Atípica, pero fascinante, San Francisco es la hija rebelde de Estados Unidos. Capital de la contracultura en ese país es más abierta, tolerante y cosmopolita. Es también la ciudad de los tranvías, de las colinas que contemplan la inmensidad del océano, del puente más famoso del mundo y de la legendaria cárcel de Alcatraz.
A lo largo de la historia dio la nota como cuna de los movimientos beat, hippie y gay. Fue escenario de convulsiones populares, reclamos por derechos de minorías y críticas al sistema de vida norteamericano. Aún hoy el barrio Haight Ashbury (llamado así por la estratégica intersección de las calles Haight y Ashbury o Hashbury), donde surgieron los hippies a mediados de los años 60, mantiene algo del espíritu original, aunque en parte se haya convertido en atracción turística, con sus tiendas de discos, pipas de madera y ropa de segunda mano, con vidrieras decoradas con alegorías a la marihuana y signos de la paz. El barrio Castro, por su parte, se convirtió en la capital mundial del movimiento gay.
En toda la ciudad se respira cierto aire de libertad. Pero esa personalidad no se forjó en la segunda mitad del siglo XX sino hacia 1848, con la fiebre del oro: la población creció de 1000 a 25.000 habitantes en un año y se convirtió en el boom de la Costa Oeste. Los marineros arribaban con la ilusión de grandes fortunas y desertaban dejando vacíos los barcos amarrados en los muelles. Primero vinieron los norteamericanos de otras latitudes; después desembarcaron europeos, latinoamericanos y asiáticos. Hoy, el 35 por ciento de la población es extranjera.
En 1906, un devastador terremoto y posterior incendio destruyó más de la mitad de sus típicas casas victorianas, lo que derivó en la mezcla de estilos arquitectónicos que matizan su personalidad imperfecta. Se creó Chinatown, la comunidad asiática más grande fuera de su continente, con tiendas que aún hoy ofrecen pescados disecados, hierbas, periódicos chinos, con casas de té y templos budistas, y Japantown, menos recargado y más pequeño, con su típica gastronomía y oferta cultural.
Punto de partida
El corazón de Frisco late en Union Square. Por su avenida principal, Market Street, circulan decenas de tranvías, subterráneos, trolebuses y colectivos, entre calles con turistas, residentes de todas las razas y locales de marcas famosas. Pero cuidado, que a San Francisco no es cuestión de conocerla caminando sin rumbo. La ciudad es grande y sus cuestas pueden hacer que pocas cuadras resulten interminables. Es conveniente moverse con un mapa que muestre el recorrido de la red de transporte público, que habilita con un mismo boleto (por US$ 2) viajar combinando todos los medios durante 90 minutos. Los choferes suelen ser generosos en el tiempo de vencimiento, ya que ellos mismos cortan el ticket marcando el horario de validez. Aunque los famosos y pintorescos cable cars, vagones de madera que funcionan a través de cables subterráneos, no entran en esta tarifa, sino que cuestan 6 dólares.
Desde Market Street, el tranvía F, de estilo vintage, va directamente a un punto vital: la zona costera de Fisherman's Wharf y su muelle 39, un atracadero convertido en colorido centro comercial, con vistas a Alcatraz. El vehículo va recorriendo la avenida costanera The Embarcadero desde el muelle Nº 1 (los atracaderos se enumeran impares en ascenso hacia el norte de la bahía) a lo largo de 2 kilómetros. Ya en el muelle 33 se baja un sinfín de gente. Allí es de donde parten los barcos de la única empresa que provee visitas a la cárcel, Alcatraz Cruises.
Llegando al Pier 39 se escuchan acordes de guitarra con estilo flamenco. El viento trae rezagos del jazz que suena más lejos. Son los músicos callejeros. Algunos venden sus CD otros tocan por un billete. El F queda vacío. El muelle es una galería a cielo abierto, con puestos de madera que ofrecen gastronomía, suvenires y curiosidades, como objetos para zurdos o merchandising de Alcatraz. A través de toda esta ribera que compone Fisherman's Wharf hay pescado frito para comer al paso, restaurantes y cadenas de fast food (aunque no muchas, esto es San Francisco).
Juegos y submarinos
Sobre el Pier 45 una joya bien guardada deslumbra en el interior de una antigua construcción: un curioso museo gratuito expone 200 juegos mecánicos desde piezas de 1800 hasta los electrónicos más actuales. "Apoye la mano y le diremos su futuro", anuncia el adivino encerrado dentro de una caja de madera. Por 50 centavos vale la pena sacarse la duda. Para los menores puede ser una experiencia fascinante. Entenderán que no siempre existieron los smartphones ni la PlayStation, pero los chicos también se divertían, como los dos hermanos que ahora compiten girando a toda velocidad unas manijas que hacen avanzar sus respectivos muñequitos en bicicleta.
La simpleza también entretiene. Justo detrás del museo, en el mismo muelle, flota el USS Pampanito, submarino que hundió seis barcos en la Segunda Guerra Mundial y está abierto al público. Fisherman's Wharf también es el lugar de donde zarpan paseos como Red and White Fleet, que invita a conocer la ciudad desde el agua en ferries de dos pisos, y pasar por debajo de la superestrella local, el Golden Gate.
El barco sale del muelle 41 y pone proa al gigante naranja. Cuando se inauguró, en 1937, fue el puente colgante más largo del mundo. Si bien hoy es el séptimo en ese ranking, sigue siendo el más famoso. Desde su comienzo fue una celebridad nacional e internacional: en su inauguración sonaron las campanas, las bocinas y 38 buques sonoros festejaron desde el agua. En su 50º aniversario, en 1987, tantos peatones lo atravesaron que el puente perdió su forma convexa y se aplanó.
