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Más humanos y menos zombies




Juan,
Cuando leí tu último post te pude imaginar ahí sentando, en ese frío cordobés, seco. Te imaginé abandonando por un instante todos los pensamientos terrenales para que el eclipse lunar tome protagonismo. Yo hice lo mismo. Miles de personas en el mundo hicieron lo mismo. Hay momentos especiales, raros y muy mágicos, en los que una cantidad incontable de almas están sincronizadas; creo que es una coincidencia que suele darse cuando estamos dejándonos sentir por el Universo.
Lo más increíble de esto, es que a lo largo de la existencia muchas cosas cambiaron, pero nuestra adoración por la luna, el sol y a las estrellas, no.

Otros comportamientos pareciera que cambiaron mucho. Al menos en la ciudad.
De esto hablábamos con Loli, una mujer admirable que conocí hace poco. Ella tiene una historia de vida única - como la de todos nosotros -, pero que vino con algunas yapas que le valieron poseer una mirada especial sobre el mundo y los comportamientos humanos.
"Cuando le hablo a las personas en la calle, se asustan", dijo, "Están todos tan concentrados en sus celulares, que si les hablas no entienden nada y se sobresaltan. En las ciudades grandes perdemos la dimensión de quiénes nos rodean. No darnos cuenta de que hay otro, es una gran pérdida como seres. Estamos tan acostumbrados a relacionarnos con aplicaciones que cuando alguien nos habla en la calle, contestamos mal."
La semana pasada, en pleno Retiro, tuve un pequeño episodio que me hizo volver sobre estos pensamientos.
Me había tomado el tren de las ocho y pico de la mañana. A la hora que llegué a Retiro, la estación era un mar de gente. Ahí la rutina se repite. Un torbellino de personas apáticas bajan de los vagones sobrecargados y se pisan los talones en su marcha por la pasarela hacia los molinetes. Retiro es uno de esos "no lugares" en el mundo abrumadores. Es una de las puertas de entrada a Buenos Aires, que sin dudas te recibe de forma muy peculiar. El espacio siempre está húmedo, fresco y en penumbras, los hierros oscuros y los techos altos te llenan de melancolía. Es que bueno, quizás así es Buenos Aires, ¿no? Mágica y melancólica.
Creo que es un buen momento para que sigas leyendo con este tema:
Ese día, como tantos otros, no faltaron aquellos que se prendieron el pucho apenas bajaron, rozando el fuego en abrigos ajenos. Las señoras con muchas bolsas (¿por qué tantas bolsas?), los apurados y los tranquilos que caminan ocupando un espacio por tres.
Hace tiempo, a mis dieciocho años, la escena era casi igual, salvo por un pequeño detalle: hoy todos vamos más lento y nos pisamos más los talones; es que muchos van mirando o escribiendo en sus celulares, con un andar errático y desacelerado. ¿Zombies?

La ola humana te expulsa de los andenes y te lleva hacia los arcos o hacia el subte. Mi desembocadura era el subte. Como todo inframundo, este espacio te oprime más aún el corazón que la estación de tren.
Entre los zombies había un vampiro. Era un hombre de unos 30 años, de tez muy clara y pelo bien oscuro que vestía un abrigo negrísimo y largo hasta el piso. Me llamó la atención porque fue eso lo que pensé "un vampiro entre zombies", y me recordó a la película Blade, donde los chupasangre son jóvenes, lindos y tienen glamour.
Sabés, en estos casos, en mis momentos de transición de un espacio a otro, te confieso que me reconozco medio zombie. Voy con los auriculares siempre, haciéndome historias en la cabeza y aislada de todo.
Así que así iba yo en el subte, escuchando algún tema dark (quizás The Cure, quizás, Placebo, tal vez The Mission, Héroes del Silencio, The Cult o The Curch jajajja……. ¡Qué nombres! Pero estoy con esa tendencia últimamente). Iba sin percatarme que este chico de negro estaba en el mismo vagón.
En la estación Lavalle bajé disparada junto a otros pasajeros y subí rápido los escalones hacia la luz. Siempre voy a buen ritmo, lo heredé de mami que es finlandesa y no sabe de caminar despacio; es que en el frío del norte no vale ir lento.
En la calle peatonal, casi llegando a la esquina, una mano se apoyó en mi hombro. A través de la música, llegué a escuchar un "hola". Me pegué el susto de mi vida. Era el vampiro, que ya en tierra firme y la luz del sol dejó de parecer vampiro y más bien pasó a tener una apariencia de futbolista por el tipo de corte de pelo (siempre obses con sus cabellos estos chicos). Una especie de Kun Agüero alto (ya sé, vampiro tenía más onda).
Me saqué los auriculares y no sé qué cara debo haber puesto. Ni sé qué me decía. Algo de que me había visto en el andén, y en el vagón, y que se puso contento de que nos bajáramos en la misma estación. Yo seguía con susto y ahí me acordé de Loli y el tema de hablarse en la calle en una ciudad.
No se habla en la calle. No. Salvo para preguntar por una dirección. Pero tampoco. Tenemos Google Maps. Menos se habla a las ocho y pico de la mañana, en medio de la rutina de llegar a trabajar.
Así que perdí el habla. Loli tenía razón, ya no sabemos cómo se hace. Y menos si me invitan a tomar un café. ¡Un café! ¿Qué es esto? ¿Una novela de Mario Benedetti? ¿El subte me llevó a los años sesenta y no me avivé?

Hay que tener agallas para invitar a alguien por la calle en tiempos de Tinder. No chateo con extraños, pero alguna vez lo hice con apenas conocidos. Ahí puede haber silencios, un intercambio de estupideces, un volver a la carga por parte del conquistador después de un rato.
¿Y en calle cómo se hace? ¿Vos le hablás en la calle a una chica si te gusta, Juan?
Una vez que se me pasó el sobresalto, pude sonreírle con timidez y negar cortésmente la invitación. "No te conozco". "Nadie se conoce, hasta que se conoce", dijo.
Es verdad, pensé. Entonces respondí con la verdad: "Estoy conociendo a otra persona, así que no puede ser."
En fin, el susto se fue, las palabras llegaron y pude superar la situación. Sin embargo mi asombro continuó.
Día a día compartimos vagones, calles, colectivos, ascensores y casi no nos miramos.

Vivimos en una ciudad, rodeados de miles y miles de personas, con historias, alegrías, tristezas, anhelos, sueños, desafíos. Mundos ricos y miradas diferentes.
Muchas vidas que podríamos conocer en la ciudad si empezáramos a hablarnos más cara a cara, ¿no?
¡Brindo por un mundo más humano y menos zombie!
Beso,
Cari

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