
Hasta el 1 de septiembre París no arranca. Me refiero a lo laboral relacionado con la moda, es decir, a mi trabajo. Son casi dos meses de vacaciones, como en el colegio: tod@s bajan la persiana y salen de la ciudad a recargarse de energía para empezar con la intensidad que caracteriza a la moda. Desde que volví del sur, hace unos pocos días, empiezo a cruzarme con la rutina de una ciudad somnolienta, saludando con tiempo a los vecinos de siempre, sus mascotas de siempre, el señor de las flores, los mozos del Café de Flore y las calles casi vacías, ideales para disfrutarlas en bici. Todas las mañanas pedaleo al lado del Sena y entreno con mi íntimo amigo Martín Raffa, gran diseñador de alta costura. Es argentino y nos vemos mucho, salimos, me hace reír y me cuida, siempre es lindo tener el acento familiar cerca.
En esta época en París hay una energía de cansancio y pereza para empezar a trabajar, es comunitario, lo veo en todos. Los días se hacen más pesados, por algún motivo esta semana nos pega a todos y aparece la disyuntiva entre querer mucho acción ya mismo o seguir paseando sin apuro ni horario.
Dedico este tiempo a mi pintura y a aprovechar del arte en estos últimos días libres en la ciudad antes del ritmo de los desfiles y aviones, del estrés que durará hasta el próximo verano. También me reencuentro con mis amigas a las que no vi en la playa, las historias del verano que siempre son las más divertidas, se imaginarán. Amores, noches largas, playa, bellinis, encuentros y desencuentros.
Una lindísima noticia que me llegó ayer en este momento de hacer la plancha, es que voy a ser la madrina de mi futuro sobrino. Estoy tan feliz y a la vez ansiosa de que nazca porque hace tiempo que no tenemos bebés en la familia. Así que para fin de año tengo planes de instalarme en Buenos Aires. Si por esas casualidades alguno de mis agentes lee este post, sepan que noviembre y diciembre estaré en Buenos Aires!
Les dejo un álbum de fotos de estos días en París, la víspera del inicio de temporada:










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