"No voy a estar en Buenos Aires este finde ni el lunes de la semana que viene; laburo. El viaje que no nos tocó me toca solo. Lástima... Me encantaría que hagamos algo para festejar tu cumple. Vos y yo. Hablamos a la vuelta. Ganas de verte. Beso."
Pedro me manda por mail lo que después me vuelve a contar por teléfono y de nuevo me lo repite de pésimo humor cuando hablamos anoche y me dice que no puede volver de New York por las cenizas. Vuelta para el jueves.
-Pero te juro que hacemos algo el viernes. ¿Cómo la pasaste?
Ganas de verlo. Hace años que no falta.
Es raro que la pase mal en mis cumpleaños, más que nada me estreso con la organización, después me relajo y empiezo a ponerme nerviosa porque fantaseo con que no venga nadie. Todos los años. Desde que tengo 5.
-¿Y si no viene nadie?
Y mamá que me decía con una certeza absoluta que me quede tranquila, que "van a venir todos". Y yo le creía. Cuando veía el jardín lleno de chicos pensaba que sí, que mamá tenía razón.
Lo mismo el sábado, las compras en Jumbo pensando que estaba comprando de más, que de repente no viene nadie y me clavo con kilos de comida de más y así. Cinco horas más tarde el living lleno de gente, música, charla y amanecer con una fila de botellas vacías que esperaban como soldaditos ser tiradas al día siguiente.
-Te dejamos un campo de batalla.
Nunca mejor dicho. Pero feliz de limpiar los restos de mi cumpleaños. Y todavía me queda un festejo; especial.