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La cordillera a los pies de una ciudad

Callecitas coloniales: bordeadas por acequias y atrevidos edificios de moderna arquitectura, la capital mendocina se ofrece acogedora repleta de espacios verdes y museos de importante valor histórico.




MENDOZA.- No por casualidad los primeros habitantes acuñaron al lugar con el nombre de cuyum mapu , que quiere decir país de las arenas . Exiliados desde el Norte bajo el rigor de los incas, los indígenas huarpes que decidieron establecerse en la zona fueron construyendo sus primeros refugios sobre un crudo desierto al que bautizaron con el nombre de Huentota.
Hoy, después de siglos enteros de incesante trabajo, es emocionante contemplar la ciudad iluminada desde la cima del cerro de la Gloria. Cada hogar, cada asentamiento y cada techo que ayude a refugiarse del viento estará considerado una conquista, que hace rebasar de orgullo a cada uno de los mendocinos.
Cobijada por una larga caravana de montañas y picos nevados que se mezclan con las nubes, la ciudad de Mendoza se levanta sobre un extenso valle recostado a los pies de la cordillera de los Andes, constituyéndose como el centro económico, político y cultural más importante de la zona de Cuyo.
Al estar la ciudad construida sobre el desierto, muchos suelen definir y explicar la cultura mendocina partiendo del sistema de riego que fue extraído del modelo huarpe. Fundamentalmente consiste en encauzar el agua de deshielo en canales que bajan de la montaña y que se van ramificando para satisfacer la irrigación en las zonas rurales.
Este sistema, no sólo ha proporcionado prosperidad a los cultivos, sino que también ha instaurado a lo largo del tiempo un fuerte sentido de solidaridad entre la gente.

La ciudad nueva

La ciudad de Mendoza fue fundada en 1561 por don Pedro del Castillo y sus primeros pobladores se establecieron alrededor de la Plaza Mayor (hoy conocida como plaza Fundacional), ya que allí tenía asiento el Cabildo y la iglesia matriz. Desde ese momento se comenzaron a parcelar chacras y estancias para el cultivo, anticipando lo que sería la base económica de la provincia. Tres siglos después, en 1861, esta pequeña localidad quedó reducida a escombros como consecuencia de un violento terremoto que destruyó en un par de horas, más de trescientos años de progreso.
Para el trazado de la nueva ciudad, se llamó al urbanista francés Ballofet que en el centro de una perfecta estructura en damero, ubicó una amplia plaza central y cuatro más pequeñas a su alrededor, evidenciando la necesidad de espacios libres ante la posibilidad de futuros movimientos telúricos.
Desde ese momento, la plaza Independencia con sus cuatro hectáreas acolchonadas de césped, se propusieron como el espacio verde más importante de la ciudad. Los caminitos de piedra que parten desde cada una de las esquinas, van esquivando las palmeras para reunirse en el centro del parque y ofrecer el ya clásico espectáculo de las aguas danzando frente al monumento a San Martín.
Los fines de semana, luego de la religiosa siesta, los artesanos ocupan la plaza y ofrecen sus manualidades a los transeúntes que se pasean serenos admirando el espectáculo del sol escondiéndose detrás de la cordillera.
Debajo del parque, dos amplios ambientes subterráneos albergan al Museo Municipal de Arte Moderno y al Museo Julio Quintanilla, que suelen ofrecer exposiciones de pintura y escultura de artistas mendocinos.
En el extremo este de la plaza, nace la peatonal Sarmiento y con ella las vidrieras impecables, los bares bulliciosos y los edificios de moderna arquitectura. Si durante los días hábiles el paseo se ve agitado por el andar ansioso de la jornada laboral, los fines de semana se alborota por las noches atestado de gente joven que se pierde entre las carcajadas de los mimos y los payasos.

