Una de mis hermanas está muy mal con su marido.
Hace mucho tiempo que están así y ella se está empezando a plantear la posibilidad de separarse.
Anoche vino a casa con mis sobrinas y nos quedamos hablando por horas.
Los chicos jugaron y después de comer se acostaron a mirar "Harry Potter 5" y se quedaron todos dormidos, así que nosotras aprovechamos y nos hicimos mate.
Me contó un poco lo que está pensando y mientras hablaba lloraba, lloraba, estaba desconsolada. Seguimos con la charla y se fue componiendo. Es que ella está tan enamorada, dice. Que la cuestión en juego no es el amor, si no el bienestar mental. Que juntos se enloquecen, que chocan todo el tiempo, que mi cuñado no sabe controlar sus frustraciones y se la agarra siempre con ella. En fin.
Cuando se fue me quedé tan mal! Me sentí horrible por no poder hacer nada por ella.
¿Y saben qué? Me di cuenta de que yo nunca estuve así cuando me separé de Nicolás. Nunca caí en un pozo.
De hecho, creo que pocas veces sentí pasión dentro de las sensaciones con respecto a Nicolás. Ni buenas, ni malas. Carente de pasión.
Así fue el ejemplo que me dieron en casa: los sentimientos anestesiados. Nada de escándalo ni demostraciones exageradas. Ser medidos.
Y yo, siempre tomé a mis padres como el ejemplo a seguir.
Quizá vaya siendo hora de adolecer un poco.