El Caribe, todo el Caribe, es una maravilla, con sus paisajes de aguas transparentes y templadas, y temperatura primaveral para adquirir un tostado único. Y ahora es la mejor época porque pasó el invierno de la alta temporada (con precios ídem) y estamos lejos del tiempo de huracanes, que comienza a mediados de junio.
Si bien la geografía es compartida, la cultura y las costumbres de cada isla son bastante diferentes. Por mi experiencia en la región, aunque uno la pasa bien en todas, elijo una isla de doble apellido: Sint Maarten-Saint Martin, vecina a las exclusivas St. Barth y Anguila.
Una mitad pertenece a Holanda y la otra, a Francia, sin fronteras. Dos países por el precio de uno. Es un doble de cuerpo y de alma. En torno de Philipsburg nos sentimos en Amsterdam y en Marigot, en París.
Respetan sus idiomas aunque hablan todos los lenguajes del comercio. Comenzando por el inglés, que es la lengua franca de la globalización, y cada vez más el castellano, por la presencia de españoles y sudamericanos.
De compras en el paraíso
La mayor calle comercial, muy cercana al nuevo puerto para los cruceros y paralela a la playa, respira espíritu holandés con la sucesión de tiendas que constituyen un gigantesco muestrario de free shop o duty free. Están al día con los nuevos productos y los precios son fijos y convenientes, especialmente en los legítimos caros: joyas, piedras preciosas (esmeraldas), relojes de lujo, cámaras fotográficas y de video, audio y teléfonos, porcelanas, encajes holandeses.
En el lado francés el estilo es de una villa, con negocios personalizados y el acento puesto en la moda. Hay un hermoso centro comercial, de varios pisos con ascensor transparente. Exhiben las principales marcas y un gran surtido en cosmética de la Provenza, e incluso de perfumes sin impuestos que no se encuentran en los aeropuertos.
La comida es muy buena en general, pero en torno de la zona de Grand Case se congregan los mejores chefs no sólo franceses, que le han dado el título de capital de la gastronomía en las Antillas. Pero los holandeses atraen con los casinos donde hay juego, discotecas, bares y muy buenos restaurantes que compiten en creatividad a veces a precios menores a igualdad de calidad.
La mayor diferencia, entre una y otra zona, es la tranquilidad en la francesa y la actividad intensa y trasnochadora en la holandesa. También que en una permiten el nudismo y en la otra está prohibido. Los que llegan por primera vez se tientan con curiosear en la playa de Oriente Beach, donde hay un club sin ropas.
Para alojarse hay más oferta en la zona holandesa, en especial cerca de la playa del casino en Maho Bay. Los resorts más exclusivos están en zonas más lejanas de la francesa.
Y por último, pero no menos importante, está la gran posibilidad de hacerse una escapada a St. Barthélemy, para pasar el día en el paraíso que vimos en aquel entonces erótico aviso del cigarrillo de la rubia con el negro buen mozo (antes que Barack Obama). Se puede llegar en un encantador vuelo de 15 minutos en avioneta o en lanchas rápidas o catamarán. Para luego tomarse un taxi por medio día y mezclarse, de ojito, entre los ricos y famosos en sus magníficas villas. Otro viaje corto muy recomendable es ir en barco hasta la inglesa Anguila, otra isla de elite.
Por Horacio de Dios
almadevalija@gmail.com
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