Hoy llevé a mis hijos a la plaza. Es como una mudanza. Cargué el bolso como para irme a vivir a un campo de refugiados.
A saber:
* pañales
* mamadera
* cartoncito de leche
* manta
* baldes (2) palas y rastrillos, moldecitos y cuarenta mil vasitos recolectados a lo largo de los años
* botellita de agua
* paquete de galletitas
* termo
* mate
* celular
* libro (para qué, explicame para qué)
* cochecito
* triciclo
* tres niños de: 6 y 3 años y 3 meses de edad
Metí todo en una mochila como para acampar en el desierto de Atacama por un semestre.
Llené a los chiquitos de off y aulogelio (qué pasa con los mosquitos, señores?)
Les puse ropa de batalla
Me puse un jean (ah, sí, me entran los jeans ya) y unas havaiannas
Mandé a los grandes a hacer pis. Hice yo también. Cambié el pañal del baby.
Metí todo en el auto. Luché con la de 3 porque a último momento se había cambiado las sandalias por unos taquitos dramáticos.
Pisamos la plaza
No terminé de desensillar ni la mitad que a Marcos, un salvaje de unos 5 años, le propinó una revoleada de arena adentro del ojo.
A los 60 minutos de salir de casa, me vi abandonando la guardia de un sanatorio con un hijo de ojo emparchado, llorando él, llorando el bebé, llorando Luji, y llorando yo.