Newsletter
Newsletter

El secreto de la Riviera Francesa

Sin paparazis a la vista, la pequeña Èze-Bord-de-Mer, con calles de piedra, boutiques y galerías de arte, y sobre todo exquisita gastronomía, invita a sentirse como un magnate ruso




NIZA (The New York Times).– El año último, mientras hacía el trayecto en tren desde Ventimiglia, en la costa italiana, hasta Niza, en la Riviera Francesa, me detuve en Èze-Bord-de-Mer para pasar unos días con una amiga de la familia que tiene una casa frente al Mediterráneo.
Había oído de Èze durante décadas, no con relación al glamour europeo y a la ostentación de las princesas de Mónaco, a bordo de lujosos yates, sino porque fue allí donde el hermano de mi anfitriona conoció a su mujer –la que luego fue una de las mejores amigas de mi madre– en una terraza de mármol de la villa costera llamada Èze les Roses.
Al poco tiempo de conocerse, allí por la década del sesenta, fui concebida en un viaje a Europa que mis padres se dieron el gusto de hacer con motivo de su primer aniversario. En esa oportunidad se alojaron en un hotel cercano en St.-Jean-Cap-Ferrat. Desde mi niñez, siempre había anhelado conocer esta aldea que la amiga de mi madre había teñido de tanto romanticismo, a pesar de que la villa ahora pertenecía a Bono, de U2, y estaba fuera del circuito turístico. Un hombre en el tren me aseguró que me gustaría Èze. C’est assez classy et assez bon marché, me dijo (es bastante elegante y no es tan cara).
Si vieron Atrapar al ladrón, de Hitchcock, ese film de suspenso sobre el robo de joyas que transcurre en la Riviera Francesa, habrán visto la ciudadela medieval de Èze en la cima del morro, llamada así, según dicen, en memoria de la diosa Isis, a la que supuestamente se le rendía culto en tiempos paganos. En la película, Grace Kelly, como la heredera norteamericana Francie Stevens, conduce un convertible color zafiro a gran velocidad por un camino sinuoso en los acantilados y hace rugir el motor al cruzar el altísimo viaducto que la lleva a la ciudad fortaleza de Èze, mientras Cary Grant, que hace el papel de un ladrón de guantes blancos, se toma fuerte de las rodillas en suave consternación. Entran en Èze y salen de allí a toda velocidad, perseguidos por les flics (la policía).
Sin embargo, si su travesía por la cornisa de la Côte d’Azur lo lleva a este lugar idílico, a unos 420 metros sobre el nivel del mar, no querrá pasar a toda velocidad. La tentación de detenerse y recorrer sus callejuelas de piedra, zambullirse en las boutiques y galerías de arte, degustar un crêpe sucrée en el café al aire libre de Le Cactus, o un cóctel en la terraza del Château Eza, con sus sorprendentes vistas de los Alpes Marítimos que se hunden en el mar, es irresistible.
Al igual que George Sand, que visitó Èze en 1868, usted querrá admirar la vista sublime del mar desde la apacible playa en forma de media luna y maravillarse en la cuesta escarpada entre Èze-Bord-de-Mer hasta el pueblo de la cima, disfrutando del mágico paisaje que brinda la costa, inhalando el aroma de las rosas, los cedros, las lavandas y los limones que flota en el aire marino. Seguramente querrá rendirse, como lo hizo Sand, ante el encanto de la pintoresca aldea que se eleva en la cima, un castillo de arena en medio de las nubes.

