CORDOBA.- Que no se confunda la gracia. Es Candonga, no es Cabalango, Pachanga ni Colanchanga. Es una vieja capilla del siglo XVIII, de influencia mudéjar, que se halla perdida en el corazón de las Sierras Chicas.
En realidad casi perdida, porque la acompañan unos pocos pobladores serranos y una hostería apacible justo frente a la entrada del templo. Las curvas que tiene la pequeña iglesia la hacen tan atractiva que bien vale hacerse unos cuantos kilómetros de tierra para admirarla.
La capilla de Candonga no es el caso clásico de los vestigios edilicios de la etapa evangelizadora de los católicos españoles. Es un templo discreto, blanco, situado en la ladera agreste de una sierra deshabitada, a la que concurrían indios y campesinos criollos, pero que nació al amparo de la próspera riqueza de un estanciero mulero. Doscientos cincuenta años después de su construcción, la iglesia parece sumida en una gran impasse, con poca actividad, a menos que se la solicite para un casamiento. Es como un monumento, un lugar que se lo reconoce más por su pasado que por su presente. "La capilla no está vacía -aclara la encargada-. Está la virgen."
El edificio fue mandado a construir por José Moyano Oscáriz, el viejo propietario de las tierras de la estancia Potrero, de Santa Gertrudis. El hacendado se dedicaba al engorde de mulas, las que eran trasladadas en grandes arriadas hacia Potosí, donde se las utilizaba para el trabajo en las minas del cerro Rico. Derivado de la actividad económica del lugar proviene el nombre Candonga, que significaría mula de tiro.
Jamás perteneció la capilla a los jesuitas, aunque algunos que exageran el conocimiento que dicen tener en materia de construcciones estilo Compañía de Jesús dicen que sí. "Fijate el campanario, típico jesuita. ¿Ves cómo es la terminación de la portada? Solamente los jesuitas tenían ese concepto de las fachadas." La amable encargada, que tiene llave de la parroquia, dice: "La iglesia fue construida por los indios y los jesuitas. Todo está hecho por ellos. El confesionario, el comulgatorio, las tejas musleras..."
Incluso los restauradores del siglo XX, movilizados por la teoría jesuita, aplicaron el estilo de los seguidores de Loyola en la recomposición. Como indicio concluyente de que la iglesia no perteneció a dicha orden religiosa, cuando los jesuitas son expulsados de América, la capilla de Candonga no figura en el registro de bienes que la Junta de Temporalidades armó acerca de las propiedades de la Compañía.
Creación difusa
Los datos acerca de la fecha exacta de la creación del templete de Nuestra Señora del Rosario de Candonga son escasos. Una hipótesis la ubica entre 1720 y 1762. Porque en 1720, los títulos de venta del campo no mencionan una capilla, y porque una de las campanas actualmente desaparecida decía: Miguel Ramis Nuestra Señora del Rosario 1762.
En una de las arriadas muleras, las que de vuelta de Potosí trasladarían bastante oro por las ganancias mercantiles de la venta de animales, habría venido el arquitecto responsable de Candonga, especialmente contratado para la obra. Un alarife desconocido, anónimo, que lo que tal vez quería era regresar rápido a Potosí, olvidándose de dejar su firma en la creación. Dicen los especialistas que el autor de la capilla supo adaptar muy bien la arquitectura al paisaje que la circunda. Nada más cierto. Apenas se percibe la capilla, cuando se viene entrando desde la ruta que viene desde El Manzano, al norte de Salsipuedes, se la ve como un fruto salido de la tierra, como un árbol más entre los que la rodean. Es áspera, como la vegetación serrana de otoño e invierno. Es tosca, como las mulas que se engordaban en Santa Gertrudis. Pero manifiesta una armonía perfecta con el entorno. Es una auténtica capilla serrana.
Dentro de ella hay varios detalles de construcción interesantes que se vinculan a Potosí. Uno de ellos, según un estudio de arte de la Academia Nacional de Bellas Artes, es "el arco cobijo que preside el templo, que recuerda el importante ejemplo potosino de San Lorenzo, no por la iconografía mestiza de su imafronte, sino precisamente por el gran protector que prolonga la nave hacia el exterior protegiendo la entrada, como lo tiene también la iglesia de Belén de dicha Villa Imperial". Asimismo, la espadaña y el cuarto de los curas tienen elementos atractivos para explorar.
La cuida la doña
Desde 1941, la capilla ha sido declarada Monumento Histórico Nacional. A pocos metros pasa el río Santa Clara o Candonga. La parroquia es, además, un depósito de promesas: hay monturas, cuadros, vestidos de novia, de chicas de 15 años. "De todo ha dejado la gente aquí."
Desparramados en la montaña (como los lugareños refieren la sierra) de Candonga se hallan morteros indios para molienda. A unos cincuenta metros de la capilla están las ruinas de un viejo molino de maíz. A los costados del camino se ven los zapallitos de campo, aunque aclara la encargada de la capilla, que vive en Penta Huasi, que no son comestibles.
En el camino hacia la capilla hay canteras de piedra caliza, boquetes a cielo abierto que manchan el paisaje. Pero, también, hay una hostería sencilla y pintoresca que ofrece cabalgatas por la sierra, alojamiento y comida.
Asimismo, azarosos senderos que se pierden por la montaña pueden interceptarse desde Candonga. Cada octubre desde hace un año, la procesión de la Virgen del Rosario le devuelve a Candonga la plenitud de antaño.
Sin jesuitas ni criadores de mulas. Sólo con criollos serranos y devotos, actuales dueños de este rincón cordobés, pero bien alimentados: cuatro vaquillonas con cuero, cabritos y chivitos. También, la bendición de ponchos y el gaucho que lo va a usar forman parte de la fiesta.