Publicado por Silvio
Ayer vinieron las amigas de Silvia a cenar. Bah, cenar: pidieron 15 empanadas entre las 5 y sobraron 3...
No es instintivo en mí recluirme en el cuarto a ver la tele, además de que ya lo hemos discutido en este espacio a comienzos de la semana, así que intenté ser parte del evento al principio. Pero sentí que ellas no se liberaban, que estaban esperando que me fuera para "empezar". Y entonces, sin anunciarlo, enfilé hacia el cuarto, a leer un libro en la cama.
Y ahí comprobé que, de hecho, las había contenido mi presencia. Se soltaron sin mí ahí. ¡Y cómo!
La primera media hora la destinaron a criticar a una amiga de la amiga que no había llegado aún: que su actitud, que su manera de hablar, que su novio!
Cuando la que faltaba llegó, se sumó y entre todas criticaron a la madre de otra amiga que no iba a venir: que le está muy encima, que le hace la vida imposible, que no las trata bien a ellas cuando la ven... Me puse a pensar si realmente conocen a esa mujer, si están proyectando críticas que quieren hacerles a sus propias madres, o si se basan demasiado en la opinión de su amiga. En cualquier caso, imagínense el embole que me estaba pegando yo con mi libro, que me concentraba más en escuchar lo que hablaban las "brujas" (va con cariño) y en escribir apuntes en mi compu para el post de hoy.
Una vez que cerraron la parte de crítica-chisme, la charla medio que se fue haciendo difusa, perdiendo sentido e interés, hasta que prendieron la tele y se pusieron a criticar a los famosos que aparecían en la tele, su ropa, su "onda" y contar rumores infundados sobre sus parejas, adicciones y otros vicios.
La conclusión es que la mujer critica. Sólo está completa cuando critica. Vive por y para la crítica. O en su defecto, para la queja. Tiene una cuota de maldad que le encanta y le da sentido a su existencia. ¡Qué distinto es cuando yo me junto con mis amigos! Y por más que varios lectores insistan en que mis amigos y yo hablamos de temas pocos comunes y eso les hace dudar no sólo de nuestra masculinidad sino hasta de mi mismísima existencia, les juro que las conversaciones suceden con 10 niveles menos de maldad que las que tiene Silvia con sus secuaces.