Tuve la suerte de recorrer Suiza en y sus más emblemáticas ciudades en más de una oportunidad. Una de las que más me marcó es Ginebra, verdadera encrucijada de pueblos y civilizaciones, con más de 2000 años de historia, ya que fue sucesivamente villa gala, ciudad romana, capital burgunda, principado episcopal hasta 1536, cuando se transforma en república.
Fue también el centro de un movimiento religioso liderado por Juan Calvino, que hace de esta ciudad la Roma Protestante ( 1509-1564). En el siglo XVIII, Juan Jacobo Rousseau infunde en los pueblos el anhelo de libertad, gestando así los principios de la Revolucion Francesa.
Es sede de casi 200 representaciones internacionales, entre las que se destacan la Cruz Roja, fundada por Henry Dunant (premio Nobel de la Paz, 1901) y el Palacio de las Naciones.
Atravesada por el lago Leman, romántico espejo de agua que sirvió de inspiración a numerosos escritores y artistas como Stendhal, Chateaubriand, Alejandro Dumas, Balzac, Romain Rolland o Paul Klee, quiero destacar lo que más me impactó en su recorrido.
Atravesando el Boulevard de Philosophes se arriba a la explanada de Plainpalais, donde descubrimos el Cementerio de los Ilustres, que Jorge Luis Borges eligió como última morada. En ese pequeño jardín reposan, entre otros, el discutido Calvino, el barón de Rothschild y otro argentino de merecida fama, Alberto Ginastera.
Frente al cementerio se abre la calle de la Sinagoga, donde se eleva la hermosa Sinagoga de Ginebra, que parece cobijar con su dorada cúpula a quien allí yace y se nutrió en vida del Libro Sagrado y de La Cábala. El tejedor del Aleph, el poeta del Golem y de los versos de Israel pasó en Ginebra los felices años de su adolescencia y ahora su eternidad.