A BORDO DEL SILVER WIND.- Se llama Richard y jura que hasta hace una década fue uno de los accionistas mayoritarios de General Electric en Estados Unidos, lo que le permitió amasar una fortuna envidiable y dedicarse a viajar por el mundo.
Uno podría no creerle nada, sobre todo porque está masticando los limones de su tercera o cuarta caipirinha, pero la verdad es que este setentón alegre y panzón calza como un guante en el perfil de pasajeros que transporta el Silver Wind, uno de los cruceros más lujosos del mundo. Recostado sin perder la elegancia sobre una reposera en la popa del barco, Richard ve caer un sol bien rojo y redondo sobre la costa de Buenos Aires. Lo espera una travesía de 16 días que finalizará en Valparaíso y tocará las ciudades de Montevideo, Punta del Este, Puerto Madryn, Puerto Argentino (destino cancelado por mal tiempo) y, más allá del Estrecho de Magallanes, Punta Arenas, Laguna San Rafael, Puerto Chacabuco y Puerto Montt.
El Silver Wind no es el crucero más grande del mundo ni lleva 3500 pasajeros a bordo; tampoco tiene buffets multitudinarios ni piscinas gigantescas, y mucho menos actividades del estilo clase de salsa a las 18 en la pileta , a cargo de un instructor musculoso con rastas.
En dimensiones y en un nivel conceptual vendría a ser el opuesto de esos cinco estrellas de casi tres cuadras de eslora que ya se hicieron habitués del puerto de Buenos Aires.
El barco mide sólo 160 metros de largo y en este viaje a Valparaíso transporta 240 personas. Claro, cuesta más del doble que un crucero estándar, ya que cada turista del Silver Wind pagó entre 9000 y 11.000 dólares para acceder al mayor lujo al que se pueda aspirar sobre el agua, algo así como un seis estrellas en el mar.
Por supuesto, los pasajeros raramente se desvían un milímetro del siguiente estereotipo: parejas de más de sesenta y cinco que ya recorrieron el mundo varias veces y buscan nuevas experiencias, CEO retirados y millonarios, jubilados con ganas de empezar a gastar su dinero. Son en su mayoría norteamericanos, franceses, canadienses, ingleses y australianos, no hay argentinos a bordo en esta oportunidad. "Estamos hablando de gente que paga no menos de 500 dólares la noche, pero tiene todo incluido; en otros cruceros el ticket es más económico, pero deben abonar por cada extra que consumen a bordo", explica Ralph de Klijn, Hotel Director de Silver Sea.
En cierta forma, esta empresa tiene la filosofía de que el all inclusive ha sido bastardeado y ofrece vacaciones en las que realmente está todo incluido, hasta el último maní en el frigobar de la habitación.
Este directivo de origen holandés comenta que en el buque hay pasajeros que están embarcados desde hace cuatro meses, ya que se subieron en Londres, en septiembre último, y pasaron por Barbados, Fort Lauderdale, Manaos, Río de Janeiro, Buenos Aires y ahora van hasta Valparaíso.
La tripulación, que se desvive por atenderlos, está formada por un equipo de 33 nacionalidades distintas. El lujo tiene sello italiano, porque la embarcación forma parte de la empresa Silver Sea, perteneciente a una familia de la península, de apellido Lefebvre, cuya cara en Europa es la actriz Isabella Rossellini. Y para darse una idea de lo puntilloso que es el servicio, en este recorrido hay un promedio de casi un tripulante por cada pasajero.
Montevideo, Punta y Madryn
Ya en la partida hacia Montevideo, con un río calmo de pequeñas olas arrugadas, queda claro que esta embarcación quiere emular la tradición de los viejos cruceros de principios del siglo pasado, con un estricto código de vestimenta dividido en tres categorías: casual (remera polo y bermudas, si se quiere), informal (camisa y saco) y formal (smoking, o traje oscuro y corbata en su defecto).
El barco viaja de noche para llegar a destino siempre por la mañana y levar anclas por la tarde, con tres aullidos graves de su chimenea. Al arribar a Montevideo ofrece excursiones por 100 dólares, pero muchos se aventuran por las suyas en la peatonal Pérez Castellano y luego, por Sarandí, ven asomar el río azul -ya no marrón- que lame con parsimonia uruguaya la Rambla Naciones Unidas.
Un día en Montevideo es suficiente para el Silver Wind, que a las 6 de la tarde, puntual, parte hacia Punta del Este. La noche esta vez será formal, con una bizarra presentación del capitán, un napolitano recio de nombre Gennaro Arma, y su dream team de colaboradores. Luego, la cena en La Terrazza, el restaurante más fino del barco (hay tres) con las damas de largo y los hombres en código smoking. Y para cerrar la noche, el show de una excelente y muy mimosa cantante inglesa de nombre Emma Sinclair, que con un vestido a lo Jessica Rabbit saca a bailar a un caballero mayor y feliz de la vida.
Pero, entre tanto canapé y champagne, se empieza a sentir cómo el río adquiere modales de mar abierto. Al alba, la llegada a Punta del Este es todo un acontecimiento en el puerto, por la belleza de este navío blanco que hace parecer pequeña a la isla Gorriti.
