Punta del Diablo
Instantáneas desde la otra punta
A 40 kilómetros de la frontera con Brasil, un pueblo de pescadores devenido en balneario de alta ocupación y que está en pleno crecimiento
PUNTA DEL DIABLO.– La postal del atardecer en la playa céntrica de este extremo costero uruguayo representa la síntesis más acabada del lugar: grupos de jóvenes y familias rodean un puñado de barquitos pesqueros que, desde el mediodía, permanecen detenidos en la arena.
Hace alrededor de una década que este pueblito de pescadores atravesó la línea demográfica de su capacidad de hospedaje.
Lo que en un pasado más o menos reciente pareció un secreto a voces para quienes buscaban un refugio tranquilo, con los servicios mínimos indispensables y una importante extensión de costas de arenas finas, actualmente se refleja en temporadas estivales con las reservas de cabañas agotadas casi en su totalidad.
“Está todo ocupado desde hace meses”, dice Susana, propietaria del complejo Bien al Este, y se dispone a anotar números de teléfonos y señalar algunos posibles albergues. Pero no garantiza el éxito, aunque parece desearlo desde su amable sonrisa.
Las viejas construcciones de madera y techo de paja son acompañadas año tras año por más posadas que intentan desde la sencillez hacerse del lugar de pertenencia.
Aunque se sigue ensanchando, la Punta menos famosa de Uruguay todavía mantiene el espíritu portuario con el que nació durante la Segunda Guerra Mundial, cuando un grupo de pescadores buscaba cazar tiburones que, por su alto valor proteico, podían abastecer las demandas de los pilotos aliados.
El puñado de lugares para comer pescado parece que cedió ante los gustos tradicionales de los turistas: paella de miniatura de pescados, cazuelas de camarones, pulpos y ensalada de mariscos.
Asimismo, las comidas más exóticas se debaten entre ravioles de algas y pizza de mariscos, que en estas latitudes se venden por metro.
A unos pasos de la playa, sobre la calle principal, El Bucán parece la marisquería más antigua del lugar. Todas las noches se presenta algún espectáculo musical que rescata el folklore del norte charrúa. El dueño del local, un viejo marinero que no quiere sacarse el traje de pescador, recorre las mesas en busca de la aprobación de los comensales. Cuenta historias, pregunta de dónde vienen los visitantes y, al mediar el concierto, se hace dueño del micrófono para contar la historia del negocio, firmemente arraigada al pueblo, y despacharse contra las autoridades que quieren expropiar el local por estar sobre tierras fiscales. Un trago amargo en una cena casi perfecta.
Dos postales
Desde muy temprano, la mayoría de los botes pesqueros se interna en el mar en un ritual que llegan a vislumbrar muy pocos turistas. Sin embargo, entrado el mediodía, los pescadores son recibidos por un privilegiado público, en su mayoría familias, que sigue con entusiasmo el encallado de los botes. Están quienes acercan boyas, sogas y redes, respondiendo contentos al pedido de los navegantes.
También el sabiondo que le da nombre a cada presa antes de que ésta sea depositada en el cajón correspondiente. “No es una raya, es un angelito”, corrige el pescador tímidamente y, de alguna manera, alivia al resto de los espectadores. Mientras tanto, los pequeños cazones, unos tiburoncitos que no superan los 40 centímetros, dejan maravillados a los más chicos.
Al atardecer, la playa de Punta del Diablo parece otro sitio. Los jóvenes se hacen mayoría y entre mates, cervezas y guitarreadas, las canciones revelan rápidamente la procedencia de cada grupo, se oculta el sol sin el aplauso yoruba característico.
Sobre la calle principal se forma un tránsito de gente desordenado y lento. Tienen todo el tiempo del mundo para inspeccionar artesanías; elegir entre una amplia oferta de caracoles y estrellas de mar, o reflexionar sobre cuál de los coloridos cuadros de un pintor y escultor local, firma Parrilla, quedará mejor en la pared de casa.
Un auto clásico, tal vez el único en toda la Comuna de Rocha, transita a paso de hombre entre la muchedumbre y, por un instante, una Polaroid de Punta del Diablo podría ser cualquier rinconcito cubano preparado para el turismo. A pocos metros, sobre la bifurcación que separa la calle Rivera (que va hacia el Mercado de Artesanías) de la Plaza de Comidas, tres mulatos apuran tambores y, sin mayores intenciones que mostrar sus hipnóticos ritmos afro, mudan por unos segundos el lugar a San Salvador de Bahía.
