Hay algo clave para frenar la cabeza de pensamientos inconducentes: hacer cosas productivas. Suena simple, pero la mayoría de las veces me lo olvido.
Durante el fin de semana ordené mi casa en esos ataques que tengo de tirar lo que ya no sirve y ocupa lugar (no termino de comprender las cantidades industriales de porquerías que puedo acumular en mis pocos metros) y hacer espacio para lo nuevo.
Saco en fila dos bolsas de consorcio enteras de papeles viejos, revistas acumuladas, diarios y una caja con cargadores de celulares y ropa que no uso. Juraría que hace pocos meses hice esto mismo y tuve la sensación de haber tirado un montón. Pues no, había más. Me pregunto si la basura se reproduce silenciosamente mientras yo duermo y los meses pasan.
Después fui a visitar los dos departamentos que tenían guardia este fin de semana. ¿Conclusiones? Mucho durlock en vez de paredes y los vecinos que parecieran estar en el cuarto con uno; espacios diminutos que definían como "pequeño estudio" o ambiente y "medio". Nada, pareciera un fracaso total salvo por la sensación de ir tachando de la lista y sentir que en algún momento me iré acercando a lo que busco.
En seguida retomo el foco, me alegro que El Chico esté con sus chicos disfrutando de la playa, termino cosas de laburo que tengo atrasadas en preparación para mi escapada el fin de semana, intercambiamos mails de lo más profundos, los días están lindos y vuelvo lentamente a mi centro. ¡Pero qué fácilmente lo pierdo, Dios mío!