México DF: la ciudad a conquistar
Ferias y museos son una buena muestra de la identidad de esta inabarcable capital, a través de sabores, colores y también personajes cotidianos o muy célebres
28 de octubre de 2012
CIUDAD DE MÉXICO.– No todo lo que lo hace famoso es amable en el DF. En su fama también entra, por ejemplo, el tedioso tráfico. Para manejar en Ciudad de México hacen falta buenos frenos, buen claxon, buena suerte… y que Dios te bendiga, dicen los locales, manteniendo (casi) siempre la sonrisa. Afortunadamente la congestión no es todo en esta ciudad, que se edificó sobre la tierra prometida de los mexicas y quizá por eso, aún en el agitado siglo XXI, conserva esa mística indescriptible.
Antes, hace casi 700 años, estaba cubierta por agua. Pero el gran lago que ocupaba lo que hoy es una urbe gigantesca de más de 20 millones de habitantes, no impidió seguir el vaticinio: fue allí donde los antepasados de los aztecas vieron la imagen del águila sobre el nopal, devorando una serpiente. La misma que hoy es el símbolo oficial de México y en ese entonces determinó que en esa misma tierra continuaría la tradición.
La leyenda se sigue pagando caro: la capital mexicana se hunde un promedio de diez centímetros por año y la mayoría de las construcciones antiguas, como su imponente catedral en el centro histórico, da fe de ello. Algunos dicen que es la venganza de Moctezuma, último gran emperador azteca, por la conquista española. Mito o no, muchos turistas creen, pero no por el hundimiento, sino por los problemas gastrointestinales que pueden darse con el cambio de dieta y agua.
Lo cierto es que esta tierra elegida sigue deslumbrando como en la leyenda prehispánica. Avasallante, colorida, rica en cultura, sabores y tradiciones, sólo puede descifrarse mediante la experiencia. Con la sombra de Moctezuma, no bastará una única visita, pero un mapa que ahonde en su esencia puede ser útil.
Su espíritu explota en puntos tan antagónicos como netamente mexicanos, y es posible entenderla de a poco, a través de su gente, su gastronomía, el arte y sus costumbres. Todo eso puede concentrarse en la cotidianidad de una mañana en un mercado típico, degustando unos tacos, brindando con mezcal o sumergiéndose en el universo que inmortalizaron Frida Kahlo y Diego Rivera. Intensa como pocas, la Ciudad de México se siente. Guarda la magia de lo indescifrable, y esa sutil seducción que siempre lleva a volver a verla.ß
El ánimo de los mercados: de flores a talismanes, la oferta infinita
Por Daniela DiniNombre fotógrafo
Ciudad de México es puro color. Y si hay un lugar donde su infinita variedad cromática se luce es en los mercados. Los hay de todo tipo: de comidas, de artesanías, de flores, de frutas y chiles, y hasta de animales, brujos y chamanes. Para cada uno habrá que ir preparado: además de un bonito suvenir, el visitante podrá llevarse un sabor nuevo y hasta algún vaticinio de su propio destino.
Mercado de Jamaica
Si se busca color, aromas y saber cuántas variedades de flores hay en todo México, este mercado es visita obligada. Es que parte de la esencia misma del país tiene que ver con las flores: Juan Diego, el aborigen que fue testigo de la aparición de la Virgen de Guadalupe, recibió flores, y fueron ellas las que pintaron la imagen sagrada en su ayate, el tejido artesanal sobre el que se selló la fe en el cerro de Tepeyac a fines del siglo XVI. El próximo 2 de noviembre, cuando sea el tan esperado Día de Muertos, este mercado será una fiesta y la reina, la flor de cempasúchil. Ya parte del folklore nacional, su vibrante amarillo se multiplicará en los altares hogareños con los que los mexicanos rinden homenaje a sus difuntos y se ríen de la propia muerte.
