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La Rioja, para viajeros intrépidos

Laguna Brava, al Oeste, es ideal para expediciones por los Andes, en 4x4; Talampaya pone el color al itinerario de la aventura.




LA RIOJA.- Se llega a esta provincia con la cabeza llena de atractivas descripciones de antiguos viajeros. Al principio da la sensación de que engaña, casi ofende por no encontrarse nada de lo mucho que se esperaba. En el trayecto del aeropuerto a la ciudad asoman fábricas abandonadas, calles sin nombres, rostros anónimos y, para peor, no se divisan bien los cerros. El desencanto del primer contacto se diluye después, en el vestíbulo del hotel, donde queda arreglado el viaje o, mejor dicho, la expedición a Laguna Brava. Un destino exclusivo en plena cordillera de los Andes, precedido de un itinerario con todos los ingredientes de un viaje exótico lleno de sensaciones, reservado a los amantes del turismo de aventura.
En ese remoto lugar del mapa se comprobará luego que es suficiente para entender a esta Rioja de la zona oeste, bastante calurosa en otoño, bonita por fuera, con mucho por ver por dentro.
Tomarle el pulso a este paraje andino llevaría mucho días; por eso, cada uno debe medir las fuerzas de su curiosidad y llegar a Laguna Brava con el tiempo suficiente para conocerla y disfrutar a gusto. Espera a 4200 metros de altura y da la sensación de que está en la puerta del cielo.
Eso sí, es indispensable llegar en un vehículo 4x4, propio o ajeno, y con una buena dosis de espíritu aventurero, además de abundante abrigo. Estos poderosos rodados, cuyo simple aspecto trasunta la impresión de asegurar emociones fuertes, requiere por estos lares un piloto adiestrado para conducir.
Laguna Brava es uno de los lugares de más fuerte personalidad de toda la provincia. Por eso, algunas guías de turismo le asignan cinco estrellas a esta excursión, igualmente que a la de Talampaya, otro punto inolvidable de atracción turística, comprendido en el periplo elegido.
Por el camino de los arrieros
El viaje por tierra es insustituible, se efectúa casi por la misma senda por la que los arrieros iban a Chile, en mula, hace varios siglos.
Para nuestro viaje, el conductor es Néstor Pantaleo, un guía de alta montaña, acostumbrado a encabezar safaris fotográficos. Le sobran méritos profesionales, pero su aspecto más valorable es el humano.
El viaje por tierra, decimos, no se hará por caminos convencionales, sino por una indeleble huella de tierra, al borde del abismo, y por el lecho rocoso de un río, en el mejor de los casos.
De ahí que esta forma de hacer turismo para ver la laguna, a 448 kilómetros de La Rioja y a 70 aproximadamente del límite con Chile -conocido como Pircas Negras-, no es, obviamente, para todos.
Por razones climáticas tampoco no debe hacerse en cualquier época del año. Lo aconsejable es entre octubre y mayo a más tardar, cuando no hay nieve, pero sí temperaturas de varios grados bajo cero.
Un buen punto de partida
El mejor sitio para tomar como punto de partida de la travesía es Vinchina, a 340 kilómetros de la ciudad de La Roja por ruta de asfalto. La proximidad de esta apacible población con Laguna Brava -más de 100 kilómetros y varias horas de viaje- es ideal para cumplir el itinerario descansado.
La hotelería es sumamente precaria, pero para dormir una noche -sin pretensiones- es suficiente. El hotel es municipal y esta construido de cemento. Esto asegura que no penetren las vinchucas a las habitaciones.
Ubicada sobre la ruta provincial numero 26, Vinchina es una localidad de antiguo poblamiento aborigen, que dejó un enigmático testimonio: a un kilómetro, en dirección a la cordillera, asoma una enorme estrella dibujada en el piso con piezas rojizas, azulinas y blancas. No hay certeza sobre su significado, pero hay quienes lo vinculan con cuestiones del más allá.
Deambular por las calles del pueblos da la sensación de infinita soledad y lejanía, de estar muy lejos del confort. De todos modos hay teléfono, TV y alguno que otro precario bar para comer sin pretensiones. Las empanadas riojanas son una alternativa tentadora. Una fábrica de muebles de algarrobo da el toque artesanal a la zona.
Vinchina es un álbum con páginas de historia viva que escriben sus casas de adobe y un molino harinero, uno de los más antiguos del país. Para visitarlo hay que pedir las llaves en la Municipalidad. La noche invita a ver un cielo imponente de estrellas mucho más claro que en otras partes, acaso por la ausencia absoluta de smog en la atmósfera.
A la madrugada, muy fresca y sin luz, se levanta el telón para vivir la aventura. Los preparativos se intensifican para que no falte nada: equipo de comunicaciones, bolsas de dormir, provisiones y combustible.
Un paraíso
Primera parada y último lugar del mapa es Jagüé, a más de 30 kilómetros de Vinchina, un paraíso natural perdido en la precordillera riojana, que trepa a los 1800 metros de altura, donde las montañas rivalizan en belleza y el hombre y la tierra se integran en perfecta armonía. Su historia está relacionada originalmente con la minería que fue motivo de su fundación. Esta actividad está desarrollada actualmente por una empresa canadiense cerca de allí y moviliza de paso por el pueblo al personal.
