Fui a El Calafate con mi hija Mercedes. Queríamos conocer el glaciar Perito Moreno.
Un día era poco para tal maravilla. Hicimos la navegación recorriendo otros glaciares. No hay descripción que haga justicia a su imponencia. Todos compiten entre sí en belleza y grandiosidad. No hay ganador. Hicimos la entrada al puerto cegadas de tanta blancura y asombradas de su magnificencia, con una copa de champagne en la mano brindando por el regalo de los hielos. La noche siguiente hubo luna llena, alquilamos un auto y volvimos al glaciar a medianoche con una oscuridad total. Cuando llegamos la luna caía sobre él y su blancura nos envolvió en un momento mágico. Fantasmas de hielo caían iluminados por los plateados rayos y un estruendo lejano resonaba en el silencio nocturno. Sonidos de guitarras acompañaban los desprendimientos en el helado silencio. Una línea rosada en el horizonte avisó del nuevo día. Amanecía cuando regresamos.