía es de noche.
Los choferes pasan a buscar a los viajeros y es probable que sean las 4.30 y en la puerta del hotel se escuche un alboroto propio del mediodía.
Mientras el pueblo despierta, la moto se aleja con su rugido hacia la selva. Todavía está oscuro y el control de las entradas se hace con linternas. Cada tanto, Chou Chnmang, el chofer, señala algo. A veces, su indicación es comprensible, cuando su índice apunta a un mono que se desliza entre lianas en la penumbra del amanecer, por ejemplo. Otras, la falta de comunicación es un obstáculo insalvable y sus observaciones no tienen eco. Como el lugar resulta inabarcable, es importante pautar circuitos que incluyan los templos que uno anhela visitar.
La ciudad de Angkor tuvo su origen hace mil años, cuando el rey Jayavarman II, gobernante del imperio Khmer entre el 802 y el 850 d. C. comenzó su construcción. A diferencia de los arquitectos de este lado del mundo, los sabios khmers no talaron la selva para levantar los templos. Muy por el contrario, se adaptaron a su forma caprichosa y la rodearon. Así, conservaron la sombra poderosa y tan necesaria, considerando el clima y la latitud.
Angkor se erigió alrededor del templo de Phnom Bakeng, situado en la cima de una colina que, de acuerdo con la cosmología hindú, se trataba del monte Meru, símbolo de la mitad del mundo y la casa de los dioses. De esta manera, si bien los monumentos impresionan ya desde la perfección arquitectónica, su disposición obedece a un complejo microcosmos del universo.
Lo que cada uno siente apenas la moto se detiene frente a Angkor Wat es, justamente, muy personal. Pero podría adelantar que tiene que ver con un cosquilleo que se experimenta en el cuerpo ante una belleza tan serena y antigua.

Maravilla arquitectónica

Si bien es erróneo pensar que Angkor es solamente Angkor Wat, es cierto que se trata del monumento más grande, mejor preservado y perfecto en la composicion, balance, proporciones, relieves y esculturas que lo integran.
Mientras se recorre el sendero que cruza el gran foso, se ve el perfil de las torres elegido como alegoría para la bandera nacional.
Para entender a Angkor es preciso imaginar un pasado sublime, rico y una civilización que además de tener excelentes trabajadores se lució por sus artistas. Un concepto recurrente en Angkor, sin duda relacionado con el arte, la belleza y la femineidad, es el de apsara. Las apsaras eran ninfas celestiales, hermosas bailarinas de los cielos, divinidades que aún parecen danzar, sensualmente, desde las paredes de los templos. La Galería de los Mil Budas, el Hall de los Ecos, los pasillos esculpidos con bajos relieves infinitos, cada uno de los espacios hay que pensarlo en un contexto de procesiones triunfales, reyes, dioses y una mitología cargada de historias fantásticas.
Cada tanto es bueno hacer un descanso y, bajo alguna sombra, disfrutar de algo fresco. Para recordarlo hay mujeres y niños que no dejan de gritar: ¡Cold drinks, cold drinks, madame, sir! Esa intervención no es momentánea, sino que se convierte en un murmullo constante, casi en la banda sonora de un viaje a Camboya. Las mujeres se visten con sarongs de colores y llevan doblada sobre la cabeza una suerte de gran bufanda de algodón o kramas. Así soportan mejor el calor. De todo lo que llevan puesto, siempre tienen reservas para vender. Remeras con los templos o las apsaras; sarongs de seda, café, choclo, huevo duro o sopa china. De todo y en cantidad. Frente a cualquier monumento, aunque sea alejado, los nativos instalan precarios stands de venta.

Cuando los dioses ríen

La sonrisa del Bayon también es un símbolo y está situada justo en el centro de la ciudad de Angkor Thom. Compuesto por 49 torres, el monumento deslumbra por las 172 caras sonrientes de Buda. Se llega en moto, luego de atravesar un bosque cerrado que regala imágenes de nativos, en pleno trabajo, monjes peregrinando y monos saltando por las ruinas.
De color naranja profundo, las túnicas de los monjes budistas contrastan vivamente con la piedra gris. Lejos de ser una atracción turística, los templos constituyen un hito desde el punto de vista religioso para los monjes camboyanos, que se muestran sonrientes y muy dispuestos a compartir un diálogo de palabras y señas con los turistas.
Hace poco más de un siglo, la ciudad de Angkor permanecía oculta tras la cortina de la jungla. En 1860, luego de la publicación de Voyage à Siam et dans le Cambodge , un libro en el que el naturalista francés Henry Mouhot contaba sus viajes, Europa se interesó por esta capital perdida y encaró un extenso programa de investigación y recuperación de monumentos que todavía está vigente. En efecto, bajo el auspicio de distintas organizaciones internacionales como la Unesco, se están realizando obras para evitar que la selva destruya este legado del imperio Khmer.
Para entender el poder de la selva, la fuerza salvaje de las raíces que amenazan esta obra de arte, hay que llegar a Ta Prohm.
A diferencia de otros templos, Ta Prohm no fue tocado por los arqueólogos e investigadores franceses. Permanece tal cual como fue encontrado hace más de un siglo. Y es un testimonio perfecto de la fecundidad y el mando absoluto de la vegetación sobre los monumentos. Al caminar por los claustros oscuros, los murciélagos salen de sus guaridas y revolotean sin dirección.
Las raíces centenarias invaden hasta los recintos más sagrados. El escenario es a la vez misterioso y triste, pero, ante todo, una evidencia del paso del tiempo.