Al pueblito se accede por un prolijo camino de tierra. A lo largo de su calle principal, llana y arenosa, asoman casitas muy viejas de gruesas paredes de adobe, una escuela de construcción relativamente moderna y una capilla de suaves líneas. Dicen los pobladores que a veces, cuando el viento zonda sopla con intensidad, el pueblito desaparece en medio de las nubes de polvo.
Una edificación sencilla y prolija, aunque aún inconclusa, corresponde a los guardafaunas. La compañía de ellos es obligatoria en los viajes a Laguna Brava. Cobran 38 pesos por grupo y el recibo que entregan no es oficial. Además, hay que pagar 10 pesos por persona. Muy cerca de allí, en un bar con aspecto de casa de familia se sirve un delicioso pan casero y mate cocido para atenuar el frío y renovar la energía para seguir el viaje.
Al borde del precipicio
Las primeras luces de la mañana -amanece entre las 7.30 y 8- alumbran el camino hacia el corazón de la cordillera, primero por un camino de ripio, y luego por una huella sinuosa al borde de la cornisa que se interna de lleno en los cerros en medios de curvas y contracurvas. No hay tránsito, de ahora en adelante los atrevidos por ese camino solamente son el chofer, el cronista y el fotógrafo. La batalla se libra poco a poco, en medio de las montañas y el silencio.
A medida que se va ganando altura, el paisaje se va tornando más árido, pero los cerros adquieren distintos colores que se asemejan a los de la paleta de un pintor. El paisaje se hace un espectáculo con el muro de montañas que bordea el camino. Signos de desprendimientos de piedras de las laderas provocan inquietud.
La cordillera comienza a ganar presencia, se incorpora por la ventanilla del Land Rover Defender sin límites precisos, como si avanzara en un mar de montañas de distintas formas y tamaños. No hay rastros de civilización.
Se ven las primeras manadas de guanacos y de vicuñas y alguno que otro zorro que se cruza al paso del vehículo. Este transita despacio por la huella a veces invadida por agua cristalizada por el frío.La altura se hace sentir: dolor de cabeza, decaimiento, etcétera. Un frío intenso y un tibio sol desalientan todo intento de abandonar el rodado por un instante para admirar el paisaje.
Por fin, la laguna
Antes de subir al Portezuelo, el punto más alto del itinerario -4400 metros de altura-, todo lo que se ve es un inacabable cordón de cerros, algunos manchados de nieve. Después de ese paso se llega al lugar más esperado del viaje: Laguna Brava.
Un paisaje increíble. Un vistazo hacia abajo, permite vislumbrar el espejo de agua, una enorme mancha blanca, producto del salobre de sus aguas, en medio de una extensa altiplanicie de tierra. En invierno, la nieva alcanza allí a los tres metros de altura.
La aproximación es a campo traviesa por plena cordillera y a veces la marcha se hace dificultosa por las características del terreno y por efecto del apunamiento. Cerca de la laguna, de forma alargada -20 kilómetros por 3 o 4 de ancho- asoman algunos picos nevados como adornos del paisaje. El cerro Bonete, de 6759 metros y un blanco eterno, domina el espectáculo.
No existe flora y la fauna esta compuesta por flamencos blancos y rosados, además de los guanacos y vicuñas. La caza está prohibida.
En medio de la laguna, los restos de un avión caído hace muchos años despierta curiosidad. Parece ser que transportaba caballos de carrera, procedentes de Lima, cuando se vino abajo. Una de las alas fue arrastrada por el viento y está alejada del fuselaje.
La laguna se alimenta por ríos de deshielo, lluvias y aguas subterráneas, tiene origen volcánico y su contorno es fangoso, peligroso para aproximarse. El fotógrafo no se acobarda y llega hasta al lado de los géiser, acariciados por el agua. Estos caprichos de la naturaleza son surtidores intermitentes de agua, característicos de las zonas volcánicas.
Los refugios e historias
Siempre a campo traviesa, con piso de piedras, se llega a uno de los refugios que fueron construidos por Sarmiento en el siglo pasado, cuando se llevaba ganado a Chile.
Su construcción es de piedra y tienen forma circular, paredes gruesas y sin ventanas. El ingreso dibuja la forma de un caracol para evitar la entrada del viento. Al lado de la puerta y a la intemperie hay una tumba de piedra medio abierta, en la que se observa el esqueleto de un hombre. Se dice que es un arriero que murió congelado. Pero eso no es todo. Dicen también que si es de día y los restos son cubiertos del todo mediante el acomodamiento de las rocas, por la noche son retiradas misteriosamente. Historia extraña... De todos modos, si se anima, allí está permitido pernoctar.
Desde Laguna Brava, el camino de tierra y piedra muere mucho más adelante, en Pircas Negras, en el límite de Chile, en lo que antiguamente fue el Paso de las Carretas. Del lado del país vecino no hay ninguna huella, pero en su prolongación imaginaria permitiría llegar a Copiapó, cerca del Pacífico.
Jorge Llanos, 43 años, un experto como guía de alta montaña, recientemente unió en motocicleta esa ciudad chilena con la localidad de Vinchina, para reafirmar -nos dijo- la posibilidad de que se construya un camino entre ambas y demostrar que "la integración no solamente se hace por decreto".
Al dejar la laguna y emprender el regreso queda la impresión de que el viaje a Laguna Brava fue, como se preveía, excepcional, surtido y variado en experiencias. Con todos los ingredientes de una aventura reservada a turistas para toda clase de terrenos.

