Newsletter
Newsletter

La vida acuática

Este desierto verde de 1.300.000 hectáreas, en Corrientes, es uno de los destinos emergentes de los últimos años en el país. ¿El secreto del éxito? Un ecosistema único y animales para ver bien de cerca,con prudencia




COLONIA CARLOS PELLEGRINI.- Podría decirse que estuvimos horas y horas rastreando el temible yacaré que ilustra la tapa de este suplemento. Que el animal nos intimidó con sus fauces abiertas y uno de esos coletazos que hielan la sangre. Que Ricardo, el fotógrafo, logró capturarlo con un poderoso zoom. Podrían decirse muchas cosas, es cierto, y tal vez este relato tendría más sabor a aventura.
Pero si vamos a ser sinceros, tendríamos que aclarar que el yacaré jamás se movió. Que todo el tiempo estuvo allí petrificado, quieto hasta la exasperación. Que lo tuvimos frente a frente, o nariz con hocico, más bien, y que lo divisamos a los pocos minutos de internarnos en la laguna Iberá. A éste y a unos cuantos compañeros más que se deslizaban sigilosos bajo el agua, indiferentes a los ahhhs y uhhhs de los turistas encaramados en la lancha. Indiferentes, también, a la familia de carpinchos que estaba dele masticar pastos a su lado, al ciervo de los pantanos que, con su gran porte de color canela, se paseaba impávido por la costa, al canto estridente de los chajás y, en fin, a todo ese concierto de vida que palpita en las entrañas de los esteros del Iberá.
En realidad, ésa es la verdadera aventura que esconde este inmenso desierto verde. Tener semejante despliegue de fauna al alcance de la mano, descubrir desde un lobito de río hasta un aguará guazú - zorro grande en guaraní- sin necesidad de hacer travesías eternas ni recurrir a potentes prismáticos, es un privilegio que pocas veces regala la naturaleza. Daría la impresión de que algunos ejemplares hasta posan para las fotos, con una mansedumbre sólo atribuible al que se sabe cuidado y protegido.
Claro que no siempre fue así. Durante años, los animales estuvieron a merced de los cazadores furtivos de la zona, que llegaron a extinguir algunas especies emblemáticas como el guacamayo azul y el yaguareté. Así estuvieron los esteros, totalmente desprotegidos, hasta 1983, cuando la provincia de Corrientes los declaró Reserva Provincial. De todas maneras, la caza indiscriminada continuó y sólo pudo eliminarse en 1990 gracias a un ingenioso cambio de reglas: los cazadores se convirtieron en guardafaunas y, en esa comunión del bien y el mal, se intentó preservar el ecosistema, que dicho sea de paso es la reserva natural más grande del país.
Son, de hecho, 1.300.000 hectáreas (unas 65 veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires) de riachos, lagunas, esteros, bañados y embalsados, que cubren el 14% de la provincia de Corrientes. Se los llama esteros -depósitos de agua estancada, de poca profundidad y cubiertos por matas de juncos que se van superponiendo con los años- porque son la formación que más abunda, aunque en este gigantesco espejo de agua hay de todo, desde islas que flotan a la deriva hasta más de 60 lagunas. La más visitada para los avistamientos es la Iberá, que en guaraní quiere decir aguas brillantes; si el sol acompaña, el significado queda bien claro. Hasta acá llegan biólogos, ornitólogos y ecologistas de todas las latitudes. También, mochileros trotamundos como David Low y Fiona Conway, él de Australia, ella de Irlanda, con una edición gastada de Lonely Planet bajo el brazo.
Argentinos, curiosamente, se ven menos. Para muchos, los Esteros cobraron un lugar en el mapa cuando, en agosto último, Luis D Elía irrumpió en los campos que el norteamericano Douglas Tompkins adquirió en la zona. Pero ésa es otra historia y, en lo que concierne al empresario, ya bastante divididas están las aguas en la provincia como para sacudir el avispero.
Decíamos que los que vienen lo hacen atraídos por ese paraíso de naturaleza torrencial y salvaje, por el misterio que encierra esta tierra tan imaginaria como verdadera. No hay datos oficiales de cuánta gente ha pasado ya por estos humedales, pero se sabe que el turismo es más bien reciente y poco masivo. En Colonia Carlos Pellegrini, el pueblo de 600 habitantes que se levanta a orillas de los esteros, hay un puñado de hosterías que, en promedio, no tienen más de 10 años. Ñandé Retá, por ejemplo, es una de las pioneras. Construida en madera y piedra, y protegida por un frondoso bosque de pinos, araucarias, paltos y mangos, la hostería tiene pileta, caballos, bicicletas y canoas, un quincho campero para los asados y un sinfín de hamacas paraguayas para la siesta. Pero la nota la dan la calidez de los Noailles, los dueños, y de Estrella Losada, una administradora de sonrisa tan luminosa que no podría llevar otro nombre.
Casi todas las hosterías incluyen en su precio una o dos excursiones. Porque, además de los paseos en lancha, los visitantes pueden atravesar una selva en galería, hogar de una docena de monos carayá o aulladores, hacer cabalgatas por esteros y palmares, organizar salidas en canoa o, en la inmensidad de la noche, caminar bajo un cielo blanquísimo de estrellas, divisando animales de hábitos nocturnos como el tatú (o mulita), la comadreja y el zorro. Si tienen suerte, pueden contar con un guía como José Martín, un lugareño que ama y conoce como pocos cada palmo de estas tierras fértiles y ardientes, y que en su verborrágica exposición exuda tanta pasión que contagia hasta al más apático.
Casi una excepción, José, en un pueblo de paisanos cortos de palabras, de lenguaje austero e insondable. Acá, eso sí, el saludo no se le niega a nadie, cabeceo y algunas palabras en guaraní mediante. Después, al trote, el gaucho se pierde en alguna de esas callecitas de arena que evocan (en guaraní, como no podía ser de otra manera) la fauna y flora de la región: Yacaré, Ñangapiry, Guasuvirá, Yaguareté. Mientras, en algún rancho suena bajito un chamamé, ese que habla del payé o embrujo: "Sí, señor. Doy fe de ello: ¡Corrientes tiene payé!"