Y aquí otra vez la misma rutina: algunos toman la excursión a la Isla de Lobos y otros parten hacia lo que se describe como un pequeño pueblo de pescadores , sin saber que se dirigen hacia un lugar donde el metro cuadrado de tierra y arena llega al cielo: José Ignacio. La jornada en Punta regala un sol excepcional, pero hacia la tarde un cielo violáceo, tirando a negro, avisa que el tramo oceánico hasta Puerto Madryn no será un paseo en góndola por los canales de Venecia.
Rumbo sur
De hecho, a las pocas horas de zarpar, el sube y baja de las olas empieza a desmoronar ánimos y un color amarillo se apodera de los rostros. Es entonces cuando se piensan dos cosas: primero, que todo el lujo del mundo sirve de muy poco cuando uno está mareado; segundo, que los pioneros que se aventuraron en los mares del Sur, sin canapés de salmón ni chocolatitos bajo la almohada cada noche, realmente tenían un coraje a prueba de balas.
Entre estos devaneos poco productivos y la compulsiva ingesta de pastillas Dramamine transcurre la noche previa a la llegada a Puerto Madryn. Finalmente, al ingresar en la bahía que protege la ciudad, y con una ballena haciendo un guiño muy a lo lejos, el Silver Wind amarra otra vez en la costa argentina. El viento, habitual huésped en esta zona, recibe a quienes desembarcan para hacer la clásica excursión a la Reserva Natural de Península Valdés, o toman una lancha para realizar el avistamiento de ballenas.
Son las 7 de la tarde y el barco se aleja de Puerto Madryn. Como todos los días a esta hora, el bar se llena de bebedores de buena cepa, que interrumpen los chistes por un minuto para escuchar el pronóstico del tiempo. "Estamos considerando cambiar la ruta porque nos anuncian que en Puerto Stanley hay una fuerte tormenta", dice el capitán Arma por los altoparlantes. "¡Tomemos el barco nosotros y llevémoslo al Caribe! ¡Motín a bordo!", grita un pasajero con un Tom Collins en una mano y un Cosmopolitan en la otra, y hasta el circunspecto barman indio suelta una carcajada ruidosa. Es domingo y por delante quedan una noche y un día enteros de navegación, y otra noche más para llegar, el martes temprano, a las Malvinas.
Sin embargo, el lunes, a las 9, el comunicado del capitán Arma es definitivo: "Hemos decidido cancelar nuestra visita a las Faulkland Islands por cuestiones meteorológicas". El mensaje cae mal entre los pasajeros, ya que muchos de ellos pagaron este barco para llegar hasta allí, pero el malhumor cede con los canapés del almuerzo y se disipa por fin con los pastelitos de la merienda, mientras muchos toman sol en la cubierta, envueltos en mantas.
El crucero navega manso por el golfo de San Jorge, entre olas plateadas que llegan sin tregua, pero inofensivas desde la curva gris del horizonte. Esa noche pasan cosas raras, como una integrante de la tripulación que canta canciones de Edith Piaf a escondidas. O una talentosa pianista rusa, de nombre Katya Grineva, invitada a tocar la noche siguiente, que deambula como una zarina fantasma por la cubierta, ataviada con un vestido del siglo XVIII.
Cancelado Puerto Argentino, el barco se toma todo el martes para navegar pegado a la costa argentina, hasta ingresar el miércoles a la mañana en el Estrecho de Magallanes, donde los vientos ese día rozan los 140 kilómetros por hora. La violencia del océano, con sus olas grises y enormes, recuerda todo el tiempo las historias que contaron Stevenson y Conrad sobre los mares del Sur.
Pero siempre, después de una tormenta, tiene que salir el sol. Y así un amanecer tibio recibe al crucero en Punta Arenas, al día siguiente. Allí es donde termina el recorrido de LA NACION. El barco seguirá por los fiordos chilenos y subirá por el Pacífico hasta Valparaíso, su destino final.
Por José Totah
Para LA NACION
Para LA NACION
Los seis estrellas
En el mercado de cruceros de lujo hay cuatro jugadores bien definidos: las líneas Silversea, Seaborn, Crystal y Regent.
Todas se caracterizan por transportar entre 200 y 900 pasajeros como máximo, y porque los cuartos tienen baranda al mar, no hay camarotes al estilo ojo de buey. En ellos se cena a la hora que uno quiere y no hay que hacer cola en los buffets o para bajar del barco, como sí ocurre en líneas más masivas.
En estos cruceros de superlujo, el pasaje ronda los 10.000 dólares, con todo incluido, y la mayoría de los pasajeros tiene de 60 años para arriba.
Este segmento tiene poco en común con los megacruceros de 3500 pasajeros, que generalmente cuentan con horarios fijos para las comidas y otras actividades, y no se rigen exactamente por la idea del all inclusive ya que, por ejemplo, las bebidas alcohólicas no están incluidas en la tarifa.
Datos útiles
Próximas salidas del Silver Wind
- 22 de enero: Valparaíso-Buenos Aires
- 7 de febrero: Buenos Aires-Río de Janeiro
- 15 de febrero: Río de Janeiro-Bridgetown, Barbados
Costo de pasajes
- Suite de 22 m2, con vista al mar: US$ 9175 más impuestos
- Suite con terraza privada: US$ 11.470 más impuestos. En general todos los itinerarios tienen descuentos importantes por reserva y compra anticipada
Contacto
- 4313-5726/7492
- E-mail: silversea@rocatransport.com.ar
- Página Web: www.silversea.com