El área fundacional

A escasos dos kilómetros del centro, la enorme plaza Pedro del Castillo representa el antiguo corazón de la ciudad colonial de Mendoza. Hoy, impregnada de un refinado aire europeo, esquiva su datación histórica y se presenta extremadamente detallada en la limpieza de sus floridos paseos y en el cuidado de su exuberante arboleda.
En uno de sus extremos, el Museo Fundacional se encarga de resumir entre pinturas rupestres y excavaciones arqueológicas, la historia de la ciudad.
Originariamente, esta edificación se levantó en 1749 para cumplir la importante función de cabildo que desarrolló hasta su destrucción con el terremoto de 1861. Más tarde, con el centro de ciudad emplazado en la zona del parque Independencia, el lugar quedó virtualmente abandonado hasta que, en 1877, se reconstruyeron los restos del viejo centro cívico para transformarlos en el matadero municipal.
La década del 40, con su creciente urbanización, convirtió al viejo galpón en la feria municipal que funcionó hasta que comenzaron las investigaciones arqueológicas en la década del 80. El 1989, con objeto de preservar las excavaciones, se construyó el museo de historia más importante de Mendoza.
Hoy por hoy, en esta zona conocida con el nombre de área fundacional , se perciben los aires más bohemios de la ciudad. Pintores, poetas y escultores suelen reunirse, sangría en mano, en los bares perdidos que se van diseminando por las cercanías.
Allí mismo, sobre la calle Alberdi, a pocos metros de la plaza, un viejo caserón que perteneció a un escritor mendocino fue parcialmente remodelado y transformado en un bar de desprejuiciada atmósfera informal. A modo de homenaje, y para que la mística nunca termine de escaparse, el lugar legó el nombre de El rincón del poeta .

Una tonada de guitarra y maíz

En algún momento de la Conquista, la guitarra española se combinó con el ritmo que los indios hacían al machacar el maíz en los morteros, dando origen a la tonada.
Una música triste y lenta dedicada al amor, al patriotismo y a la naturaleza, que con el correr del tiempo se transformó en la expresión folklórica mendocina más representativa.
Por supuesto, el canto llega después de una exquisita parrillada a las brasas o de un buen plato de locro cuyano.
El postre es dulce de alcayota con nuez, mientras que a la hora del mate nadie debe dejar de probar las raspaditas, las tortas de chicharrones y los pastelitos.
Situado a escasos dos kilómetros del centro, y después de cruzar un monumental pórtico de hierro forjado traído de Inglaterra en 1910, una inmensa arboleda rodea la Avenida Libertador y un agreste oasis se extiende regando de verde 420 hectáreas conocidas con el nombre de parque General San Martín.

Desde arriba

Sin duda, el lugar de mayor atracción es el cerro de la Gloria, que con el aroma de los eucaliptos suspendido en el aire, ofrece desde sus distintas márgenes las más emotivas panorámicas de la ciudad.
En la cima, montado sobre una base de roca que recrea el escabroso relieve cordillerano, se muestra un inmenso monumento en memoria al Ejército de los Andes, realizado por el escultor uruguayo Juan Manuel Ferrari.
Sobre la falda del cerro está ubicado uno de los zoológicos más importantes de América latina. Durante aproximadamente tres horas de caminata, pueden encontrarse casi 900 ejemplares de fauna autóctona rodeada del sereno ambiente natural que les brinda el paisaje.
En el lago del parque, las canoas se deslizan silenciosas hasta una pequeña isla que está ubicada en el extremo sur del estanque.
Enfrente, el Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas expone, además de fósiles, vasijas e instrumentos musicales indígenas una momia desenterrada en Panquegua (Mendoza).
En uno de los costados del cerro se encuentra el Estadio Mundialista Malvinas Argentinas que fue inaugurado en el Mundial del 78 y que en la actualidad es sede de los torneos futbolísticos de verano.

El cañón del Atuel custodia Los Andes

Admirable: a sólo 60 kilómetros de San Rafael se extienden, a los costados del río Atuel, formaciones rocosas de la era paleozoica que parecen esculturas terminadas a mano.
SAN RAFAEL, Mendoza.- "Aquí, en el cañón, parece que el Señor estuvo jugando y pintando con acuarelas", describe entusiasmada María mientras masajea con fuerza una bola de masa que en un rato será pan caliente.
Se agacha hasta el balde para buscar harina y vuelve a escuchar el susurro del río Atuel. Espía por la ventana de la cocina y le regala satisfecha otra sonrisa.
En cuanto le aseguran que el lugar es una falla geológica, mira a su alrededor y, a pesar de sus 19 años, pone cara de no entender.
El cañón del Atuel se formó espontáneamente con el transcurso del tiempo, como producto de la erosión del río homónimo en un inmenso bloque de tierra que se elevó con movimientos andinos en la era paleozoica.
Las formaciones rocosas describen un contexto excepcional para pasatiempos de distinta índole
La fuerza del agua y del viento fueron surcando durante aproximadamente sesenta millones de años la gran meseta hasta moldear esta inmensa galería rodeada de montañas.
Hoy, gracias a los tres diques del embalse El Nihuil, el río corre sereno a la altura de las rodillas, cobijado por rocas de caprichosos contornos y colores. En sus paredes se distingue un sinfín de formas cinceladas en el tiempo que, de a ratos, se muestran salpicadas por archipiélagos de vegetación.
El cañón nace en El Nihuil, en la Garganta del Diablo, y desde allí se abre paso en forma sinuosa a lo largo de 70 kilómetros hasta El Rincón del Atuel, donde penetra en el llano.
Sin duda, el tramo más vistoso es donde el cañón se cierra y representa más intensamente tal figura. Estos son los 50 kilómetros que separan el dique Valle Grande de la central El Nihuil. En este tramo, la forma cilíndrica se acentúa y como si las rocas reflejaran el arco iris, en un mismo cerro se distinguen distintas napas con diferentes colores según la antigüedad.
Aquí, el gran secreto es caminar por la orilla del río mojándose los pies o con cómodo calzado por la ruta 173; pero internarse en el cañón al aire libre acrecienta los encantos y acerca secretos que, de otra manera, no se podrían conocer.
Otra opción más que interesante es la cabalgata. Algunos baqueanos de la zona hacen de guía y prestan sus pingos relucientes por poco dinero. Sin duda, la experiencia que demuestran bien lo vale.