Vacas, santos y unitarios

La Colonia Carlos Pellegrini parece haberse detenido en el tiempo

Los esteros del Iberá son inseparables de Colonia Carlos Pellegrini, el caserío que se alza al pie de la laguna Iberá y que parece haberse detenido en el tiempo. Tanto, que aquí los colores predominantes son los de la política del 1800: azul (por unitarios o liberales) y rojo (por federales o autonomistas), colores y convicciones que se llevan a la tumba. Basta darse una vuelta por el cementerio local para comprobar que las lápidas están pintadas de rojo o de azul.
Acá no hay bancos, ni estaciones de servicio, ni recolección de basura, ni noticias de lo que pasa más allá del horizonte espeso y húmedo. Las casas son ranchos de barro, paja y bosta de caballo para que no penetre el agua; los vecinos son compadre o comadre; la gente no se casa, sino que se machimbra ; no se enferma, está ojeada , y adora a santos profanos como San la Muerte, un pequeño esqueleto con una guadaña en la mano; Santa Librada, que ampara a los prófugos de la Justicia, y por supuesto, el Gauchito Gil.
Tan tranquilos son los días que la principal ocupación del policía del pueblo es "meter presas" a las vacas que campean sueltas por las calles, colándose en otros terrenos y comiendo pasto ajeno, las encierra en un corralón hasta que el dueño del animal paga la multa o la fianza correspondiente para recuperarlas.
Pero el simpático folklore también tiene su contracara: la deserción escolar alcanza el 50%, la pobreza es aguda y las niñas-mujeres empiezan a parir a los 14 años, y ya para los 30 tienen más hijos, y nietos, que dientes.
Algo ayudó la llegada del turismo. Muchos se decidieron por fin a aceptar la llegada de la electricidad, limpiaron un poco el rancho, agregaron alguna habitación y ahora ofrecen un humilde hospedaje.
O también hay otros como don Tino, que a su comedor -porque por acá tampoco hay restaurantes, sino eso, alguno que otro precario comedor-, decidió darle un toque más cosmopolita y colgarle un cartel de fast food . Hasta que, claro, alguien le explicó que una cosa es que allí se coman pizzas, empanadas y milanesas, y otra distinta es que cada plato tarde más de una hora en servirse. Y don Tino, entonces, quitó resignado su cartel.

Datos útiles

Cómo llegar

En auto se llega por la ruta nacional N° 14, por Zárate Brazo Largo hasta Mercedes. Hasta allí son 700 km. Después se recorren 120 km de ripio, por la ruta 40, hasta Carlos Pellegrini. En ómnibus, Flechabus viaja todas los días a Mercedes, a las 21 ($174 en coche cama, ida y vuelta). Desde allí, el transfer a Carlos Pellegrini sale $ 170 (se divide entre todos los pasajeros; 03773 156 27474). En avión, el aeropuerto más cercano es el de Posadas, y desde allí son 230 km hasta Carlos Pellegrini, el transfer está en 450 pesos.

Alojamiento

  • Hostería Ñandé Retá: tiene 10 habitaciones dobles y triples. El precio por día por persona, con las cuatro comidas diarias, dos excursiones incluidas y uso libre de bicicletas y canoas, es de $ 330. La hostería también cuenta con videoteca y biblioteca. Una estadía promedio suele ser de tres días y dos noches. Tel: 03773-499411 o 03773-15629109. www.nandereta.com .
Otras opciones:

Recomendaciones

Llevar protector solar, sombrero, repelente para insectos, zapatos impermeables y campera por si llueve. Los veranos son húmedos y calurosos, y durante el resto del año el clima es cálido. Si se va en auto, conviene llenar el tanque en Mercedes, porque no hay nafta en Carlos Pellegrini.

En Internet

¡Compartilo!

SEGUIR LEYENDO

Lanzamos Wellmess, el primer juego de cartas de OHLALÁ!: conocé cómo jugarlo

Lanzamos Wellmess, el primer juego de cartas de OHLALÁ!: conocé cómo jugarlo


por Redacción OHLALÁ!


 RSS

NOSOTROS

DESCUBRÍ

Términos y Condiciones


¿Cómo anunciar?


Preguntas frecuentes

Copyright 2022 SA LA NACION


Todos los derechos reservados.

QR de AFIP