FORMOSA-. "¡Algo me hincó cheraá !", gritó César quejándose. Sus tres compañeros dejaron de arrastrar la lancha y corrieron hacia él. Quebrado de dolor y con su tobillo sangrando, César indagó a su alrededor con la intención de identificar al ponzoñoso que lo había agredido, a la par que miraba de reojo la ubicación de su enorme cuchillo.
Ninguna víbora salía del agua. No se veía movimiento alguno más que el de unas pequeñas gotas de lluvia sobre la superficie del Pilcomayo. ¿Había logrado la serpiente fugarse sin que siquiera los expedicionarios lograsen identificarla? ¿Qué es lo que aquellos hombres podrían hacer encontrándose a dos días de navegación desde el centro poblado más cercano, la fronteriza Clorinda?
Sólo habían pasado unos diez segundos desde la hincadura y César salió del agua tras no poder señalar a su cobarde agresor. La sangre tapaba la herida y, en medio del clima de tensión, Waldo Orué, también clorindense, sugirió: "¡Por el tipo de herida se parece a la hincadura de la raya, cheraá !" Se instauró, entonces, una atmósfera de mayor alivio.
Así, César Ronco olvidó el cuchillo que le habría permitido abrirse el tajo aún más para que saliese el veneno. También a la supuesta víbora, al cobarde ofidio que nunca existió. Y apretaba sus dientes para contener el dolor porque no corresponde a un hombre exteriorizarlo en la indómita comarca del Chaco, en las entrañas de este río hasta hace muy poco imposible de recorrer por el asecho de cuatreros, furtivos y contrabandistas que operaban en el límite con el Paraguay. El dolor es un sentimiento que los hombres del extremo norte del país rechazan, niegan aunque se les clave dentro como un puñal, que ocultan a pesar de que necesiten dar un grito tal que podría oírse a leguas de distancia.
" Semejaaante dolor produce la hincadura de la raya, cheraá ", comentó Carlos Arnedo, un agrimensor que conoce el Chaco formoseño como nadie, mientras tenía la intención de asistir a su amigo que por supuesto negaba cualquier ayuda. "Recuerdo que los caballos se revolcaban por horas cuando una raya los hincaba. Era terrible imaginar el dolor que sentían", agregó, con la sola intención de demostrarle a su compadre el reconocimiento por su aguante y envalentonarlo todavía más.
La herida tenía la forma de un semicírculo invertido, no de dos puntos como la que deja una serpiente venenosa. La responsable, la raya, junto con el tiburón pertenecen al orden de los selacios. Tiene la forma de un disco romboidal y en algunos ríos chaqueños reposa en el fondo arenoso produciendo un camuflaje homocrómico con el suelo. Posee alas anteriores que se mueven muy despacio y en la cola tipo serrucho de ciertas especies tiene un aguijón con una glándula venenosa conocida como pastinaca. Al hincar, la cola de la raya expulsa el veneno y al retirarse de la víctima la desgarra. Luego, lo previsto, adormecimiento de la pierna, fiebre e infección, pero todo tratable con reposo y los métodos de la medicina tradicional. " Ndé , ¿y si le colocás el ojo de un pescado dentro de la herida, dicen que es muy bueno, eso dicen..., acordate que tenemos los moncholitos que obtuvimos esta mañana", le propuso a César uno de sus compinches mientras ya iba recuperando el color original de su piel. Pero éste lo ignoró y ya estaba dispuesto, así nomás, a seguir camino a pesar de su fuerte dolor.
Comarca plácida
No obstante los peligros, las travesías por el Pilcomayo otorgan mucho más que vivencias perniciosas para quienes se animen a recorrerlo. El camino de acceso hacia uno de los puntos posibles para dar comienzo a un itinerario de aventura por el río fronterizo tiene como referencia a la localidad formoseña de Buena Vista, apacible población de calles de tierra demarcadas por jardines cubiertos con jugosos pomelos y limones gigantes.
