Son más de las doce de la noche. Son días de estudio a full: desde hace unas semanas tomo clases intensivas de francés y estoy en plenos exámenes. Curso cuatro horas diarias, de lunes a viernes, en la Citè-Universitaire de La Sorbonne. Después hago una hora de fonética en el Boulevard Saint Mitchel. La universidad está a pocos minutos de los suburbios de París; me divierte muchísimo perderme por las calles de Saint Germain-de près. Estudiar el idioma de mis vecinos y de muchos de mis colegas es un gran placer necesario, incluso mayor por vivir en París. Me gusta el desafío y me propuse no parar hasta pensar en francés. Si bien es muy exigente todo esto, porque el tiempo siempre me resulta poco para repartirlo en varias canastas que tengo, me ayuda mucho a desconectarme de mi profesión y a vivir el arte francés desde las palabras. Muchas veces hablé en diferentes entrevistas sobre cuánto disfruto de estar sola haciendo cosas que necesitan de concentración y de introspección, como es el estudio. O sentarme a escribir por horas lo que pase por mi mente, leer un libro, pensar un paisaje, contemplar una foto.
Las lecciones hablan mucho sobre París y esto me hace pensar bastante sobre la ciudad y yo en ella. Si bien mi profesión me trajo hasta aquí, también es una elección de vida: adoro las calles, la comida, el perfume, las nubes de París... Cuando era más chica sentía mucha pena por no tener cerca a mis personas más queridas, pero algo me impulsaba a seguir buscando mi camino sabiendo incluso que estaba lejos de Buenos Aires. Pasaron algunos años y hoy sigo teniendo esa nostalgia ("extrañitis" decíamos en el colegio), aunque sé que mi vida está aquí. En el balance, confieso, veo que gracias a Dios es una realidad muy feliz. Quienes me quieren saben que es así.
Miro las lecciones sobre París una vez más y la siento mi casa, mi lugar en el mundo. Hago memoria y nunca acostumbré a juntarme sólo con argentinos, a tomar mate y añorar estar en Buenos Aires durmiendo en mi cama o comiendo empanadas. Diría que casi todo lo contrario: poco a poco, me fui rodeando de otras culturas muy diferentes a la mía, por curiosidad y por ganas de que conzcan la nuestra; amo a la Argentina y al instante lo detectan. Soy de la idea que no sirve de nada vivir en un país y sufrir por no estar en otro (o a la inversa). Eso siempre estuvo claro en mi vida. Si algún día sintiera la necesidad y las ganas, no dudaría en mudarme, como lo hice de Londres. En este momento de mi vida, con París vamos de la mano y no nos queremos soltar.
Saber bien francés era un gran pendiente. En los últimos años no le puse tanto entusiasmo al idioma y eso si me entristecía porque notaba una barrera para comunicarme y para vivir más a pleno esta cultura de la que nunca, pese a mis idas y venidas, me desentendí. Mi felicidad es plena, volver al campo de estudio cada día me genera mucha paz y me conecta conmigo y con la ciudad desde muchas perspectivas, un juego que tengo desde chica, rebelde inagotable para encontrar más de un lado a las cosas.
Claro que no sería la misma ciudad, ni yo, sino estuviera leyendo "Rayuela" de Julio Cortázar. Mi amigo el Yafe (así lo llamo yo, que significa "guapo" en Hebreo) tuvo la gentileza de enviarme el libro a mi casa. ¡Y cuánto se lo agradezco!
Ahora sí, tengo que seguir con la lección. Desaprobar sería seguir demorando las ganas. ¡Merde!
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