Hemos adquirido costumbres preventivas para que nuestros viajes no terminen de forma infeliz. Por experiencia propia o enseñada por otros, practicamos axiomas como guardar en la caja fuerte del hotel una tarjeta de crédito y el pasaporte, para asegurarnos de volver a casa cualquiera que sea el percance, y poner en el bolso de mano lo suficiente para sobrevivir 24 horas si pierden nuestras valijas. Otro de los axiomas es el pasaporte en lugar seguro y a mano cuando vamos camino al aeropuerto o cuando transitamos por él. Nunca pierdas tu pasaporte parece una frase tonta, pero nunca se me hizo tan real como en el último viaje con mi esposa.
Ya habíamos paseado por la ciudad de los vientos (Chicago) y el próximo destino era la Gran Manzana (Nueva York). Llevaba los documentos en un simpático portapasaporte colgante en el cuello, pero como me molestaba para cargar el platito en el desayuno, lo colgué del respaldo de la silla. Como era previsible, la camioneta llegó y rápidamente subimos las valijas atrás, los bolsos de mano adelante y felices partimos hacia la fascinante Nueva York. Claro que al subir a la autopista de cinco carriles y con un tránsito imposible se me prendió la alarma: "No tengo los pasaportes".
¿Qué hacer? ¿Bajar de la autopista en medio de no sé dónde? Otro axioma se me vino a la mente: Los trámites importantes hacerlos en español cuando sea posible. Por eso al llegar al hotel había notado que uno de los encargados hablaba español. Decidí hacer una llamada por celular, cara pero salvadora, al hotel. Pedí con el conserje hispanohablante, y le pedí que mirara en la mesa del desayuno, la de la derecha entrando al salón, si no había un sobre negro, colgante, con pasaportes. Minutos de espera, pulsos de celular corriendo y la respuesta negativa. Sabiendo con la precisión que actúan los americanos y con mi certeza del olvido le pedí nuevamente: "Quizá no está en la mesa exactamente, quizás en el piso, quizá colgado en la silla". Más minutos de pulsos corriendo y la respuesta positiva. Los pasaportes estaban.
"¿Me los podrá mandar en un taxi al aeropuerto?" "Claro señor, los mandaré en un taxi de los que trabajan para el hotel."
"¿Y cuánto estima que me saldría?", pregunté asustado. "La tarifa habitual al aeropuerto, unos 30 dólares."
Todo terminó bien, no perdimos el vuelo y, por supuesto, mi esposa se hizo cargo de los pasaportes por el resto del viaje.
Horacio Fernández