Los flashes de las cámaras lo iluminan intermitentemente. Hoy se puede ver en su totalidad, pero no siempre es así. La combinación del agua fría del océano y el calor de la península causan la niebla que suele esconderlo, sobre todo en verano.
El barco pega la vuelta y el puente va quedando a nuestras espaldas. Miles de peatones y ciclistas miran desde arriba. Probablemente, sólo un puñado de ellos es consciente de que se trata de un monumento, además de a la ingeniería, a la muerte. En 1995 se registró desde allí el suicidio número mil y hoy se estima que desde su estructura ya han caído 1400 personas. Entre ellos está Roy Raymond, el fundador de la casa de lencería Victoria's Secret.
Las torres del centro
De nuevo en tierra firme, el centro de San Francisco se adivina por los rascacielos. Se destaca la Coit Tower, una torre estilo art déco sobre una colina que ofrece vistas a 360º, y la Pirámide Transamérica, un edificio de peculiar forma piramidal. También se ve el Bay Bridge, el otro puente que conecta la bahía de San Francisco hacia el este con la ciudad de Oakland.
En la famosa chocolatería y heladería Ghirardelli, en la plaza homónima, los mozos desfilan con copas de altísimas torres heladas bañadas en chocolate. Todos miramos atónitos y pensamos probablemente lo mismo: y esa, ¿cuál será entre los nombres del menú? Elegir una opción puede ser un desafío, pero hay que apurarse: el local está lleno de gente y es necesario un rápido recambio para que todos puedan sentarse un rato.
Saliendo por la calle Hyde el paisaje de las colinas es impagable: el cable car con la gente colgada (otra extraña costumbre local, tan contraria a las habitualmente estrictas medidas de seguridad norteamericanas), la bahía y la isla de Alcatraz. Las calorías se consumen enseguida porque hay que recorrerla cuesta arriba, hasta Lombard Street, una famosa calle empinada que tiene ocho curvas en apenas una cuadra. Los autos la bajan a una velocidad máxima de 5 millas por hora (8 km/h). Aseguran que es la calle más sinuosa del mundo.
Las colinas están salpicadas por toda la ciudad. Una de las fotos típicas es la de Alamo Square. Allí están, en barranca, las Painted Ladies, las casas coloridas más lindas y características sanfranciscanas, con los grises rascacielos en el fondo.
A cada esquina la ciudad sorprende. Uno no sabe si el camino continuará en subida o bajada, con fotos de yapa en espontáneos puntos panorámicos con vista al mar. Pese a ser una urbe, San Francisco no es ruidosa ni caótica. Los autos frenan en las esquinas y son generosos a la hora de ceder el paso. Algunos jóvenes circulan en skate. Todo se recicla y cada bolsa que otorgan los comercios cuesta -por ley- diez centavos, para desincentivar su uso.
En el distrito de North Beach está la Pequeña Italia sobre la avenida Columbus, una opción más para detenerse a comer un buen plato de pastas y un helado. En la calle se escucha el italiano, pero giramos en Stockton St. y en apenas tres cuadras, el bullicio crece y el idioma ahora es el chino. Y todo sin necesidad de pasaporte. Porque el mundo es un pañuelo y cabe casi completo aquí, en San Francisco.
Datos útiles
Cómo llegar No hay vuelos directos desde Buenos Aires. Las aerolíneas ofrecen el paquete con la combinación en Miami, Atlanta o Nueva York (de US$ 1200 a 1800 en promedio).
Dónde dormir Dónde hospedarse: San Francisco es una ciudad cara. Entre los hoteles más emblemáticos está el Palace Hotel o Westin St. Francis (desde US$ 500). Los más económicos en el centro rondan los US$ 150 la noche, como Cornell Hotel de France o Beresford Arms. A unos minutos del centro, el Metro Hotel es pequeño y familiar, pero recomendable (US$ 90). También se puede alquilar las típicas casas victorianas desde US$ 180 la noche para varias personas (www.airbnb.com).
Qué ver Visitas a Alcatraz: http://www.alcatrazcruises.com. US$ 30 paseo diario, incluye la ida en lancha, y el audiotour; US$ 37 el nocturno. Al Golden Gate: el colectivo público 28 es el que lleva al Bridge Pavilion, que tiene un centro de información turística que provee mapas gratuitos. Desde aquí se accede al puente y hay puntos panorámicos para tomarle fotos.
Alcatraz, una cárcel famosa en la ciudad de la libertad
Frente a San Francisco descansa, en una isla, una célebre cárcel de máxima seguridad. Desde 1963 ya no encierra reclusos, por su alto costo de mantenimiento. Hoy es monumento histórico nacional y también la atracción turística más popular en la zona. Son tantos los que quieren pasar unas horas entre rejas que los pases de la empresa Alcatraz Cruises se agotan con varios días de anticipación. Si rompe las reglas va a prisión. Si rompe las reglas de prisión va a Alcatraz, intimida un cartel en la entrada. La cárcel corona la isla y para alcanzarla hay que ascender a pie el equivalente a un edificio de 13 pisos. Un audiotour guía el recorrido por el interior del predio contando su historia con relatos de presos y guardiacárceles. Hay quince visitas diarias y dos nocturnas. Dicen que ver las luces de la ciudad tan cerca era uno de los peores castigos que los reclusos podían tener. Es cierto. La vista, desde la isla, paradójicamente es hermosa.