El camino de Nietzsche

Friedrich Nietzsche recorrió esta ladera en 1883 y en estas arduas caminatas se inspiró para concluir su obra Así habló Zaratustra, y en la que dice: "La agilidad de los músculos fue siempre mayor cuando la potencia creativa era más fuerte". Pasaba siete u ocho horas al día subiendo y bajando las sendas, lo que lo dejaba en un perfecto estado de vigor y paciencia. Hoy, el sendero que él tomaba se llama le Chemin de Nietzsche, el camino de Nietzsche.
En cambio, cuando recorrí Èze no me sentía tan ágil, entonces Elizabeth, mi anfitriona, convenció a dos de sus vecinos deportistas y enérgicos para que me condujeran a lo alto del sendero hasta las ruinas romanas y celta-ligurianas del monte Bastide, a 600 metros sobre el nivel del mar. Estos guías resistentes aceptaron llevarme y acompañarme en el recorrido de las laderas escarpadas del Bastide hasta la salida del punto más alto del Camino de Nietzsche en Èze, para que sólo tuviera que descender en lugar de ir cuesta arriba, si no hubiera estado tan ventoso cuando nos encontramos para almorzar en Basse Corniche, la ruta costera que bordea las playas mediterráneas. Nuestro plan era reunirnos en La Vieille Maison (conocida por los lugareños como Momo’s), un sencillo restaurante local con un patio en la azotea.
Esa mañana hacía 32ºC bajo un glorioso cielo azul, y la fragancia a romero y tomillo condimentaba el aire sofocante mientras mis guías y yo nos aventurábamos entre el suelo pedregoso y la hierba silvestre, admirando los pilares de piedra desmoronados que celtas y romanos habían dejado atrás.
Pero más evocativo que esas ruinas fue la perenne cumbre en sí, esa imponente ladera rocosa que desciende encrespada con retamas amarillas y el verde polvoriento de la garriga; los techos de teja que emergen entre los pinos de Alepo como peldaños color naranja; los olivos y las higueras se retorcían bajo el sol, y abajo, las aguas lapislázuli y cristalinas de la bahía de Èze, donde divisamos un megayate majestuoso, que seguramente pertenecía a algún afamado magnate. Intrigada tomé una fotografía.

Observación de yates

Luego, esa misma tarde, mientras un viejo amigo de Elizabeth me invitaba con un aperitivo en el puerto de Cap Ferrat, hizo una pausa, señaló la bahía y dijo en voz baja: "¿Ves allí? Ese es Nerón", el yate multimillonario de 90 metros, diseñado por el empresario de juegos para computadoras británico Neil Taylor, siguiendo el modelo de J. P. Morgan. El avistamiento de yates en Èze, me enteré durante mi estada, es uno de los pasatiempos más sigilosos y gratificantes de allí, dado que la inminente presencia de esta villa quita la necesidad de soñar con castillos en el aire.
En muchos sentidos, los lujos de Èze son discretos. Rara vez se ven paparazzi. A diferencia de Mónaco o Niza, que están muy cerca, Èze es una comunidad tranquila, sin casinos, sin estrellas que ostentan joyas de Harry Winston.
Sin embargo, cada tanto aparecen potentados y viajeros frecuentes de bajo perfil en Èze-Bord-de-Mer saliendo a remo de sus yates para almorzar entre las reposeras del restaurante Papaya Beach (se recomienda: el loup de mer a la parrilla con hinojo y la ensalada chèvre chaud) o relacionándose sobre los digestifs en el apenas más lujoso restaurante de club Anjuna Plage. La carta del Papaya está escrita en francés, inglés y ruso, y el Anjuna tiene uno o dos mozos que hablan ruso, que hacen gestos de aprobación a los oligarcas que recientemente se han infiltrado en la Côte d’Azur. (Un decorador de interiores que conocía en Èze me dijo: "Los rusos no negocian el precio, pagan, están elevando los precios para todos los demás".)
Incluso el hecho de que la villa de Bono, frente al mar, está a pasos de los cafés (la de Julian Lennon está más arriba) no irrumpe en el decoro elegante y relajado de Èze, aunque se ven algunos bañistas observando furtivamente su mansión con la esperanza de ver al roquero irlandés en una de las terrazas.
Tuve suerte de tener a Elizabeth cerca para que me mostrara Èze y sus alrededores, tomando Basse, Moyenne y Grande Corniche –rutas a diferentes alturas de la montaña que unen los diversos poblados– como una carrera del Grand Prix. Los ézasques pueden residir en Èze, pero viven entre la constelación de pequeñas villas que los rodean, muchas conectadas por senderos peatonales. Cada paso que uno da parecería haber sido dado por F. Scott Fitzgerald, o Sara y Gerald Murphy, o Jean Cocteau (cuya mansión visité en Cap Ferrat), o incluso Jack Nicholson (a los lugareños les encanta contarme sobre el tiempo que tienen que esperar para conseguir una mesa en el restaurante African Queen en la marina de Beaulieu-sur-Mer), o algunos Grimaldi se suman a los atractivos de la caminata.

