Partí de Buenos Aires con una idea que me entusiasmaba muchísimo: no tener fecha de regreso cierta.
Así es como salimos con una amiga a principios de enero y, luego de recorrer Bolivia y Camino del Inca en Perú, ella regresó a la city porteña. Yo continué, con mis 21 años y sola, un viaje por otro país.
Lo que serían un par de días se convirtieron en cinco semanas, creo que de las más increíbles e intensas en mi vida.
A las islas Ballestas llegué casi de casualidad. Las tenía de nombre, pero no eran un must dentro de la agenda del mochilero. Pero por esas vueltas de la vida, en las que una termina viajando con dos amigos limeños por el sur de Perú, decidimos ir y estoy segura de que fue una decisión muy acertada.
Estas islas están habitadas por miles de lobos marinos, pelícanos, pingüinos Humboldt y las más variadas especies de pájaros. En el trayecto a las islas nos cruzamos con un enorme candelabro que alguien dibujó en una loma de una montaña, hace más de tres siglos, y que se mantiene intacto. Algunos dicen que era un símbolo masónico que mandó a dibujar San Martín, que desembarcó en Paracas allá por 1820.
Llegamos a las islas y nuestros ojos no daban crédito. Desde la lancha vimos cómo una mamá lobo marino enseñaba a su cría a nadar (se meten al agua y nadan cerca uno del otro, y cuando el lobito se cansa se sube al lomo de la mamá). A unos metros vimos un barco abandonado lleno de pájaros que se lo adueñaron, y levantando la mirada, miles de aves sobrevolaban nuestra cabeza. Esta suerte de paraíso marino se encuentra al sur de Perú y recomiendo a todo viajero que ande cerca que vaya sin dudarlo.
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