En Rusia, durante el solsticio de verano, las puestas del sol son tardías, los amaneceres tempranos, y la oscuridad nunca es completa. Cuatro noches blancas alcanzan para que nuestro protagonista se enamore de Nástenka, quien sufre, para la miseria del narrador, por la ausencia de otro hombre.
"Era bonita y morena. Había acertado. En sus pestañas negras brillaban aún lágrimas de miedo o de tristeza. No lo sé. Pero a los labios afloraba ya una sonrisa. Ella me miró de reojo, se ruborizó ligeramente y bajó los párpados. Sí, si me tiembla la mano es porque hasta hoy no había apretado otra."
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