Tengo que admitirlo. Estoy llena de ñañas. Un espanto. Ayer alguien lo dijo y hoy lo comprobé. En el baño tengo las siguientes ñañas; a saber:
Un cepillo gordo, redondo para hacerme el brushing (cuando quiero) y uno redondo, pero mucho más chico y metálico, para trabajar el cepillo.
Fito tiene (con suerte) un peine.
Mi champú y mi crema de enjuague que roto metódicamente cada medio pote. Medio de éste, medio del próximo y así, por lo cual en mi bañadera hay siempre cuatro envases de marcas variadas. Ahora estoy testeando uno para pelo fino y seco con promesas de extra brillo, extra volumen y semillas de lino (lo que sea que sean). Fito tiene uno de esos de litro y juraría que pondría una damajuana si le entrase en la bañadera. O el detergente de los platos, ponele.
-Acá te dejo una toalla, Sofi.
Lo que no entiende es que necesito dos toallas, la del cuerpo y una más chiquita para el pelo. De un tamaño ideal como para que el turbante no te desnuque. ¿Se entiende?
Mi secador de pelo. Mi Sr. Secador de Pelo con tecnología aeroespacial que si no puede llevarte a la luna, por lo menos te deja un flequillo perfecto. Esto es un elemento con el que Fito no cuenta. Se quedó en la tostadora y el microondas. No quieren ver mi pelo esta mañana. Cualquiera diría que volvieron los 80 y el jopo.
¿Sigo con el jabón neutro para sacarme el maquillaje en la ducha, las toallitas demaquillantes para el final, la crema de cuerpo con la que me unto como una tostada después de bañarme, los hisopos…? Mejor no.
-Venite a casa esta noche, yo cocino algo y alquilamos una peli.
Y me puedo bañar en mi baño con mis ñañitas y mi flequillo domado y una sonrisa en la cara.
¿Cuál es el tiempo apropiado para duplicar mis petates y dejarme un set en su casa?