Para muestra, basta un principado
Entre Austria y Suiza, el cuarto país más pequeño de Europa tiene su encanto y hasta una dosis de aventura
21 de septiembre de 2014
VADUZ.- Discreto, no llama la atención, pero tampoco pasa inadvertido. Sus 160 kilómetros cuadrados, repartidos entre el valle del Rin y los Alpes, lo ubican como el sexto país más chico del mundo, o el cuarto dentro de Europa, después del Vaticano, Mónaco y San Marino. Mimetizado con los Alpes suizos, Liechtenstein tiene por su cercanía algo del porte austríaco, y dentro de una pequeña superficie es un destino atractivo y curioso.
Para muestra basta un principado. Con un silencio de fotografía, el paisaje alpino se caracteriza por las edificaciones bajas que cuelgan por rocosos caminos de montaña. La altura de su geografía, con sitios hasta 1600 metros sobre el nivel del mar, se contrapone al tamaño de la capital, Vaduz, que con 17 kilómetros cuadrados es apenas más grande que el barrio de Palermo. Así, a lo ancho y a lo alto, una población de 37.000 habitantes, agrupada entre el valle y los montes, forma puñados de civilización hasta llegar a las dos fronteras, con Austria y Suiza.
En frasco chico
No tiene una cartelera cultural variada. Tampoco cuenta con grandes centros comerciales; de hecho su única peatonal, Städtle, reúne unas pocas boutiques y locales de equipo para deportes de montaña. A simple vista, Vaduz pecaría de modesta con cuatro museos -el de Arte Moderno, el Nacional, uno de esquí y otro sobre... estampillas-, una plaza que agrupa los edificios de gobierno y aunque el fútbol no es su fuerte, el estadio nacional Rheinpark a orillas del Rin.
En lo alto se ve el castillo de Vaduz, la postal más conocida del principado. Su imagen, de efecto casi hipnótico, hace que la escasa oferta de entretenimiento pierda importancia.
La calle Städtle es literalmente escultural. A lo largo -o a lo corto- de sus 500 metros varias esculturas se mezclan con el relajado ir y venir de la gente. Fuera de esta peatonal, también es posible cruzarse con otras obras, en su mayoría de artistas suizos, unas pocas de escultores liechtensteinianos, como el Phoenix, la figura de un hombre con los brazos abiertos en señal de vuelo, realizada por el local Doris Bühler, plantada al lado del Ayuntamiento.
Tal vez la escultura más reconocida o reconocible sea la de una mujer que descansa acostada, cuyas formas generosas delatan al autor, el colombiano Fernando Botero. A modo de embajadora cultural, custodia al Museo de Arte Moderno. Esta construcción cuadrada de hormigón negro, inaugurada en noviembre de 2000, fue una donación privada al Estado para festejar el comienzo del nuevo milenio. En su interior, la colección de arte internacional incluye obras desde el siglo XIX hasta el presente, y entre las exhibiciones temporales también expone la colección privada del príncipe Hans Adam II de Liechtenstein.
Liechtenstein accedió al rango de principado en 1719. Es uno de los pocos países del mundo sin ejército, desde 1868. El idioma oficial es el alemán, detalle que recuerda su pasado como parte de la confederación germánica, disuelta en 1866, tras la guerra austro-prusiana; aunque la mayoría de sus habitantes también habla inglés. Hans Adam II asumió en 1989 la regencia de una monarquía constitucional, con base democrática y parlamentaria. Desde 1924, la moneda de cambio oficial es el franco suizo. Por su legislación en la materia, al principado se lo considera un paraíso fiscal.
El tren de la alegría
El Städtlezug es una formación de locomotora y vagones coloridos, que a cualquier argentino le recordaría al trencito de la alegría. La diferencia de esta versión europea es que no pasa música de Xuxa ni tiene a Bob Esponja como pasajero, saludando desde el último vagón. En este caso, no sólo niños, sino turistas de todas las edades, lo utilizan para recorrer el centro del país en apenas 35 minutos, sentados y mirando por la ventanilla.
No es un hop on hop off, es decir que una vez arriba casi no se baja hasta que termina el tour. Casi, porque se permite sólo una parada y es en la casa roja: una construcción de las más antiguas de la ciudad, con techo a dos aguas. La vista desde ahí arriba lo amerita. La vuelta pasa por viñedos; el mencionado estadio de fútbol; la elegante plaza Peter Kaiser, que agrupa a la sede gubernamental, el archivo estatal y el nuevo Parlamento inaugurado en 2008; sin dejar afuera la iglesia de San Florián, una fina silueta de estilo neogótico, que supo ser parroquia hasta que fue elevada al grado de catedral en 1997.