Hacia el Chuy
La península está ubicada sobre el Atlántico, 40 kilómetros al sur de la frontera con Brasil, donde se comparte el límite geográfico de Barra de Chuy (Chui, según la república verdeamarela). Esto hace que Punta del Diablo despliegue una notoria impronta cultural brasileña. Mientras los barmans de los pubs y restaurantes que rodean la plaza principal despiden más caipiroskas, hechas con verdadera cachaça, que cualquier otra bebida, las voces de Chico Buarque y Vinicius de Moraes, entre otros, se hacen escuchar por sobre la de cualquier otro cantautor. Tal vez con la excepción de Bob Marley.
También en los complejos bailables los brasileños parecen tener copada la parada. Entre sambas nada tradicionales, rock paulista y ska cantado en portugués, apenas se hacen lugar algunas rimas de hip hop montevideano y canciones de rock argentino.
Para llegar a estos boliches hay que atravesar unos pequeños cerros ubicados enfrente de la Playa Pescadores, al norte de la Punta, rumbeando en dirección a los bosques. Otro de sus atractivos son las pistas a cielo abierto, algo que, por ejemplo, le permite al que está más alejado de la costa, a unas diez cuadras, disponer de un fogón con el que se comienza a esperar, desde las 2 de la madrugada, la llegada de los jóvenes. Cerca de las 3 una importante parte del complejo se encontrará ocupada por argentinos y uruguayos. Los brasileños brillan porsu ausencia, aunque dejaron su marca.
Nicolás Blanco Rodríguez
Datos útiles
Cómo llegar
Desde Rocha o Chuy se puede llegar por la ruta 9 y, en el kilómetro 298, tomar el camino hacia Punta del Diablo. Al centro llegan y salen micros hacia Montevideo (entre US$ 12 y 14) y Rocha (US$ 8).
Dónde dormir
Se consiguen cabañas para cuatro personas que cuestan a partir de US$ 50 la noche. Un hotel en las afueras de la ciudad tiene un valor de US$ 90 la habitación cuádruple con desayuno.
Qué comer
En El Bucán, las cazuelas, entre US$ 5,5 y 7 (son para una persona). Se pueden acompañar con rabas o miniatura de pescados fritos (US$ 4 y 4,5). Es recomendable el pulpo con arroz (US$ 8) acompañado de vino de la casa (US$ 5).
Tomar algo
En la mayoría de los pubs cercanos a la playa o ubicados en la Plaza de Comidas los tragos cuestan entre US$ 5,5 y 8.
Recomiendan también las exquisitas cervezas uruguayas Patricia y Pilsen (alrededor de US$ 2,80 el litro en casi todas partes).
Más información
Valizas
Un balneario con luz propia
Vecino menos conocido de Cabo Polonio, en la Costa de Rocha, este poblado algo informal y sin electricidad atrae especialmente a jóvenes y bohemios
VALIZAS.– Entre las lagunas Negra y del Castillo se encuentra un frondoso palmar que alberga a aproximadamente 500 ejemplares por hectárea de la especie Butiá. La ruta 16 atraviesa esa arboleda dotada de coloridos pájaros y muere sobre las costas del balneario Aguas Dulces. Unos kilómetros al Sur y ya sobre la ruta Interbalnearia (Nº 10) se encuentra Valizas, una aldea que entre el mar y las dunas hechiza al mismo nivel que su célebre vecina, Cabo Polonio.
Si se llega al anochecer, la recepción es coronada por una hilera de velas cubiertas por botellones de agua y enterradas en la arena. Con ellas, los artesanos iluminan sus espontáneos puestos y, a la vez, van marcando el sendero hacia la plazoleta principal, a unos 100 metros de la playa. Es el momento de aclarar un detalle: el pueblo no cuenta con luz eléctrica ni agua corriente, lo que para algunos lo hace todavía más fascinante.
Al preguntar por un hospedaje, enseguida surge el nombre de Sara, una lugarteniente con todo el tiempo y la paciencia del mundo para mostrar los ranchos (así los llaman) disponibles. Si la cantidad de opciones se acerca a la de los dedos de una mano, ella auspicia de guía en un citytour tan improvisado como revelador para quienes pisan por primera vez Valizas.
En su mayoría, las casas parecen quinchos o establos y se despliegan de manera desordenada entre las dunas cercanas al arroyo que le da el nombre al lugar. Los precios pueden variar considerablemente según el tamaño de las chozas, la forma de extraer agua de pozo (aljibe, bomba de presión o de motor), la cantidad de garrafas y si cuenta con baterías de automóviles o generadores eléctricos para abastecerse de luz. Pese a que los vientos esteños no suelen refrescar mucho el ambiente durante la noche, el bien que más se cotiza, además de ser el más preciado por las mujeres, es el agua caliente.
Todos estos pormenores no son para cualquiera. La buena predisposición es indispensable para que la rústica propuesta del lugar no se transforme en una incomodidad. Seguramente por eso los turistas ronden entre los 20 y 30 años, y en general cultiven un perfil entre bohemio y hippie. Aunque, como sucede siempre, hay de todo.