Jornadas de sol y calidez ambiental muy agradables también sobrevuelan la ribera del Pilcomayo, en el que la elección de la embarcación puede ser un elemento clave para el desarrollo de la excursión, porque en caso de botar una embarcación de proporciones exageradas se estará en la necesidad de humedecer el pie en reiteradas oportunidades. "¿Seguro que éste es el Pilcomayo?", preguntó atónito un porteño que se arrimó a la orilla del río para sumarse a una excursión y a quien la idea de que estaba frente al Pilcomayo no le entraba del todo en su cabeza. "Lo es, ndé ", le respondió uno de los nativos.
A nada más que 160 kilómetros de su desembocadura, el Pilcomayo es más bien un arroyo, un pequeño riacho de apenas diez metros de ancho entre costa y costa, entre el Paraguay y la Argentina... El famoso Pilcomayo..., ese río que figura en todos los libros de geografía escolar. ¿Pero cuál es realmente la historia de decadencia de este río, tal vez el único de toda Formosa que de tanto en tanto se queda casi sin agua, en momentos en que desde los puentes de la ruta 11 se observa que otros riachos formoseños como el Monte Lindo Grande, el Hé Hé, el Inglés y el Porteño están casi rebasados de agua? El desagradecido bañado La Estrella absorbe toda la masa de agua del Pilcomayo, pero nunca se la devuelve; se la obsequia al resto de los riachos que cruzan la provincia por las latitudes centrales.
Si la moneda cae del lado de la buena suerte, la navegación por el Pilcomayo puede resultar sin sobresaltos. Acompañada de buena temperatura y hermosos paisajes. Agreste, inhóspita, atravesando porciones chaqueñas indómitas cuyas únicas señales de civilización, tras días de andar, las dan eventuales alambrados y un cartel indicador del límite sudoeste del Parque Nacional Pilcomayo, al que es imposible llegar en vehículo.
Navegar el Pilcomayo es un viaje para quienes gusten jugar a ser exploradores, como el cura jesuita padre Patiño o Luis Jorge Fontana, y realmente serlo. Es para los que adoran el aire puro, la naturaleza con todas sus facetas y la tensa calma que inspira un entorno vegetal avasallante. A veces no se ven ni los loros. No hay cazador que se cruce por delante; nadie, nadie. Los pocos que andan se acovachan en el monte. Como si el temor operase muy bien en la región argentina guaranítica. Nadie se deja ver, nadie se detiene a verificar quién es el que se acerca o cruza porque nunca se sabe... Quién puede venir, qué intenciones trae. La comarca vivió tiempos duros, de peligros constantes: tiroteos, cuatrerismo, cacería furtiva. Se cuentan con los dedos las personas que en el Gran Chaco salen al campo de excursión sin su escopeta o su rifle. Eso de salir a hacer turismo en el Gran Chaco Gualamba es cosa de extraterrestres, o gringos.
La navegación sigue. De tiempo en tiempo, puede resultar entrecortada si el río contiene escasa agua. Algunos sectores de las barrancas están cubiertos de huellas de jabalíes y moritos. "Hay chancho como para hacer dulce", había dicho el guía baqueano César Ronco en oportunidad de recorrer por segunda vez el Pilcomayo. Y allí es donde el instinto cazador de los montaraces chaqueños se precipita provocándoles cosquillas en el cuerpo, deseo de disparar hasta dar con la víctima. Aunque algunos clorindenses, como los hermanos Ronco y Waldo Orué, conciben la idea de proteger a los animalitos del norte formoseño.
"Este río está moribundo -reflexionaba Carlos Arnedo al culminar un relevamiento de las potencialidades turísticas del Pilcomayo-. No hay muchas palmeras caídas, lo que indicaría la acción de crecidas, tan comunes en la región, las barrancas del río parece que no se han modificado por años."
Mágico y cerril
Igualmente, la naturaleza se exhibe a pleno en el Pilcomayo, amén de sus peligros ocultos, latentes. El sector entre Buena Vista y la unión con el brazo norte del Pilcomayo que viene del Paraguay está poblado de laureles y timbós, también de palmeras caranday. Pero cuando el agua escatima, está tan salada como la de los océanos y eso espanta incluso a los yacarés, reduciéndose el avistaje de fauna.