Mercado de San Juan
En pie desde hace más de medio siglo, en pleno centro histórico, aquí se dan cita los gourmands, los chefs y los curiosos de buen comer. Entre sus impecables pasillos se pueden conseguir carnes exóticas, desde avestruz, venado, conejo y hasta de cocodrilo, pasando por escamoles –huevos de hormiga– hasta chapulines. También hay frutas, dulces, especias, embutidos, quesos y otros productos selectos. Su encanto está en ofrecer delicatessen, pero conservar el espíritu de mercado de barrio. Entre sus atractivos están los stands que funcionan como minifábricas de tortillas, la materia prima de (casi) todo plato mexicano. El tip para el final del recorrido, probar las baguettes caseras que ofrece el puestito de la Gastronómica San Juan, donde atiende su dueño, don José Ramón Juárez, tercera generación de queseros veracruceños.
Mercado de la Merced
Masivos, surtidos y laberínticos, mercados para todos
Al este del Zócalo, en el barrio que lleva el mismo nombre y es zona comercial desde la época de la colonia, este inmenso mercado ofrece una verdadera experiencia local. Es el mayor de la ciudad en comercio minorista y al conocerlo no queda duda: todo aquí abunda.
Está dividido en dos grandes sectores. Uno ofrece frutas y verduras frescas y productos típicos que resultan muy pintorescos, como maíz de distintos colores –azul y rojo, por ejemplo–, hojas de plátano para tamales y de nopal, un cactos comestible; piloncillos –conos de azúcar maciza para cocinar–, y hasta huitlacoche, un hongo del maíz de color negro, que se sirve en tacos y preparaciones varias. Esta ala es, además, un verdadero paraíso del picante: hay mole en pasta, en polvo y chile disecado, en todas las variedades posibles, que de sólo mirar, nublan la vista y alteran los sentidos.
Pero en el otro gran sector espera más abundancia, esta vez de carnes y lácteos, que se ofrecen en exceso: paredes hechas de ladrillos de chicharrón prensado –una mezcla de carne y grasa de cerdo desmenuzada, que luego se usa para freír y cocinar–, hormas inmensas de queso, baldes de crema de leche, incontables presas de pollo, pescado y carne vacuna enchilada –rebozada íntegramente en picante–. El sonido ambiente mezcla el bullicio, los gritos de los diableros –como se conoce a los changarines que llevan mercadería en sus carritos por una propina– y el rechinar de los cuchillos mientras se afilan, casi constantemente.
Anillo de Circunvalación esquina General Anaya, centro histórico.
Mercado de Sonora
Si hay un mercado apto para aventureros, es éste. Vecino del Mercado de la Merced, sus pasillos invitan a dejarse perder sin miedo, pero con cierta cautela. Aquí todo es posible: se puede ingresar haciéndose espacio entre los rabiosos colores de las piñatas de papel maché gigantes que cuelgan del techo, en la zona dedicada al cotillón, y de repente sobresaltarse con los chillidos de los chivos, las gallinas y los aullidos de los perros en el sector de animales vivos. De un minuto al otro, el olor desagradable del verdadero zoológico que se concentra al final del mercado puede tornarse hipnótico, inundado por el aroma a incienso y copal. Las tiendas se oscurecen como en las películas y aparecen pociones mágicas, hierbas sanadoras, amuletos extraños e intimidantes que rinden culto a la muerte, en el sector esotérico. Eso sí, pasada la primera impresión vale la pena dejarse leer el futuro por alguno de los brujos que se promocionan entre los pasillos, pero se esconden en los recónditos puestitos.
Mercado de la Ciudadela
Es la visita obligada de todo turista, porque aquí se pueden conseguir recuerdos de todo tipo de 22 estados de México, esparcidos en 355 tiendas repletas de color y artesanías de lo más variadas. Desde hace más de cuatro décadas, concentra objetos que representan las tradiciones de todo el país, en pleno centro de la ciudad, entre la Plaza de la Ciudadela y Balderas, en la Delegación Cuauhtémoc.
Bazar del Sábado
Como su nombre lo indica, este coqueto bazar sólo abre sus puertas los sábados, en el pintoresco y colonial barrio de San Ángel. Decenas de tienditas se concentran en una casona del siglo XVII, ofreciendo artesanías, bordados, cerámicas, ebanistería, vidrio soplado y todo tipo de obras de arte, cuidadosamente seleccionadas. Es recomendable dedicar el día entero, desde temprano, para caminar entre las calles coloniales de la zona que aún conservan un encanto de época que transporta en el tiempo.
