-¿Cómo te definís como viajero?
-Curioso, excitado, atento. Me estudio los mapas antes de salir, me duermo con el mapa del itinerario de mañana. Aunque también puedo ser muy tranquilo. Me gusta volver a los lugares que ya conozco a no hacer nada, a dejarme llevar.
-¿Lo primero que ponés en tu equipaje antes de salir?
-¡La ropa interior! Soy bastante ordenado para armar la valija, trato de tenerla lista uno o dos días antes.
-¿El destino más exótico que hayas visitado?
-Macao. Hong Kong. Bangkok. Lugares alucinantes y muy diferentes. Me encantaría volver a Asia, pero queda tan lejos... Hay que tener tiempo para sacarle el jugo. En estos lugares estuve en 1992, creo. A Hong Kong quería ir antes de que dejara de ser inglesa y lo logré. Tenía el mismo berretín con Berlín: quería conocerla antes de que cayera el muro.
-¿El peor pecado del turista argentino?
-Perder el tiempo buscando milanesas o buena carne. Hablar tan fuerte. Creer que se las sabe todas. Hacerse notar tanto. ¡Tanto ego!
-¿Tu pueblo favorito?
-¡Uff, tantos! Cuzco es uno porque fui mil veces y vuelvo todo el tiempo. Me encanta ir a Cuzco a tomar cerveza y caminar por las calles o comprar fruta en el mercado. En septiembre voy por enésima vez. Con María, mi hija mayor, vamos a hacer el Camino del Inca. Es un lugar mágico; tiene una energía que no se puede explicar. La gente tiene la originalidad de parecerse a un fruto de la tierra. Es genial.
-¿Un destino peligroso?
-Nueva York a fines de los setenta y principios de los ochenta. La ciudad era un antro, los barrios pitucos del East Village o el West Chelsea eran como Kosovo o peor. Alcohol, drogas, clandestinidad. Era fascinante. La parada de la Sexta avenida con la calle 14, a la noche, era un sitio prohibido. Ahora, a la distancia, todo me parece un chiste. Pero era esa época en que se decía que en Nueva York se moría violentamente todos los días. Me parece que fue una campaña de marketing.
-¿Tres recomendaciones para el viajero incipiente?
-Hacer un plan simple, no llenarse de actividades y programas porque después no te acordás de nada. El mínimo equipaje posible. Relajarse y dejarse sorprender; darle una buena porción de tiempo al libre albedrío.
-Un pensamiento recurrente en los aeropuertos.
-No soporto los aeropuertos. Los trámites, los chequeos; parecemos todos delincuentes. ¡Basta!
-Crónica de un día de vacaciones perfecto:
-Levantarse cuando uno se despierta y la cama se pone incómoda. Salir a buscar un lugar para desayunar y decidir antes de tiempo, porque pica el bagre. Quedarse mirando a la gente pasar. Comprar el diario del lugar y tratar de entender. Una única actividad a la mañana y tal vez otra a la tarde. Siesta después de almuerzo y una noche sin planes, que sea lo que Dios quiera.
Lalo Mir es conductor de radio y TV. En junio, estrenó su 5» Temporada de Encuentro en el Estudio , los lunes, a las 22, por el Canal Encuentro. Repite los martes a las 15 y los domingos a las 21.
Perdido en Marrakech
Año 1979 o 1980, recién llegado en tren a Marrakech después de una tremenda noche en Tánger, donde la niebla nos asustó y no encontrábamos el camino de vuelta al albergue. Me preparé bien, estudié el mapa de la estación al hotel donde pararíamos. Té de menta en un bar para estudiar el terreno y repasar el camino, pero un detalle que no había tenido en cuenta dio por tierra con todo: los carteles de las calles, en la parte escrita en occidental, estaban tachados con cal. Sólo se leían los nombres en árabe, y la ciudad era un verdadero laberinto. No tuvimos más remedio que ceder a uno de los tantos guías ocasionales que por diez dirham te indicaban el camino al hotel. Siempre por la calle más angosta, siempre con un puño en el estómago, cada vez más extraño y lejano todo, hasta que de pronto, desembocás en una plaza y ahí está tu hotel. ¡Qué alivio! Uno llega a creer que la ciudad no tiene fin, cuando en realidad está encerrada entre murallas.