Un momento de paz, entre la vegetación amenazante
Gracias al enojo o la alegría de los dioses, todo en el Pilcomayo puede ser disfrute, goce. Un asado sobre la margen paraguaya, colgarse de la rama inclinada de una palmera, observar el agudo trabajo de las pequeñísimas avispas en un panal o pararse frente a espesos montes de urunday, guayacanes, lapachos o timbós son delicias que solamente el Chaco húmedo formoseño puede ofrecer.
Con escasez de agua, los sitios de marcha lenta coinciden, imprevistamente, con los rápidos del Pilcomayo, por los que el agua escurre con velocidad. A esos lugares, los guías clorindenses denominan, con humor, los rápidos-lerdos . Y así quedaron bautizados para la posteridad, porque justamente en un rápido-lerdo, que lo había obligado a bajarse del bote para empujar, el cheraá sufrió la hincadura de la raya.
La navegación por el Pilcomayo es majestuosa, arriesgada, díscola, pero "por demás bella", como diría un formoseño. Atraviesa una comarca cerril que nunca llegó a colonizarse de ningún lado de la frontera. Un sector del corazón americano que todavía bombea la sangre generada por una conquista tardía. Que del lado argentino, en parte ha sido declarado área intangible por Parques Nacionales, una categoría solamente aplicada a zonas de ausencia de pobladores. Que del lado paraguayo se habían desarrollado aserraderos que las décadas transformaron en vestigios.
Al recorrer el Pilcomayo, quizá se practique algo así como un trekking acuático. Bajarse una y otra vez para empujar el bote, especialmente si se lo recorre en una de las lanchas Chrysler que la Unesco abandonó en Clorinda luego de culminar su campaña contra el paludismo, lustros atrás.
Barrancas agrestes
¿Podría negársele al Pilcomayo que, si durante cuatro días de navegación no se ven pobladores, no se cruzan lanchas, no se escuchan motores, apenas se captan las radios de Asunción y no se aparece ningún cristiano, se declare en estado cercano a la virginidad? De ninguna manera, y mucho menos lo haría el Curupí, mítico personaje de las zonas guaraníticas que, amante de los lugares apartados, lejanos, exóticos, gozoso de la densa vegetación y los grandes montes, se mueve al acecho con su pequeña figura en los mediodías de fuerte sol, si bien ya pocos creen en su existencia. Alguna pausa a esa misma hora puede ser una excelente excusa para probar la poderosa mandioca, un tubérculo cargado de calorías. O para que en un giro de cabeza se dé con algún yacimiento de fósiles, como lo comprobaron los guías clorindenses Rubén y César Ronco y Waldo Orué en una de sus incursiones veraniegas, tropicales, por el Pilcomayo, ayudados por un motorcito de cuatro caballos de fuerza.
Cerca de Clorinda y de Puerto Elsa, en Paraguay, el Pilcomayo disimula muy bien su condición de río decreciente, en agonía, que sufre la nostalgia de haber sido un grande que puede caer en el olvido, en el recuerdo de los ancianos que describen su buena estirpe de otrora, de cuerpo alargado y sinuoso, que supo unir de par en par los extremos oriental y occidental de Formosa como, tal vez, nunca vuelva a hacerlo. El reflujo de agua que entra del río Paraguay oculta la situación del Pilcomayo y hace que los nativos supongan que el río es río y no un riacho, como deja expuesto su angosto cauce a la altura de la localidad de Buena Vista y que escasísimos pobladores locales conocen. Y ni imaginar lo que debe ser frente a Sargento 1° Leyes, donde dicen que el Pilcomayo renace hacia el este de la provincia, en su lucha cotidiana por sobrevivir, una contienda que tiene como principal oponente a la misma naturaleza que le da vida.
Llegando al río Paraguay aparecen caseríos en ambas márgenes y si el reflujo es importante, los camalotales invaden el cauce de punta a punta impidiendo el paso a cualquier embarcación, sea piragua, lancha, submarino, o cachiveo. Quizá con un ancho de veinte metros, medida factible para atravesarlo en un par de minutos, pero, ¿y si el ancho de esa isla flotante de vegetales poderosos, imbatibles, que se aferran y abrazan entre sí cuando uno intenta hacerse camino con los remos, es de cien metros, cuánto tiempo y cuánta fuerza es necesaria para traspasarlo? La de una generosa provisión de mandioca.
