SANTA ROSA.-La pampa tiene el ombú, según un verso de Luis Domínguez ya devenido proverbio popular, aunque más preciso hubiera sido decir que La Pampa tiene el caldén. O, mejor dicho, tenía , porque sólo queda un ínfimo porcentaje de ese bosque nativo que cubría las vastas superficies de la provincia, y que hoy sólo se ve tal como era en la Reserva Provincial Parque Luro, a pocos kilómetros de Santa Rosa.
En el centro de la Reserva, donde cada otoño se observa la espectacular brama del ciervo, se levanta una mansión conocida como El Castillo, que este año cumple un siglo desde su construcción por don Pedro Olegario Luro, hijo del aquel pionero que tanto hizo por el crecimiento de Mar del Plata.
Dadas las circunstancias, y el lugar, no es de extrañar que esta mansión de fachada resplandeciente lleve el nombre de El Castillo. Hay que remontarse a 1911, cuando lo que hoy es prado no era más que monte salvaje, y cuando llegar hasta aquí en ferrocarril era toda una aventura que requería incluso transbordo a un pequeño tren de trocha angosta. Por entonces el nombre era San Huberto, por el patrono de los cazadores, y Pedro Luro comenzaba la introducción de la especie exótica que hoy se enseñorea en el lugar: el ciervo colorado, oriundo de Europa, pero muy bien adaptado al bosque nativo.
El Castillo mantiene sus puertas cerradas, pero abre, de la mano de los guías locales, para los visitantes que llegan para descubrir su lujoso pasado. Apenas se ingresa se percibe una ola de frescura, aunque afuera brille el sol, y un aroma a parquet encerado que trae recuerdos de otros tiempos y acompaña durante todo el recorrido.
La historia comienza, en realidad, mucho antes de 1911, cuando Ataliva Roca -hermano de Julio y cuya hija, Arminda, se casó con Pedro Olegario Luro- recibió miles de hectáreas como premio a su participación en la Campaña al Desierto. Hectáreas que legaría a su hija, y que su yerno eligió para la construcción de un casco imponente con pisos de pino tea, sistemas de calefacción por cañerías de agua caliente y decoraciones importadas de Europa. Como el hogar que domina la sala de estar y que, según la leyenda, Luro trajo de París después de comprar completo el restaurante donde lo había visto, ya que el dueño no quiso venderle sólo la estructura de la chimenea? Se non è vero, è ben trovato, dicen los italianos, y en todo caso la anécdota agiganta la leyenda de este personaje con un lugar bien ganado en aquel mundillo de argentinos que por entonces impresionaban a París con sus despliegues de riqueza.
De marzo a mayo, durante la época de caza, los Luro vivían en El Castillo con sus invitados europeos: venían orquestas, se proyectaban películas y hasta se hicieron traer lanchas del Tigre para pasear por la laguna cercana, un salitral donde hoy se pueden avistar flamencos rosados. Luro también había hecho venir desde París un tambo que en realidad nunca funcionó, pero que forma parte del patrimonio del Castillo, junto con un interesante museo de carruajes, por el momento inaccesible por restauraciones.
Fin de fiesta
El bienestar, sin embargo, no sería eterno: a la muerte de Pedro Luro, en 1927, la familia conservó la propiedad por unos años hasta que la vendió una década más tarde al aristócrata español don Antonio Maura Gamazo, uno de los antiguos invitados, para entonces ya casado con Sara Escalante, viuda del aviador Jorge Newbery. La hija de ambos, Inés, fue quien finalmente vendió al gobierno pampeano las tierras que hoy conforman la Reserva Provincial Parque Luro, en homenaje al fundador del primer coto de caza.
La planta baja de la mansión conserva la biblioteca, la sala de estar, el comedor -con una mesa extensible, ya que no se consideraba de buen gusto tener más sillas que invitados- y las dependencias de servicio, aunque el personal del Castillo no cocinaba ni dormía en el lugar. Maura agregó a la casa dos alas laterales que se distinguen con facilidad por el cambio de piso; mientras arriba las habitaciones de la familia no conservan exactamente la disposición original, pero sí algunos objetos, como un curioso botinero donde los ocupantes dejaban el calzado sucio para que el personal de servicio lo limpiara y lo llevara a las habitaciones.
Hoy, como ayer, sigue encantando a los visitantes la misma vista que se dice era la favorita de Antonio Maura: la que se tiene desde una de las ventanas del piso superior hacia la lagunita de flamencos y el monte de caldén, donde algunos ciervos se refugian en la temporada de brama.
Por Pierre Dumas
Para LA NACION
Para LA NACION
PÁJAROS VOLANDO
Aunque la temporada de brama es en marzo y abril, durante todo el año el Parque Luro ofrece una actividad que tiene consenso creciente entre los turistas de la naturaleza: la observación de aves, que aquí se multiplica en 160 especies.?No hay que andar mucho para verlas ni hacen falta potentes binoculares: por todas partes se detectan ruidosos loros, teros, pájaros carpinteros, churrinches, loicas, jotes y calandrias. Con suerte, tal vez también algún picahueso.?La visita no tiene una época restringida, pero sí una preferente, a partir de octubre. Todo el tiempo los grupos van acompañados por un guía que realiza una introducción al mundo de las aves, su clasificación y las claves para identificarlas.
DATOS ÚTILES
La reserva
La Reserva Provincial Parque Luro se encuentra 35 kilómetros al sur de Santa Rosa, sobre la RN 35. Se puede visitar todos los días, de 9 a 19. Ingreso: $ 1.
Todos los días, de 10 a 18, hay visitas guiadas al Castillo ($ 2 por persona). Duran alrededor de 50 minutos y se organizan en grupos de 15 personas, como máximo.
La Reserva tiene un restaurante abierto todo el año, El Quincho, con una variada oferta de gastronomía local. Tel.: (02954) 15556504.
Más Informacion
Secretaría de Turismo de La Pampa, Tel.: (02954) 499000infoparqueluro@lapampa.gov.ar