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La derrota




La verdad es que ni tengo ganas de contarlo, pero lo prometido es deuda y acá el cuento.
Pedro llegó tarde a buscarme, tardísimo. Fuimos a comernos algo por ahí antes de la fiesta. Lindo lugar, velitas, buena música. Nos tomamos unos tragos (como para no mezclar) y partimos.
En la fiesta bailamos como si se nos hubiese soltado la cadena, descontrolados. Y yo ya lo veía que venía dándole a los tragos de sed y calor. Poco recomendable. Se acercaba, me bailoteaba un poco, me agarraba de la cintura, iba a la barra, un trago, volvía, me agarraba de la cintura, se iba y así toda la noche.
Cuando llegó la hora de irnos el otro estaba en un estado lamentable, tanto que le secuestré las llaves del auto y pedí radiotaxi. Imaginen el estado que ni resistencia puso. Recordemos que tampoco estoy ni estaba habilitada para manejar sin registro (o con para el caso). Llegamos a casa porque no quiso seguir hasta la suya y mientras fui a buscar agua a la heladera se desnucó en mi cama (vestido) y así dormimos hasta el día siguiente en que lo tuve que sacudir, empujar y pellizcar para despertarlo con Niembro en la tele. Ni un mimo, el partido ya estaba arrancando. Ni beso de buenos días. Y para cuando nos avivamos y terminamos de despertar uno, dos , tres, cuatro. Fuera. Se levantó, "hablemos el lunes, esto es un bajón, nena, sorry" me dio un beso cortito, un abrazo culposo y se fue.
Veremos esta mañana. Todo mal.

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por Redacción OHLALÁ!


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