La llegada de los rusos

Y si bien pude haber renunciado al ascenso estimulante del Camino de Nietzsche, tuve la epifanía nietzscheana a diez minutos de allí, cuando recorría la palaciega Villa Ephrussi de Rothschild (donde se filmó una escena de Dos pícaros seductores), cuando las primeras notas del poema sinfónico de Richard Strauss, Also Sprach Zarathustra, resonaron desde parlantes ocultos alrededor de una fuente de la que brotaban chorros de agua que se intersecaban entre sí.
Si bien la mayoría de las veces cenábamos en Momo’s, Papaya Beach y Anjuna Plage, Elizabeth se aseguró de que tomáramos un desvío cuesta arriba hasta el espléndido restaurante de la Hostellerie Jérôme en la pequeña La Turbie, donde una torre erigida en el año 6 a.C. conmemora la victoria del emperador Augusto sobre las tribus hostiles de la región alpina. Aquí también, el convertible de Atrapar al ladrón pasó disparando y casi atropella a una lavandera.
En el restaurante elegimos prudentemente el prix fixe: langosta con duraznos blancos, sautéed rouget de roche, paloma asada con foie gras y aceitunas, y mille-feuille de frutillas silvestres con helado. Durante la cena, sentados debajo de un cielo raso abovedado, bañados por un resplandor de ámbar que emitían los candelabros de las paredes, nos sentimos como Grimaldi, a pesar de que no pudimos evitar pispar a la familia rusa nabukoviana de una mesa más allá que, con total despreocupación por los precios, festejaba el cumpleaños de su hijo de 8 años con un banquete tan completo que los del conde Rostov de Tolstoi quedaban chicos.
No importa, a la mañana siguiente, sentados en la terraza de Elizabeth, con medialunas, jugosos damascos y frutos rojos de Mara des Bois del mercado de Beaulieu, nos deleitábamos con el invalorable paisaje que nos rodeaba: las palmeras, los pinos, el cielo azul y, hacia abajo, en la bahía de Èze, un yate. De quién era, no lo supimos.

Datos útiles

Cómo llegar. Si va a Èze en tren o en auto desde Basse Corniche llegará a Èze-Bord-de-Mer, la costanera del pueblo que comprende una playa pedregosa. Levante la vista hacia la ladera del morro y verá la ciudadela medieval de Èze (allí lo lleva el autobús N° 83). En el trayecto disfrutará de un paisaje colorido de hermosas casas de veraneo con jardines diseñados por paisajistas, que se asemejan a los cuadros de Cézanne. Aproveche la cercanía de Èze con los lugares de interés turístico y los restaurantes de Beaulieu-sur-Mer, St.-Jean-Cap-Ferrat y La Turbie.
Dónde comer. Anjuna Plage (al 28 de la Avenue de la Liberté, Èze-Bord-de-Mer) se especializa en róbalo de mar dorado en corteza de sal, cordero ahumado con romero y lechón asado a fuego lento.
Café de la Fontaine (al 4 de la Avenue du Général de Gaulle, LaTurbie) sirve platos franceses bien elaborados, tanto en el interior como al aire libre.
La Bananeraie (al 12 de la Avenue de la Liberté, Èze-Bord-de-Mer) es un apacible bar jardín que ofrece jugos y bebidas suaves, ensaladas y sándwiches, entre viñedos y palmeras. Ocasionalmente se ofrecen conciertos y exposiciones de arte.
La Vieille Maison (al 18 de la Avenue de la Liberté, Èze-Bord-de-Mer), o Momo's, como se la conoce, es un lugar familiar para almorzar y cenar, con un menú amplio y asequible.
Papaya Beach (al 28 de Avenue de la Liberté, Èze-Bord-de-Mer), con mesas en el patio o en la playa, sirve pescado a la parrilla, fritto misto, pastas, hamburguesas y ensaladas, desde donde se ven los yates en la bahía.

¡Compartilo!

SEGUIR LEYENDO

Lanzamos Wellmess, el primer juego de cartas de OHLALÁ!: conocé cómo jugarlo

Lanzamos Wellmess, el primer juego de cartas de OHLALÁ!: conocé cómo jugarlo


por Redacción OHLALÁ!


 RSS

NOSOTROS

DESCUBRÍ

Términos y Condiciones


¿Cómo anunciar?


Preguntas frecuentes

Copyright 2022 SA LA NACION


Todos los derechos reservados.

QR de AFIP