Para salir a caminar

Al andar en el más absoluto silencio se percibe, entre las jarillas, el repiqueteo de los quirquinchos o de alguna liebre vergonzosa. Las martinetas esperan inmóviles sobre las rocas que pase alguna mojarra y los aguiluchos ostentan altura planeando en la cima de los cerros.
Todo el recorrido por el cañón siempre viene acompañado del murmullo de las vizcachas o de chinchillas que se escabullen entre la tibia sombra de los álamos en el atardecer. Incluso, desde la altura pueden divisarse parejas de choiques atravesando a toda velocidad el llano y, de vez en cuando, llegan noticias de que algún baqueano de experiencia se cruzó a caballo con un puma o con algún zorro hambriento.
Existen en esta zona varias formaciones rocosas que han llamado particularmente la atención por las figuras que intentan representar con sus siluetas. Tal es el caso de los monjes , que se muestran plateados, en procesión y con sus cabezas encapuchadas mirando hacia el piso. A muy pocos metros se levanta rodeado de torres el castillo , con un color ocre que parece moldeado a mano, y siguiendo en dirección a Valle Grande, el trono del Inca merece ser observado detenidamente en cada una de sus curvas.
Allí mismo, en un pequeño llano se abre paso entre las montañas el valle de los cóndores donde, irremediablemente, la mirada se detiene impactada con el vuelo en espiral de las aves, dueñas de la llanura.
En el tiempo que el río Atuel surcaba el cañón (los que saben hablan de 60 millones de años), mucha agua fue filtrándose entre las rocas para quedar almacenada durante siglos en el vacío, dentro de cavidades internas a la montaña. El cauce continuó desgastando las paredes hasta que muchos de esos huecos quedaron al descubierto y hoy exhiben, ante los ojos azorados, el brillo del antiguo caudal del río transformado en cristal de roca.
En cualquier caminata por el cañón, infinidad de piedras de colores brillantes con detalles que parecen recién secados del pincel descansan bajo el agua transparente.
Por las noches, siempre hay algún lugar entre las piedras para cobijarse del viento y perderse contemplando las estrellas. El aroma de la roca húmeda, el melodioso murmullo del agua y los cometas atravesando el más oscuro cielo se ofrecen irresistibles en la quietud nocturna.

Por adentro

La ruta provincial 173 que nace en Valle Grande, a unos 10 kilómetros de San Rafael, es la que recorre en 160 kilómetros el circuito del cañón del Atuel. El camino pavimentado asciende internándose en la montaña y regalando inolvidables vistas del lago Valle Grande. Desde allí hasta el Nihuil seguirán 46 kilómetros de ripio nada complicado. Para la vuelta a San Rafael hay que tomar la ruta provincial 180 hasta que empalma con la nacional 144. Desde allí, una larga pendiente conduce hasta la hermosa Cuesta de los Terneros.
Ahí, la vista panorámica de los ríos, del verde de las extensas plantaciones y de la ciudad de San Rafael es verdaderamente emotiva.
A sólo 23 kilómetros del lago de Valle Grande (kilómetro 54 de la ruta 173) se encuentra el Complejo Turístico Cañón del Atuel, donde se alquilan las cabañas que originariamente fueron construidas para que vivieran los ingenieros que trabajaban en la construcción del dique El Nihuil. En la actualidad se alquilan por muy poca plata con el placer de dormir con el sonido del río entrando por las ventanas.
Jorge A. Benedetti

Información

Para más datos, puede conectarse con la Subsecretaría de Turismo de Mendoza, en Avenida San Martín 1143 (Mendoza), teléfonos 202-800/357/458.

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por Redacción OHLALÁ!


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