Talampaya, una propuesta de altura

Naturaleza plena: los cerros de este sitio de La Rioja, tan viejos como el tiempo y de fama mundial, ofrecen uno de los paisajes más impactantes y coloridos del mapa argentino.

LA RIOJA.- El desfiladero es ancho en medio de las paredes rocosas que lo bordean y que se elevan buscando el cielo. Mientras se avanza da la impresión de que todo el espectáculo se prepara como una película de suspenso, para mostrar un lugar extraño y con aspecto de haber sido abandonado.
Es una porción de la geografía riojana que luce como el confín del mundo, a 216 kilómetros de esta ciudad por ruta de asfalto. Se llama Talampaya, y sorprende porque sus formaciones rocosas sobreviven como un monumento al pasado.
Millares de fotografías perpetúan esta obra de la naturaleza en el oeste de La Rioja. Por aquí los turistas son legiones y sobran las razones.
La principal de ellas radica en que en este parque provincial cada paso es una sorpresa que se va transformando en asombro y el asombro en fascinación.
Milenios enteros han dejado el sello de su paso en la piedra. La historia también se escribe por esos lares, ya que era el paso de los arrieros en la época de los caudillos.
Un viejo colorado
El territorio tiene 225 millones de años, está ubicado entre las sierras de Sañogasta y los Colorados, donde se alternan elevaciones de hasta 1300 metros.
Convertido en una valiosa reserva arqueológica y paleontológica, muestra las deformaciones geológicas que van desde la era precámbrica al cuaternario.
Podría haber sido el escenario ideal para los dinosaurios del film Jurassic Park, del hábitat de aquellas criaturas cuando dominaban la Tierra. Hoy Talampaya ejerce su mágica convocatoria con sus imponentes murallones de piedra y quebradas.
Asoma como una tentadora aventura para vivir, igual o más interesante que el Valle de la Luna, en San Juan, también de fama internacional y de gran riqueza científica. Sobre gustos no hay nada escrito. Combinar una visita a ambos lugares es lo más frecuente. No se demora más de un hora en auto entre ellos.
El camino elegido para recorrer Talampaya depende del tiempo del que dispone cada uno.
El paseo más corto, que dura algo unas dos horas, presenta caprichosas formas rocosas talladas por la naturaleza que alcanza 145 metros aproximadamente. Se destacan sus colores rojizos, producto de una prolongada erosión.
En camioneta y con guía
Las características del recorrido son propias de este siglo. En el umbral del predio se contratan guías locales con camionetas, ya que no se permiten recorridos con vehículos particulares.
Las mejores épocas de visitas son otoño y primavera; en verano conviene evitar la hora de la siesta y en invierno es preferible elegir el mediodía.
Antes de que Talampaya ocupe un lugar de privilegio en la memoria conviene atender unos consejos útiles: llevar calzado cómodo, sombrero, agua para beber y hasta una vianda fría para almorzar.
La excursión se efectúa por la cuenca del río Talampaya, donde todo es excesivo y desmesurado. El nombre del lugar proviene del quichua y significa Río Seco del Tala.
Nadie podrá abarcar desde el vehículo en el que viaja esa realidad portentosa que tiene al alcance de la mano, excepto que lo haga con una cámara fotográfica.
En La Puerta
Un sendero arenoso interna por el Gran Cañón de Talampaya hasta lo que se conoce por La Puerta, donde se efectúa el primer descenso y se escuchan las primeras explicaciones siempre en castellano.
