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Hippies, jazz y alcauciles

Carmel, Monterrey y Santa Cruz, últimas escalas de un gran viaje por la ruta 101, antes de llegar a San Francisco




MONTERREY.- En 1975, dos años antes de morir, el genial saxofonista Paul Desmond se presentó en el Festival de Jazz de Monterrey. Salió a escena con un impecable traje beige, lentes de montura negra y, pese a estar acorralado por un cáncer de pulmón, tocó la versión más increíble de una balada llamada Emily.
Esta ciudad, por la que desfilaron los más grandes músicos de jazz de todos los tiempos -John Coltrane, Miles Davis, Gerry Mulligan, Duke Ellington, Freddie Hubbard y Cannonball Adderly, por citar algunos-, es uno de los puntos obligados para detenerse en el último tramo de este viaje en auto entre Los Angeles y San Francisco. Arrancando en la coqueta Carmel by the Sea, esta parte del camino tiene todos los matices imaginables, desde un pueblito llamado Castroville, donde una joven Marilyn Monroe se coronó Reina del Alcaucil en 1948, hasta hippies que viven congelados en la década del 60, en la salvaje Santa Cruz, o la ladera de una montaña, llamada el Punto Misterioso, donde suceden inexplicables fenómenos físicos.
Un grupo de cinco o seis delfines parece estar haciendo su propio show en el atardecer de la playa de Carmel, allí donde desemboca Ocean Avenue. Avanzan paralelo a la costa, a unos 50 metros de la orilla, saltando y jugando entre ellos, mientras la gente disfruta este improvisado desfile marino. Después de haber recorrido las curvas cerradas del enigmático Big Sur se llega a este precioso pueblo al borde del mar, que se hizo famoso en los años 80 porque Clint Eastwood fue su alcalde.

Arte y perros

Carmel debe ser una de las ciudades con mayor cantidad de galerías de arte -y perros- por metro cuadrado. Decenas de locales con esculturas, pinturas y antigüedades (algunas muy buenas, otras no tanto) están abiertos durante el día y son visitados por turistas, más interesados por llevarse un suvenir costoso para el living que por adquirir una pieza de arte que los emocione. En las calles hay perros por todos lados, con potecitos de agua en cada esquina para que los pichichos puedan saciarse. Sin duda, esta ciudad tiene bien ganada la fama de ser una de las más dog friendly de todo Estados Unidos.
Carmel es un paraíso ordenado de callecitas limpias, con bistros muy europeos y una bahía de chalets y árboles sobre una hermosa costanera oceánica, muchas veces oculta por la eterna neblina. Las leyes son muy estrictas por aquí: por ejemplo, no se permiten los carteles de neón ni los puestitos de venta de comida, y están muy restringidas las cabinas de teléfonos públicos y los dispensers de diarios. A la noche no queda un alma después de las 22. Todo es tan calmo, tan exasperadamente ordenado que uno puede experimentar dos sensaciones: entregarse a la paz del lugar o subirse al auto y no volver nunca más (regresar a la pecaminosa Los Angeles es una opción).
Dormir en Carmel no es económico. Si usted está buscando un motel al borde de la ruta se equivocó de ciudad. Los bed & breakfast más accesibles, como el Hofsas House y el Carmel Wayfarer Inn, parten en los 120 dólares la noche, y más vale no caer durante los fines de semana porque el precio de las habitaciones se dispara descaradamente.
Carmel y el pueblito de Pacific Groove están unidos por la famosa 17-Mile Drive, ruta privada de diecisiete millas que recorre bosque y mar, con vistas increíbles sobre el océano y los más espectaculares campos de golf del mundo, donde el fee para jugar no baja de los 500 dólares. Casi nada es gratis en este camino, ni siquiera el ingreso, que cuesta US$ 8, 5 por auto, y mucho menos la entrada al Lodge at Pebble Beach, que vendría a ser uno de los resorts de playa más elegantes del planeta.

