Publicado por Silvia
Como comentamos la semana pasada, finalmente invitamos a comer a los cuatro padres a nuestro hogar. No estábamos nerviosos, pero tampoco muy felices (bueno, hablo por mí). Ya me imaginaba a los cuatro tratando de ser simpatiquísimos el uno con el otro. Tenía la sensación de que se iban a querer hacer amigos. No sé por qué.
Obviamente, los padres de Silvio llegaron demasiado puntuales (ya he dicho que para mí eso también es ser impuntual). Pero mis queridos padres... llegaron media hora después, alegando una tradición familiar que indica que fines de semana y feriados el horario es "más flexible". No nací de un repollo, claro está. Igual, rompieron el hielo con frescura y nadie se ofendió (yo un poquito, pero tampoco mucho).
Cuando mi mamá vio el guiso, me miró con un dejo de sorpresa, cuya carga valorativa no llegué a dilucidar: no era aprobación, eso seguro (mi mamá nunca hubiera hecho un guiso para un evento así), pero tampoco llegaba a ser desaprobación... como que le llamó la atención. Igual, menos mal que había unas ensaladas, porque si no ella hubiera terminado famélica. La madre de Silvio, caso contrario, todo lo miraba con complacencia y satisfacción (por suerte esta vez no se le ocurrió traer la comida). Cualquiera cosa que le hubiéramos servido de comer le habría parecido absolutamente genial. Estaba como en plena situación de disfrute.
Con ese ánimo, la reunión se desarrolló con mucha tranquilidad y simpatía. Hablamos de política -hubo discusión contenida, como para que nadie se sensibilice-, Silvio conto más cosas de su viaje a Inglaterra -cosas que ni yo sabía-, hubo momento "red social" (encontraron un par amigos en común y chusmearon sobre la actualidad de esas personas) y más charla.
A mí me incomodaba cuando sentía que mi mamá o mi papá estaban acaparando mucho la atención y trataba de moderar con alguna pregunta, pero después de un rato ya me entregué. Silvio estaba más dicharachero que en ningún otro encuentro con mis viejos. El me dijo lo mismo con respecto a mí y sus viejos.
Se ve que a pesar de todas las vueltas que le dimos, nos sentimos bastante cómodos. Cuando se estaban despidiendo, después de intercambiar teléfonos con excusas ("averiguo el teléfono de esa carnicería que te comenté y te lo mando"), el padre de Silvio dijo muy amigablemente "la próxima, un asadito en nuestra casa". Realmente me pareció que estaba yendo demasiado rápido.