Mamá de mamá

5 de mayo de 2011 • 10:07

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A veces me doy cuenta de que con algunas cosas soy muy reservada a la hora de escribir posts. Me da por resguardar privacidades o no sé qué es, pero por ejemplo, de mi abuela nunca les hablé.

Tengo una sola abuela pero que vale por mil.

Lala tiene muchos años, pero nunca se sabe bien cuántos porque no lo dice. Desde que tengo uso de razón, cuando le pregunto por su edad, me responde 20, o 18, pero calculo que tendrá 85.

Es todo lo abuela que se puede ser (quizá sólo le falten las canas, tiene el pelo negro).

Podría hacer una lista de las miles de bondades de esta mujer, pero hoy quiero hablar de una en particular.

Lala me hace sentir que no importa qué, cómo, ni cuándo, ella me va a querer. Que me quiere porque sí, porque es lo único que siente por mí. Es como una gran masa de amor, que va haciendo felices a los que se la cruzan.

Con caricias, con palabras, con tortillas, con regalos, o simplemente con su espíritu, que siempre es positivo y optimista.

En una época se quedaba bastante a cuidar a los chicos, sobre todo cuando Lucas no había nacido. ¡Qué placer era volver a casa y saber que estaba ella! ¡Qué tranquilidad abrir la puerta y respirar que todo estaba bien!

Ahora ya no puede quedarse porque no le da el cuerpo, pero nosotros la visitamos seguido. Le llevamos chocolates y fotos para que ponga en portarretratos, le regalo pantuflas y medias calentitas, y ella nos regala el placer de hacernos sentir amados, incondicionalmente.

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