Diecisiete millas

Pese a todo, esta senda de millonarios, repleta de villas y mansiones, se disfruta sin la ñata contra el vidrio, porque los paisajes están ahí para ser admirados y son, probablemente, los más bellos de la costa de California. Los sitios que merecen una parada en la 17-Mile Drive son la Bird Rock, una enorme roca a pocos metros de la costa, que alberga aves, focas y leones marinos; las vistas de Cypress Point Lookout y Point Joe; las tortuosas playas de Fanshell Overlook y Spanish Bay, y el Lone Cypress, un solitario y ahuecado ciprés de 250 años que mira el acantilado desde una peligrosa saliente.
Monterrey no sólo es conocida por recibir durante septiembre uno de los festivales de jazz más importantes del mundo (este año se hizo el 17 y 19, con el pianista Chick Corea y el saxofonista alto Kenny Garrett como figuras de cartel), sino por tener un fabuloso acuario. El entorno natural es privilegiado, ya que en las siempre heladas aguas de la bahía de Monterrey se encuentra uno de los más ricos y variados enclaves de fauna marina del planeta.
Conocer el acuario demanda al menos tres horas y no tiene desperdicio. Con el ingreso de US$ 30 se pueden admirar los 100 tanques gigantes de exhibición en los que se desplazan, al ritmo de música zen, tiburones, mantarrayas, medusas multicolores y cientos de especies marinas. Casi dos millones de personas visitan anualmente el acuario, que alberga 35.000 animales y plantas de 623 especies. Para esquivar las grandes multitudes se recomienda hacer este programa entre las 14 y las 18, y sobre todo, evitar sábado y domingo.
A diferencia de Carmel, en Monterrey es fácil conseguir alojamiento económico en moteles de cadena (Motel 6 es el más famoso) sobre la Fremont St, al este de la Highway 101, la autopista que nos ha acompañado desde que salimos de Los Angeles. Los precios fuera de temporada rondan entre 60 y 90 dólares la noche.
Pero volvamos a la ruta y enfilemos hacia Santa Cruz, el último destino de este viaje en auto por California. Si hay tiempo y ganas de pasear, el GPS nos llevará sin mayores desvíos hasta un pueblito llamado Castroville, capital nacional del alcaucil. En verdad, por lo único que vale la pena entrar a esta ciudad es para conocer el sitio exacto donde Marilyn Monroe fue coronada Reina del Alcaucil. Ahora, si se quiere llegar al corazón de la alcachofa, hay que sacarle fotos al alcaucil artificial más grande del mundo, que se exhibe en estas calles.
Surf y rock
En este punto del recorrido todo parece cambiar súbitamente. Ya no estamos en un pueblito coqueto como Carmel, donde no quedan ni los perros (de pedigree, por supuesto) después de las 22. Hemos llegado a Santa Cruz, ciudad que combina hippismo melancólico, desidia grunge de los años 90 y una estudiantina que se debate entre el rock punkoso y Lady Gaga. Claramente se empieza a intuir que, muy cerca de aquí, está la atribulada San Francisco.
Para tener una síntesis de todo eso se aconseja entrar al Pergolesi Café, que funciona en una casa victoriana de 1886 sobre Cedar St. En el salón se ven los siguientes personajes: un joven de no más de 21 años parece estar escribiendo su primera novela en una notebook desvencijada; cinco chicas elegantemente descuidadas toman un latte y critican a las que no vinieron; un hombre de unos 70, con la barba que le llega hasta la cintura, lee un libro de poemas y fuma un habano con gusto a vainilla mientras disfruta su cerveza. De fondo suena una banda de rock emo llamada My Chemical Romance. Es una mezcla demasiado compleja para ser asimilada a vista de pájaro.
Santa Cruz es mística pura. Una ciudad en la que parecen haber cientos de Jim Morrison copiados en un mismo molde, paseándose por el viejo boardwalk , con un parque de diversiones muy vintage. Es, de hecho, el más antiguo de la costa oeste, creado en 1911. En este lugar, en estas playas que atraen a surfers de todo el país (con aguas un poco más cálidas que en el resto de la bahía de Monterrey), está decretado que ser hippie sigue siendo cool .
La noche es un capítulo aparte. Suenan bandas en casi todos los locales nocturnos y los restaurantes explotan de jóvenes. Lo mejor es revisar dos diarios gratuitos que tienen toda la programación musical y cultural: el Good Times ( www.gtweekly.com ) y el Metro Santa Cruz ( www.metrosantacruz.com ). Pero para empezar no está mal beber unos tragos en el 99 Bottles Bar, sobre la Walnut Avenue, y escuchar buen jazz en el Kuumbwa Jazz Center, en Cedar St.
Al ser Santa Cruz una ciudad con mucho movimiento estudiantil existen hostels y moteles a muy buen precio. El más económico es el Santa Cruz Hostel, en Main St, con valores de entre 25 y 55 dólares. En un rango medio, una gran opción es el Knights Inn, a minutos del mar y cerca de todo.
Finalmente, a cinco kilómetros al norte de Santa Cruz hay una escapada muy misteriosa para hacer. Se trata del Mistery Spot, una ladera de montaña donde pasan cosas raras, por decirlo de algún modo. "Es una anomalía gravitatoria descubierta en 1939. Aquí los objetos van cuesta arriba por sí solos y los niños parecen más altos de lo que son (para alegría de sus padres)", tratan de convencer los guías de este Punto Misterioso que, obviamente, cobran US$ 5 por hacer el tour.
Aquí concluye este recorrido en auto que comenzó en Los Angeles. A pocos kilómetros se encuentra la fascinante San Francisco. Pero ése es otro viaje.
Por José Totah
Para LA NACION

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