Lugares... premiados

Construida por el arquitecto francés León Dourge e inspirada en el castillo de Marais en la zona de Ile-de-France, esta magnífica residencia perteneció originalmente a Luis Duhau, ministro de Agricultura durante el gobierno de Agustín P. Justo. En junio de 2006, el Palacio Duhau reabrió sus puertas convertido en un lujoso hotel con el sello de la cadena Hyatt.

Un refinado trabajo de restauración supo recuperarlo e incorporó un segundo edificio de diseño contemporáneo sobre la calle Posadas. Ambos conviven a la perfección y se comunican por una galería de arte que avanza debajo de un jardín aterrazado. A este jardín mira la terraza del primer piso, uno de los espacios más codiciados por los huéspedes.

En San Antonio de Areco y con objeto de brindar un espacio para unir arte, cultura y tradición, la Fundación Las Lilas creó en 2009 el Museo Las Lilas de Areco. Se presenta allí una valiosa selección de obras originales del popular Florencio Molina Campos.

Montado en una antigua casona, dos grandes salas fueron acondicionadas para exhibir cronológicamente los períodos en que se divide la obra del artista. Acuarelas, pasteles y témperas junto con afiches publicitarios, chapas y algunos objetos personales componen el patrimonio, que suma unas 70 obras, curadas por Marcos Bledel.

Además de una tienda, la visita concluye con un paso por el bar y cafetería en el que se animan unas esculturas teatralizadas por Fernando Pugliese, mientras se oye la locución a cargo de Luis Landriscina. A sólo 113 km de Buenos Aires, está abierto de jueves a domingo... y merece la visita.

Este cordobés nacido en La Falda hace 51 años, deportista de alma, se abocó al parapente luego de un curso de iniciación en Suiza. En 1992 regresó a la Argentina para dedicarse de lleno a esta disciplina. Un año más tarde, integraba el equipo argentino que representaría al país en una competencia internacional que, casualmente, se realizó en Suiza. Fue en esa oportunidad cuando asistió a la exhibición de los vuelos de parapléjicos, coordinados por quien fue su instructor, Christoph Smith, y con quien después haría el curso para esa modalidad.

En 1997 viajó a Aspen, Colorado, para un campeonato; decidió quedarse un tiempo y allí obtuvo su licencia de instructor de vuelos en biplaza. Hoy, gracias a una silla de ruedas especial que él importó, logra que paralíticos, hemipléjicos, autistas, ciegos y hasta personas muy mayores vivan la experiencia de volar en parapente. Quienes sólo tienen problemas motrices llegan a pilotar ellos mismos sus vuelos en silla de ruedas.

Javier Araujo, madrileño de 39 años, es un chef que nunca estudió cocina. "Haz algo", le dijo su padre al ver que le iba mal en el colegio. Su maestro fue un tal Juan Gallego, con el que pudo incursionar en los fogones de La Condesa, restaurante de San Roque (Cádiz). Entonces su mentor lo mandó a una fábrica de aviones de guerra, en Getafe, donde pasó dos años haciendo catering para ¡8000 personas! Después le siguieron un año y medio en un hotel, cuatro años en las afueras de Madrid en un restaurante con una estrella Michelin y varios stages en diferentes especializaciones.

Así terminó como director del Departamento de Pastelería en los Hoteles Escuela de Canarias SA. Y aquí, en 1997, conoció a Betina, su mujer y madre de su hija, una argentina oriunda de La Pampa que lo sedujo lo suficiente como para seguirla al volver al pago.

El 15 de noviembre de 2007 abrió La Pampeana. En esta propiedad con cancha de polo propia, Javier Araujo propone delicias insospechadas que dan para quedarse más de una comida.

Con más de 230 años en manos de la familia Frías Silva, hoy es Inés la responsable de recibir al turismo y proponer cabalgatas a los cerros Pelado y Muñoz o visitas a la fábrica de quesos M, elaborados -con leche de vaca- según la tradición manchega. Dicen que la receta la trajo un jesuita de La Mancha. Gracias a él, la tradición se perpetuó mucho más de lo que duró la presencia de la orden en estas tierras. Hay en sus 10.000 hectáreas plantaciones de papa y frutillas.

En el casco, los techos son de tientos, paja y alisos, y las paredes, de adobe. Todos los textiles están realizados por hiladoras de la zona. El restaurante Los Alisos, comandado por Luis García, es parte de la experiencia en Las Carreras: el matambre de llama y la picada con quesillos de Tafí servida en la galería son un placer.

En 2004, el fotógrafo Gustavo Castaing compró tierras en Misiones, muy cerca de los Saltos del Moconá, e hizo construir un lodge de selva junto al arroyo homónimo. Bachi, su madre, dejó su casa de San Isidro y se mudó junto con su marido a ese lugar apartado del mundo para hacerse cargo del proyecto. En 2005, don Enrique abría con tres habitaciones y un clubhouse. En este lodge hay conciencia ecológica: los jabones y champús son elaborados con productos naturales; la desinfección de los ambientes se realiza con citronela.

De la cocina se hace cargo Rosa, joven lugareña cuyo marido, Eliseo, nacido en estos pagos selváticos, es el guía para los recorridos por la Reserva Yabotí.

A fines de la próxima primavera estará lista la ampliación del clubhouse y la construcción de dos habitaciones más.

Sin emitir palabra, sólo con la mirada y alguno que otro gesto se comunican Máximo Maratta y Luis Ruiz, Lucho, fundadores de MIL Outdoor Adventure. Mucho más que socios, ambos comenzaron en 1998, cuando lanzaron sus primeras salidas en 4x4 por las afueras de El Calafate. El nombre es la suma de las iniciales de sus nombres. Después de un tiempo se sumó Sylvia Gorchs, la mujer de Máximo, que trabaja incansablemente en logística y nuevos proyectos. A partir de 2005, MIL incorporó el olvidado invierno de El Calafate a su calendario: compraron dos orugas para los Land Rover y tuvieron tanta aceptación que están ampliando el parque de nieve con actividades como tubbing, motos de nieve y esquí de travesía. Para el año próximo irán por más. Están colocando dos cañones para fabricar nieve y prolongar la temporada. Planean construir un iglú-bar e incorporarle cinco habitaciones para pasar una noche en la montaña.

Su interés por el mundo sonoro antiguo se despertó temprano. Ya como integrante de Música Ficta de Buenos Aires, en 1978, Marcelo García Morillo comenzó a trabajar en la reconstrucción histórica de cordófonos. Pero su oficio como luthier se cristalizó al radicarse en El Bolsón. Allí creó el taller donde hasta hoy transforma madera y cuerdas en instrumentos de la Edad Media, renacentistas y barrocos. Para recrearlos, se las ingenia tomando como referencia iconografías de la época, reproducciones en piedra de las catedrales y descripciones que figuran en la literatura. En 1994 se propuso abrir el juego y compartir con otros esos sonidos y matices que tanto lo apasionan. Así nació el grupo Languedoc, que representa obras en El Bolsón todos los veranos.