Mientras tanto, el castillo de Vaduz no se inmuta, allá en lo alto. Con cierto halo de misterio en su fachada medieval queda fuera del itinerario del tren. A 120 metros fue construido como fortaleza en el siglo XII, renovado entre 1905 y 1912, y hoy es la vivienda oficial de los príncipes. Por esa razón no es posible ingresar, pero vale la pena el ejercicio de subir para verlo de cerca.
En el Liechtenstein Center se puede consultar por todo tipo de actividades disponibles en el principado. Ahí mismo se encuentra la oficina de información al turista y también una tienda de suvenires que vende estampillas históricas y, por 2,5 euros, sella el pasaporte.
Si la tranquilidad y el entorno recuerdan por momentos a la pequeña Heidi, no es casualidad. A un kilómetro y medio, ya en tierra suiza, se encuentra Maienfeld, el pueblo de la niña que todos quieren tener de amiga. Allí, sobre una pradera que domina el valle del Rin y musicalizada por el infaltable sonido de los cencerros, hay un circuito que une su casa, la tienda de recuerdos, una fuente de piedra con su figura y un complejo con hotel y restaurante son la razón. Pero atención: la casa (www.heididorf.ch) está abierta sólo desde el 15 de marzo hasta el 15 de noviembre.
Igual que Suiza, Liechtenstein tiene tradición quesera. El plato nacional es el ribel: una simple mezcla de harina de maíz con leche, y el resto de su gastronomía -con platos a base de salchichas o la pasta cubierta con queso, otra preparación muy popular- tiene una clara influencia de los países vecinos. Los vinos son otro motivo de orgullo.
Uno de los restaurantes más antiguos es el del hotel Gasthof Löwen, en la calle Herrengasse 35, muy cercano a la viña privada del príncipe. Data de 1380 y su ambientación parece detenida en el tiempo..., aunque enseguida los precios de la carta lo vuelven a uno al presente. Es que una de las razones por las que la gastronomía local se conoce en Europa es por los precios elevados; por ejemplo, un menú de mediodía en un buen restaurante puede valer alrededor de 50 euros; un menú degustación, de noche, cuesta 100 euros, sin contar la bebida.
Otro lugar típico para ir a comer es Torkel, en Hintergasse 9. Rodeado de viñedos, tranquilidad y un ambiente medieval ofrece una terraza para disfrutar los atardeceres, unos buenos platos elaborados a base de productos locales y una bodega para elegir entre más de quinientos vinos de toda Europa.
El senderismo, el ciclismo y el esquí encuentran buenas pistas en esta geografía. En invierno, Malbun es un importante centro para los deportes de nieve. Esta ciudad, a 1600 metros sobre el nivel del mar, cuenta con una amplia oferta de hospedaje y 23 kilómetros de pistas para esquiar o hacer snowboard. En verano no es menos popular: sus senderos son muy concurridos por los amantes del trekking o el ciclismo de montaña, y los paseos en las sillas aéreas llegan hasta los 2000 metros de altura para asombrar con paisajes verdes de ensueño y nieves eternas.ß
Datos útiles
Cómo llegar
Liechtenstein no tiene aeropuerto, aunque suene extraño y lógico a la vez. Por esa razón es posible llegar en bus o tren desde Zurich -por el lado suizo- o desde Innsbruck -por el austríaco-. El tren arriba a la estación Schaan, desde donde salen servicios frecuentes hacia Vaduz. Al mismo tiempo, la línea Liechtenstein Bus conecta las principales ciudades del principado.
Para ver
Kunstmuseum Liechtenstein: en Städtle 32, Vaduz, abre de martes a domingo, de 10 a 17, con excepción de los jueves que cierra más tarde, a las 20. El valor de la entrada es de 12 francos suizos y para los menores de 16 es gratis.
Museo Nacional: muestra histórica y cultural, así como parte de las joyas de la corona. Se puede visitar en Städtle 43, Vaduz. De martes a domingo, de 10 a 17, y miércoles, hasta las 20; permanece cerrado los lunes. La entrada cuesta 8 francos suizos y los menores de 16 no pagan.
Museo de las Estampillas: en Strädtle 37 se encuentra este museo para filatelistas. Está abierto todos los días, de 10 a 12 y de 13 a 17, con entrada libre.
Museo del Esquí: un poco alejado del centro, en Fabrikweg 5, está el museo dedicado a los deportes de invierno, que abre sólo de lunes a viernes, de 14 a 18.