EL CAIRO.- Es cerca del mediodía y el calor castiga inclemente. El programa de ir a conocer dos de los más importantes puntos turísticos de las afueras de El Cairo, la necrópolis de Saqqara y la ciudad de Menfis, es atrayente y tentador, y se impone a las ganas de quedarse refugiados en el aire acondicionado. "El taxista lo va a llevar y esperar hasta que usted le diga", dice, cómplice, el conserje del hotel mientras introduce a Nasser, un egipcio bajo y cuarentón que muestra una blanquísima sonrisa y no para de mover la cabeza en reverencia. En la entrada, un pequeño Lada de los años 90 y con cientos de miles de kilómetros en su haber espera.
Nasser arranca y se dirige hacia la ruta que lleva al Sur. Tras varios intentos de comunicación que reciben como respuesta la enorme y blanca sonrisa, uno comprende que es inútil cualquier tipo de acercamiento, por lo que no queda más remedio que resignarse y entregarse a lo que surja.
Mientras el auto avanza veloz por la ruta polvorienta, en el camino van quedando barrios y más barrios unos iguales a otros. Bueyes, mulas, gallinas y algunos -pocos- perros se van cruzando al paso y obligan a frenadas y bocinazos. Nasser sonríe como pidiendo disculpas. El trayecto, de todas formas, es bastante sencillo: una larga ruta que va serpenteando al costado de esa columna vertebral del país que es el río Nilo; basta tener en cuenta que en el escaso territorio que cubre el río (apenas el 4% del territorio) vive casi el 95% de la población egipcia, dato no menor si se tiene en cuenta que son más de 80 millones de habitantes.
Al llegar a Saqqara lo primero que sorprende es su vastedad y desolación. Una enorme muralla sirve de entrada y al pasarla viene al encuentro un joven vestido al estilo occidental que dice llamarse Ahmed. Con un dominio del inglés sorprendente, se presenta como guía y se ofrece a acompañarnos en un recorrido por el lugar. "A estas horas los contingentes de turistas no vienen y los guías aprovechamos para hacer un poco de dinero extra", dice dejando la puerta abierta para la negociación de honorarios.
Tras acordar una tarifa nos encaminamos por un enorme templo repleto de columnas, Ahmed cuenta que Saqqara fue la primera gran necrópolis del imperio antiguo, cuando la capital estaba en la vecina Menfis. También que fue aquí donde se construyeron por primera vez pirámides: "Si las mira bien notará que la complejidad de estas pirámides distan mucho en belleza y perfección de las de Giza. Las bases tienen diferentes tamaños, algunas no terminan; muy cerca de aquí hay una que está inclinada. Los antiguos no tenían técnicas de construcción tan buenas como las de los arquitectos que levantaron las de Giza. Piense que las primeras fueron hechas en siglo XXVII antes de Cristo", explica.
Tras pasar otro gran portal y nuevamente bajo el sol, un amplio patio conduce al complejo funerario de Zoser. Construido en el 2700 antes de Cristo, muestra orgulloso en su centro la famosa Pirámide Escalonada, que en su tiempo fue la estructura de piedra más alta y compleja levantada en el mundo, con 62 metros. "Además rompió con la tradición de sólo enterrar a los muertos. A partir de entonces se les empezaron a hacer altares hacia arriba", agrega Ahmed.
El recorrido sigue por un sendero de concreto que apenas se distingue en medio del desierto y atraviesa varias mastabas dispersas, mientras a los costados se apilan montículos de piedra y ladrillos de adobe que dan cuenta de la magnitud del complejo. "Hoy es el principal centro arqueológico de Egipto. Y se está investigando permanentemente", expresa Ahmed.
Finalmente, arribamos a El Serapeo, ese extravagante monumento en el que se solían enterrar los toros momificados. "Para los ciudadanos de Menfis, el toro encarnaba el alma sagrada. Por eso se los colocaba en sarcófagos de piedra y se les levantaban templos", ilustra.
A la ciudad jardín
Terminada la visita, Ahmed hace de traductor con el taxista para indicarle nuestro próximo destino. "Lo va a llevar a Menfis", dice mientras se despide afectuosamente.
El sol sigue castigando sin piedad y saliendo de Saqqara la ruta tuerce la izquierda y se dirige nuevamente hacia el Este. El taxi avanza ruidosamente por el camino y algunos minutos después, el desierto se corta de manera abrupta y un manto verde comienza a desarrollarse hacia adelante y los costados. El Nilo está cerca.
Algunos kilómetros más adelante aparece Menfis. Fundada en el 3000 antes de Cristo, fue la capital del imperio antiguo y mantuvo esa condición durante varios siglos, hasta que su lugar fue tomado por Tebas. Si bien perdió la categoría de capital imperial, supo mantenerse como segunda ciudad de Egipto (de hecho, era la puerta de entrada al Delta con lo que controlaba el tránsito de mercaderías). Con la llegada de los musulmanes, ya en nuestra era, la ciudad fue despoblada y abandonada.
Los pocos restos de la que supo ser llamada ciudad jardín se encuentran bajo tierra, pero en el gran parque histórico funciona un museo al aire libre en el que se pueden apreciar decenas de piezas de una enorme belleza esparcidas a lo largo de un encantador camino, desde sarcófagos hasta estatuas y esfinges de todos los tamaños, trozos de paredes, columnas y demás. Claro que también están las dos joyas del lugar: el enorme coloso de Ramsés II y la esfinge de alabastro de 80 toneladas, que se pueden ver dentro de una especie de galpón que protege un poco del sol implacable.
"¿Back?", pregunta Nassir mientras hace gestos con la mano indicando la partida. Ante nuestro asentimiento vuelve a mostrar su blanca sonrisa y pone en marcha el maltrecho taxi con dirección norte, rumbo a El Cairo, mientras el calor, el polvo y el verde vuelven a ser protagonistas.
Diego Cúneo