Luego asoman sobre las laderas petroglifos y grabados realizados por culturas que se asentaron en forma sucesiva y en diferentes períodos.
Si uno se desvía de los senderos destinados al turismo podrá ver también los morteros, realizados sobre rocas desprendidas de los paredones.
Frente al exotismo magnífico de las gigantes paredes rojas se descubre que el lugar es un hábitat ideal de zorros, liebres y guanacos que conviven en plena libertad.
Hasta es posible observar el vuelo de los cóndores que anidan en los cerros.
El panorama insiste en tornarse majestuoso, a medida que se avanza, sobre todo porque las murallas permiten encontrar figuras de variadas formas o simplemente imaginarlas. En este caso depende de la perspectiva desde donde se las mira.
El sol acentúa el rojo de las rocas que al simple tacto desprenden arenisca y arcilla de múltiples colores.
Esculturas de la naturaleza
Al seguir el camino se observan otras grandes obras de la naturaleza. Se ve La Cueva y al lado el rostro de una persona grabada que parece hacer de portero.
Maravilla la preservación que ha hecho el tiempo de algunas figuras labradas por el agua y el viento como si las hubiera hecho el hombre. Nos referimos, entre otras, al Rey Mago, la Torre de Ajedrez, La Horca y El Pesebre.
En la figura conocida como el Fraile o el Monje termina el recorrido. Recorrido -digamos- del cual el huésped concluirá con una buena cantidad de polvo y bueno...si sopla el hosco viento zonda en el trayecto, mejor no entrar en detalles.
De circuito en circuito
Talampaya cuenta con cinco circuitos de 2, 3, 4, 7 y 8 horas de duración. El más breve cuesta 35 pesos y el más largo 130. Además se debe abonar, en concepto de entrada, la suma de 3 pesos. Para quienes disponen de un día entero pueden visitar la Ciudad Perdida que se parece a una ciudad fantasma extraviada en el desierto y, por supuesto, con la compañía de un baqueano. Quienes la conocen sostienen que forma parte de uno de los circuitos más atractivos.
Hay posibilidades de acampar al lado de la guardia de entrada en Talampaya, con apoyo de los sanitarios de las instalaciones del parque. Un bar y un quiosco, con precios módicos, satisfacen las necesidades elementales. Informes: 0825-70397.
Cómo llegar
Talampaya está a 1241 kilómetros de Buenos Aires. Desde la capital es conveniente ir hasta Córdoba porla ruta nacional número 9, luego tomar por la 38 hasta la población riojana de Patquía y la 150 hasta el acceso a Los Baldecitos, en las proximidaders del Valle de La Luna, en San Juan. Desde este sitio, por la ruta provincial 26, se accede Talampaya.
Algunas recomendaciones para llegar
LA RIOJA.- Talampaya y Laguna Brava figuran entre las metas más tentadoras para alcanzar en una visita al Oeste de esta provincia. Pero para ello se deben adoptar prevenciones en torno de algunos datos clave. Al decir del director de Turismo de La Rioja, Carlos Asís, hay que viajar bien equipado e informado esencialmente sobre infraestructura hotelera, caminos y clima. Efectivamente en casi todo el trayecto hasta la laguna, pasando por Talampaya, el hospedaje es muy precario, las estaciones de servicio son escasas, las temperaturas son variables y la altura también, y las provisiones no se obtienen en el surtido esperado.
Julio Aguirre Chaneton

(Del Suplemento Turismo)
Fotos: Martín Lucesole
Información
Para más información, la Casa de la Provincia de La Rioja brinda información al teléfono 813-3417.

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