Dicen que dicen

Siempre hay mitos, fábulas que se propagan entre los viajeros de boca en boca. Con respecto a Angkor, se dice que para captar la esencia de la sonrisa del Bayon hay que llegar antes del amanecer. Así se verá cómo los primeros rayos iluminan, progresivamente, cada uno de los rostros.
Para el crepúsculo, el conocimiento peregrino señala dos opciones: por eso nadie que se precie de viajero se queda en Angkor menos de dos atardeceres. El primero hay que verlo desde la colina de Phnom Bakeng, un mirador natural que muestra las torres de Angkor Wat asomando entre la vegetación densa.
La segunda tarde es para sentarse en las escaleras empinadas de Angkor Wat y empalagarse con el fucsia del cielo que tiñe la piedra.
Como estos saberes o consejos se divulgaron muy bien, uno no está solo en esos ocasos tropicales. Tal vez hay más de cincuenta personas, pero el momento es tan intenso que los diálogos son interiores.
También se dice que si hay un tercer atardecer, se quedará liberado al azar, es decir que uno elegirá desde dónde degustarlo.
Acaso motivados por la mística que envuelve una visita a Angkor, todos cumplimos estos saberes paganos al pie de la letra.
Carolina Reymúndez

Sin desvíos

Advertencias
En julio último, cuando el líder del Khmer Rouge, Pol Pot, fue capturado, el país sufrió un violento golpe de Estado, por el cual Hun Sen, el segundo primer ministro, asumió el poder. Si bien en la capital y Angkor no hay problema para viajar, es recomendable no salir de esa ruta.
Para recorrer el país, es preciso vacunarse contra el tifus y tomar pastillas para prevenir la malaria.
Cuándo viajar
La mejor época para viajar por Camboya es entre diciembre y enero. Durante esos meses, la humedad es tolerable y la lluvia, escasa. Febrero y marzo son muy lluviosos.
La estación húmeda se prolonga entre abril y octubre. Si bien hace mucho calor, la naturaleza está en su punto justo y es un buen momento para visitar Angkor.

Rieles para correr a diario

Transporte
Como no hay vuelos directos entre Camboya y la Argentina, es preciso viajar a Bangkok (Tailandia), Kuala Lumpur (Malasia) o Calcuta (India) para conectar con un vuelo a Phnom Penh. En temporada baja, el precio del pasaje con la conexión es 1500 dólares. A partir de julio, cuando comienza la temporada alta, el precio del ticket aéreo aumenta a 1800. Es bueno consultar los descuentos para estudiantes.
La visa de entrada en el país es posible obtenerla en el consulado del Reino de Camboya situado en Bangkok. Se paga US$ 20 por una visa de un mes. También se puede sacar al llegar al aeropuerto de Ponchentong. Es posible viajar de Phnom Penh a Siem Reap, en avión por 50 dólares, o bien sortear la distancia en barco. Existen diversos barcos más o menos veloces. El más utilizado es el que realiza el trayecto en 6 horas y cuesta 24 dólares. También hay una posibilidad de combinar unas horas de barco con otras por tierra en camioneta. Esta opción, con una duración de 10 horas, cuesta 16 dólares.
En Siem Reap es preciso contratar una moto con chofer que esté a disposición del turista para ir a las ruinas y volver de ellas, y también hacer los distintos circuitos internos. El precio por tres días completos asciende a 25 dólares. La entrada en las ruinas de Angkor cuesta US$ 20 por día, pero hay un pase de tres días por US$ 40.
Alojamiento
Si bien la moneda de Camboya es el riel, es más práctico utilizar dólares en efectivo, ya que todos los precios están convertidos. Puede ser muy difícil intentar cambiar traveller´s checks fuera de la capital, y las tarjetas de crédito, en general, no se aceptan.
Como en muchos lugares de Asia, es posible viajar con un presupuesto muy bajo, pero también hay lujos ideados para bolsillos holgados.
Los viajeros con mochila gastan US$ 15 por día. Eso incluye el hospedaje, en una pensión económica (US$ 4) y tres comidas diarias (entre US$ 2 y 3). Los hoteles de dos y tres estrellas, muy confortables, salen entre 15 y US$ 25.
Comidas
Más que hambre, es posible que debido al calor el cuerpo pida líquido. Para esto es bueno saber que hay gaseosas o agua mineral en todos lados por aproximadamente US$ 0,30. Por supuesto, la cerveza Angkor bien helada (1 litro, US$ 0,50) es un clásico entre los que visitan a Camboya.
También hay frutas deliciosas para calmar la sed. En el mercado de Siem Reap es posible comprar una sandía o una papaya a punto por US$ 1. Para almorzar o cenar, hay decenas de puestos, también en el mercado. El menú (US$ 2) es a base de arroz y vegetales salteados en una wok o paila china. También incluye sopa o samla con toques de jengibre, que la hacen muy picante. Otro plato típico es el pescado fresco grillado (US$ 3) y saborizado con menta y limón.
También es posible encontrar, tanto en la capital como en Siem Reap, especialidades chinas. Fideos de arroz salteados con cerdo y maníes (US$ 4) y distintas opciones agridulces.

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por Redacción OHLALÁ!


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