Nada más que un obstáculo más en ese Pilcomayo que conserva interesantes ejemplares de fauna. Lobitos de río, carpinchos, semejante cantidad de jabalíes como para hacer dulce, yacarés, curiosos martinchos (el martín pescador), simpáticos monos carayás, tucanes de picos coloridos, coatíes, tuyuyús cuarteleros, pero también rayas y ofidios. ¡Cheraá! , semejante naturaleza se vive en el Pilcomayo, donde todos sus componentes siguen recreando el juego de quién es el más fuerte.
Andrés Pérez Moreno
Curso para navegar
FORMOSA.- Los ríos de la región chaqueña (y Formosa ocupa el Chaco Central) tienen un comportamiento irregular. Ocurre que en determinadas épocas del año el Pilcomayo posee mayor cantidad de agua, lo que lo hace prácticamente navegable a lo largo de su mutilado curso. Así, no sería necesario pisar el fondo arenoso de los lugares donde se posa la raya confundiéndose con el suelo, disminuyendo el riesgo de una hincadura casi a cero. Si no, hay que arriesgar bajo el agua un par de botas altas de goma gruesa o cuero, que superen la altura de los tobillos, lo que no es posible que una víbora o la cola de la raya los atraviesen, las que habitualmente no atacan más allá de esa altura a menos que se tenga un comportamiento imprudente. Ser precavidos en la región chaqueña no significa para nada dejar de disfrutar, sino no cometer tonteras: no meter mano en recovecos, en pastizales altos. Hay que buscar los claros para moverse. Si se quiere saber algo sobre suero antiofídico para llevar, lo mejor es asesorarse en algún instituto especializado antes de ir a la región.
Si se desea asesoramiento para una travesía por el Pilcomayo, sólo se cuenta con lo que se conoce como guías baqueanos, los que se limitan con sus zagas de grandes rastreadores a guiar a los visitantes, proveerles comida, una embarcación, pero no tienen la red de seguridad o apoyo que podría ofrecer una agencia de turismo, aunque ellos poseen muy buenos recursos propios, rústicos, como para superar situaciones extremas. Eso debe ser tenido en consideración a la hora de decidirse a contar con la asistencia de alguno de los guías clorindenses, la mayoría de los cuales conoce la región por las salidas de caza y pesca que todo el mundo en Formosa practica.
Carlos Arnedo, responsable del área de Turismo de la Casa de Formosa en Buenos Aires, posee los datos de los que pueden hacer de guías por el río Pilcomayo u otros riachos que no sufren tanto la escasez de agua como el Porteño, el Inglés o algún otro arroyo. Informes por el 383-0721. Si se quiere hablar directamente a Formosa comunicarse con Rubén Ronco, de Clorinda, por el 0718-21597.
Clorinda se halla a unos 50 kilómetros de la capital paraguaya, Asunción. Es una ciudad tranquila, de casas con amplias galerías y jardines tropicales, con verdes plantas y cantidad de pomelos. Se desarrolla junto al Pilcomayo y al otro lado de un puente peatonal se halla Puerto Elsa, un colorido mercado que tiene como taxis a los sulkies y que vende de todo, pero muchas de las cosas al mismo precio que se obtienen del lado argentino. En Puerto Elsa hay mayor barullo, todo es en guaraní y muchos ojos son, por demás, insinuadores. No deje de probar el chipá y trate de obtener vino de pomelo o mandioca, que algunas personas producen artesanalmente.
La guampa es un regalo ideal para traer, representativo y bueno para preparar mate y tereré, muy popular en la zona. Septiembre es el límite de fecha con clima tolerable para viajar a Formosa. Luego, a partir de marzo/abril. Para llegar a Formosa se puede viajar en avión, tanto por Aerolíneas como Lapa, a partir de los $ 90, o trasladarse en ómnibus. La empresa El Cometa (315-4438), por un valor aproximado de 45 pesos, brinda buenos servicios a la capital formoseña y en el futuro se incorporarán coches preferenciales. De Formosa a Clorinda, entre 7 y 8 pesos, en bus o remises colectivos. En Clorinda la comida es muy barata.