Comer y salir
Si bien se puede encontrar cierta variedad, las opciones para comer afuera no son muchas. Una marisquería sobre la playa; una parrilla al aire libre, frente a la plazoleta principal, que ofrece el mejor asado de la zona; un bar con mesas y sillas entre las ramas de un gran árbol, que sirve chivitos tradicionales. Un poco más lejos centro, un arco alto hace de escenario para las destrezas circenses con las que se acompañan las veladas en un reducto cuya carta del día dispone de, entre otras cosas, sándwiches vegetarianos y fondue de queso.
Cuando la luna incrementa su presencia y, desde lejos, relampaguea la luz del faro de Cabo Polonio, los shows de funk, candombless, murga y rock son una alternativa para demorar un rato el paseo a oscuras por la playa. Algunos boliches prometen DJ con sesiones cargadas de raggamuffin, reggae roots y ska. Pero antes que por la música, buscan atraer clientes con precios bajos en los tragos y happy hours. Acá no existen entradas y se puede recorrer durante toda la noche. Tampoco hay personal de seguridad.
Son las 2 de la mañana y en el lugar más concurrido, junto a un bar con varias mesas de pool, una europea rezonga ante el pedido de bajar el volumen proveniente del único patrullero de todo Valizas.
“Estamos hace poco y los otros boliches nos tienen envidia porque… ¡nosotros tenemos toda la onda!”, sostiene entre un castellano dificultoso y cierta ligereza en el habla, producto de algunos cócteles.
Mientras tanto sirve vasos de vodka gratis a todo el que se le cruce, para cerrar al grito de “¡brindemos!”
Durante el día
Los jóvenes comienzan a ocupar la playa media mañana. Es el momento en el que se inicia el peregrinaje de muchos grupos hacia Cabo Polonio. Desde Valizas existen tres maneras de llegar a este Monumento Natural. La más cómoda es en auto u ómnibus por la ruta hasta la entrada, donde se contratan 4x4 y Jeeps que entran y salen de la punta costera durante todo el día. Cruzando el arroyo, por lancha o nadando, está la opción de cortar camino atravesando siete kilómetros de médanos o recorrer diez kilómetros de playa. Sin duda, la última opción es la más atractiva para la mayoría, aunque no es nada sencillo. En el trayecto se pueden encontrar desertores que disfrutan de la más absoluta soledad, aunque también están quienes fueron al encuentro de las dunas más inmensas de todo Uruguay para practicar sandboard.
En las cercanías del arroyo Valizas, se asoma cada tanto una docena de jinetes a caballo que recorren el paisaje rico y extenso, que separa las dos localidades.
Si muchos sitios turísticos son adaptados al hombre, en Valizas sucede al revés. La naturaleza parece disponer de todo para disfrutar.
N. B. R.
Los que empiezan a asomar en el mapa
Santa Isabel, Punta Rubia, San Antonio u Oceanía de Polonio son algunos de los nombres que empiezan a sonar en la costa uruguaya, más precisamente en la franja de playa que une dos destinos consagrados como La Pedrera y Cabo Polonio. Por ahora son lugares agrestes sobre el mar, zonas de loteos con un trazado incipiente de calles –si las hay, son de arena–, un puñado de casas, vegetación silvestre y, en algunos casos, una que otra hostería. Como las posadas de San Antonio y Buscavida (en Oceanía de Polonio), dos ejemplos de arquitectura rústica, buen gusto e intimidad.
Datos útiles
Cómo llegar
Desde Rocha por la ruta 15 hasta La Paloma, donde se toma la ruta 10 (Interbalnearia) hasta el kilómetro 271. Es recomendable el viaje desde la ciudad de Castillos por la ruta 16, donde está el Palmar, hasta el balneario de Aguas Dulces, donde se puede tomar la 10.
La empresa Rutas del Sol cuenta con un servicio de ómnibus que recorre los balnearios hasta llegar a Rocha. La frecuencia es de aproximadamente una hora y tiene un costo de US$ 7 hasta Valizas.
Dónde dormir
Los ranchos cuestan entre US$ 30 y US$ 45. La mayoría puede albergar entre 4 y 8 adultos con comodidad.
Qué comer
Desde choripán hasta sándwiches de vacío y entraña, de US$ 2 a 3. Una cena para cuatro personas con postre y bebidas en un comedor a la carta, con opciones limitadas,cuesta alrededor de US$ 30.
Otros paseos
El cruce por el arroyo Valizas en lancha, poco menos de US$ 1. El boleto ida y vuelta en 4x4 a Cabo Polonio (puede ser en el día, con fecha y horario programado o según la disponibilidad del momento) cuesta US$ 5,5 por persona. Las cabalgatas por las dunas tienen un costo de US$ 5 por persona; tienen una duración aproximada de una hora.