Menú de cuatro pasos

Lo primero, dicen, es la carne, que siempre tira. Desde hace 15 años, el Asador Los Talas es uno de los pocos lugares que quedan donde se puede comer un auténtico asado al asador en Buenos Aires. Vale la pena llegar a estas 3 hectáreas linderas con el Sofitel Cardales para ver al correntino Ariel Romero y los chaqueños Carlos y Sergio Franco encender y cuidar el fuego de madera de espinillo desde las 6. Para cocinar, con sus tiempos reales, el lechón (5 a 6 horas), el vacío (4 horas), el cordero y el bife de chorizo, sin aditamentos ni mejunjes extraños.

"Somos una de las pocas parrillas tradicionales que quedamos: acá no hay ternera ni vaquillona, sólo novillo cocinado a las brasas de madera con sal, en sus propios jugos", informa Ignacio Sauton, uno de los dueños.

De entrada, una empanada de carne frita en grasa bien jugosa y, después, la mesa de ensaladas, las papas fritas que son papas fritas, la salsa criolla o chimichurri casero, para los que quieran más sabor. Más tarde, los postres criollos. Esto que parece sencillo ya no es tan fácil de lograr en Buenos Aires, con el sabor de la leña y el calor de la gente, porque los fines de semana se juntan muchos, pero muchos comensales.

Y después el folklore: tres petisos para que los chicos den una pequeña vueltita, algunas aves encerradas para mostrar una suerte de granja, un pelotero y, especialmente, las hectáreas de parque con bancos para matear por la tarde hacen de este sitio una buena opción para familias con hijos que añoren un poco de espacio para jugar y, básicamente, el asadito.

Pero también hay comensales vegetarianos o que prefieren ambientes más íntimos, que a pesar de la distancia y la dificultad de la zona logran una cocina exquisita de tiempos lentos.

Chizza es una casona de campo donde trabajan y viven Franco Malacisa y Cecilia Domínguez. Atienden su restaurante con capacidad para 40 cubiertos personalmente; el deck sólo se habilita si hace calor. Egresado del Buenos Aires Catering y con doce años de trabajo aquí y en el exterior, el chef define su cocina como mediterránea . Pruebe el plato del día o las especialidades como el garrón de cordero braseado al Malbec, el chivito al horno de barro, los risotti, el ossobuco, la polenta con liebre y los pescados, especialmente cuando Franco va al Barrio Chino -¡hasta allá!- a buscarlos.

Vaya con paciencia. Acá comer no es un trámite, hay que esperar que Franco cocine los platos de todos.

Inaugurado en octubre de 2008, el hotel Sofitel La Reserva Cardales es otra propuesta para conocer en el área, con opciones culinarias para toda hora. Perfecto para pasar un fin de semana desenchufado, con o sin chicos. Incluso hay un propuesta especial de actividades para niños en las próximas vacaciones de invierno, con carreras de bicicletas, embolsados, cursos de cocina, pesca, cabalgatas.

Los restaurantes del Sofitel son La Butaca, abierto día y noche, con vista a la laguna y las palmeras, y capacidad para 140 cubiertos; Montesur Fusión Gourmet, más exclusivo, con capacidad para 68 cubiertos, y el Bernabé Piano Bar, con tragos, copas de vino, tapas, sándwiches y pizzas, para 25 personas. El chef Jérome Louis Dardillac diseñó las cartas según las necesidades y las horas del día. Así, en La Butaca se puede almorzar buffet o a la carta; Montesur ofrece comida bien sofisticada más carnes grilladas a la leña de quebracho, acorde con el ambiente rural.

Lindero con el Asador Los Talas, Quime Huemu conserva el espíritu patagónico en plena pampa bonaerense: la carta tiene pocos platos, pero suculentos y con sabores antiguos: sopa de habas y arvejas o cebollas, goulash, cazuela de pollo, agnolotti y exquisitas tortas para la hora del té, o tablas con quesos y ahumados en una cálida construcción de madera.

Por último, en el clubhouse del country club La Reserva Los Cardales se instaló Luciano Picciau, el hijo del chef Pedro Picciau, con su versión de Italpast un tanto más cercana que la de Campana. La cocina italiana, como en el caso de Italpast, tiene aquí su refugio, con clásicos como la lasagna della nonna, la porchetta, los gnocchetti, el culto a los ancestros en los cuadros color sepia de los inmigrantes y la alegría de brindar una honesta y deliciosa comida ítalo-argentina.

Por Silvina Beccar Varela