Los parisienses tienen una frase para el arte de mirar vidrieras. No son tan pragmáticos como los sajones con su window shopping, sino que dicen lércher le vitrine , textualmente, lamer el escaparate.
Se justifica la exageración con el notable despliegue que les dedicaron las grandes tiendas (le grand magasine) para las celebraciones de fin de año. Comparable con Londres o lo que es habitual en Nueva York, donde Sak s en la Quinta Avenida inventó una pequeña nevada para sus muñecos mecánicos y sorprendió Barney en Madison Avenue con una lluvia de dólares pintados por Andy Warhol.
En París los vidrieristas no se limitaron a los temas navideños, sino que agregaron toques exóticos a los maniquíes, transformando las muñecas de porcelana o los figurines de plástico en encuentros deslumbrantes. Apelaron además a diseñadores de moda y artistas. Entre ellos, nuestro compatriota Rubén Alterio, un set designer con trabajos en la Opera o las Galleries Lafayette.
Como un cuadro
En la avenue Haussman, en la rue St. Honoré o en las boutiques del Marais, cada escaparate fue un cuadro en tres dimensiones donde se competía en talento. Uno recordaba, con nostalgia, la calle Florida en las primaveras de Harrods con Raúl Soldi, Héctor Basaldúa y otros grandes que eran además escenógrafos en el Teatro Colón.
Al decir de Coco Chanel, la moda pasa y el estilo queda. Por eso la lucha por atraer la atención del peatón no se limitó a las tiendas del mercado masivo. En el llamado Triángulo de Oro, formado por las avenidas de Champs-Elysées, George V y Montaigne, hay una transformación que no desentona con las imágenes refinadas que convoca. Las marcas extranjeras prefieren desembarcar en Champs, donde Adidas abre un local enorme, lo mismo que ya hizo Zara.
En cambio, los franceses se están concentrando en Montaigne. La avenida ultraexclusiva, donde trabajaba Christian Dior o Balenciaga y parecía vivir sus glorias puertas adentro, se soltó el pelo en el siglo XXI. Las modelos dejan la pasarela y giran en torno de Place Athenee, donde tiene su restaurante el cocinero más cotizado del planeta: Alain Ducasse.
Se cuenta que desde las ventanas del hotel espiaba Marlene Dietrich a Jean Gabin, que dormía enfrente, no siempre solo. A metros del teatro donde actuó Josephine Baker, un icono que vuelve con obras de teatro que la recuerdan y nombre de la piscina flotante en el Sena en la playa de París en el verano.
Los ecos legendarios tienen ritmo de rock desde que el grupo LVMH, de Bernard Arnault, cerró la calle para dar una fiesta colosal, con dos mil invitados, entre los que estaba el Quien es Quien del Lujo .
Exito contagioso
Desde hace una década ha invertido mucho dinero en propiedades en el barrio y ahora muestra las medallas. Sus figuras asociadas tienen locales a pocos metros una de otra: Louis Vuitton, Loewe, Dior, Celine, Christian Lacroix, o Inés de la Fressange, hija de una modelo cordobesa, espléndida a los 47 años, como en su apogeo en la pasarela.
El éxito es contagioso y se suman los extranjeros Escada, Jil Sander, Dolce & Gabbana, Prada, Salvatore Ferragamo, Joseph e incluso Calvin Klein.
Atrás quedó el Allée des Veuves (ElPasaje de las Viudas) como se la llamaba hace tres siglos porque entre sus ordenadas filas de árboles entibiaban la tristeza de sus pérdidas en soledad. El toque moderno no altera las costumbres de los talleres donde todo se hace a mano y un vestido simple puede llevar 70 horas de trabajo y uno de fiesta más de 300.
Porque, al margen de estos datos de guía para pasear por el mundo de las vidrieras, Montaigne sigue siendo la Gran Dama de Alta Costura.
Por Horacio de Dios almadevalija@gmail.com