Frida Kahlo y Diego Rivera: vida, obra y varios museos
Dueños de un talento único, obsesionados por el arte, las convicciones políticas y su propia historia de amor, todo en ellos fue osadía y pasión irrefrenable. Del amor al sufrimiento y viceversa, las huellas de Frida Kahlo y Diego Rivera en la capital mexicana son profundas y no sólo radican en sus magníficas obras, sino también en los lugares donde vivieron y escribieron su destino. Con una mística que trasciende el paso del tiempo, los espacios que vieron transcurrir entre ellos sentimientos sumamente intensos –amor incondicional, separaciones, infidelidades, odios y reencuentros– invitan a revivir la vida de estos dos geniales artistas.
Museo Frida Kahlo
El museo de Kahlo
La esquina de la calle Londres, en Coyoacán, habla de Frida desde lejos. El intenso azul eléctrico que le da su nombre, el estilo colonial, el patio poblado de plantas y agaves, y cada rincón de la inmensa casa convertida en museo mantienen su espíritu viviendo allí. Es que es entre esas paredes que esta genial pintora nació, creció, vivió su convalecencia después del trágico accidente que marcó su vida, descubrió su talento artístico, convivió con Rivera y murió. Su alegría, su dolor y su intensidad se sienten al recorrer cada rincón, que guarda sus obras, dibujos, cartas, sus corsets y la cama desde la que pintaba. Todo conmueve de una forma inexplicable, en esa Casa Azul donde Frida Kahlo vivirá eternamente.
Entrada general: US$ 6 (incluye entrada al Museo Diego Rivera-Anahuacalli).
Museo Diego Rivera-Anahuacalli
El Museo Diego Rivera
Controvertido como su dueño, el Anahuacalli no es un museo acogedor. Pero por oposición fascina, tal como lo lograba Rivera. Oscuro, hecho íntegramente a base de piedra volcánica del volcán Chitle y en tres niveles, cada uno representa la cosmología prehispánica: el inframundo, la vida terrenal y el supramundo. Alberga casi 60.000 piezas aborígenes, tardó 23 años en construirse y originalmente, iba a ser la casa del muralista. Finalmente se convirtió en museo para albergar su colección personal, que quería compartir con sus compatriotas. Murió antes que fuera terminado.
Entrada general: US$ 3.
Casa Estudio Diego Rivera
En pleno San Ángel, rodeado de bellas casonas y mansiones, la estética del edificio ideado por el arquitecto Juan O’Gorman se rebela contra la aristocracia e impone su espíritu vanguardista aun hoy. La estructura, de hormigón liso, es uno de los primeros exponentes de la arquitectura funcionalista y está compuesta en dos bloques separados: en uno vivía Diego, en el otro Frida. Un puente oficiaba de unión entre ambas partes y era el lazo de amor entre ellos mismos. Rivera vivió allí hasta su muerte, y Frida murió allí un poco, el día en que descubrió a su marido con la amante menos esperada, su propia hermana, Cristina Kahlo.
Entrada general: US$ 1,5.
Museo Dolores Olmedo
Se encuentra en Xochimilco, al sur de la Ciudad de México. Es una imponente hacienda del siglo XVI, donde el tiempo marcha al paso de los pavos reales que se pasean por el inmenso jardín, donde también corren los simpáticos perritos xoloitzcuintles, una raza de origen prehispánico, sin pelo, de los que era fanática su dueña, Doña Dolores Olmedo. Bellísima y de fuerte personalidad, Dolores fue amiga, mecenas, modelo y también amante de Diego Rivera. Eterna rival de Frida, su casa se transformó en museo y posee la más grande colección de ambos artistas, aunque la mayoría de las veces, las obras están girando en muestras internacionales. También hay piezas de arte prehispánico y colecciones de muebles y recuerdos de sus viajes por el mundo. El mejor plan: recorrer el museo sin prisa y almorzar en la cafetería con vista al parque.
Entrada general: US$ 5.