Publicado por Silvia
Como muchos niños, en algún momento de la niñez quise tener un perro. Mis padres lo rechazaron enérgicamente, con la infalible pregunta: ¿Vos lo vas a sacar todos los días a pasear, incluso cuando sea invierno y haga 5 grados? A esa temprana edad, ya era lo bastante realista para saber que no, que de ninguna manera lo iba a sacar a pasear todos los días yo. No sé qué pasó en ese tiempo, si hubo algo traumático o qué, pero la cuestión es que con el tiempo desarrollé un verdadero rechazo por los perros. No me gusta su olor, no me gusta su actitud de venir a hinchar cuando alguien llega a la casa, no me gusta que sean tan demandantes. Quizás me simpatizan los cachorros o los perros chiquitos, lo cual, según los amantes de los perros, ratifica mi desprecio al perro en su conjunto (no sé por qué existe esa discriminación contra los perros chicos...).
Como muchos niños, en algún momento de la niñez quise tener un perro. Mis padres lo rechazaron enérgicamente, con la infalible pregunta: ¿Vos lo vas a sacar todos los días a pasear, incluso cuando sea invierno y haga 5 grados? A esa temprana edad, ya era lo bastante realista para saber que no, que de ninguna manera lo iba a sacar a pasear todos los días yo. No sé qué pasó en ese tiempo, si hubo algo traumático o qué, pero la cuestión es que con el tiempo desarrollé un verdadero rechazo por los perros. No me gusta su olor, no me gusta su actitud de venir a hinchar cuando alguien llega a la casa, no me gusta que sean tan demandantes. Quizás me simpatizan los cachorros o los perros chiquitos, lo cual, según los amantes de los perros, ratifica mi desprecio al perro en su conjunto (no sé por qué existe esa discriminación contra los perros chicos...).
Silvio, por supuesto, creció con un perro, a quien "saluda" con devoción cada vez que llegamos a la casa de sus padres (cuando obviamente el perro se acerca con todos sus pelos y sus salivas a darnos la, literalmente, cálida bienvenida). Y como corresponde, está convencido de que va a volver a tener un perro. Pronto. No es tan fantasioso como para creer que nos entra un perro en nuestro dos ambientes, pero sí para creer que yo aceptaré alguna vez convivir con uno. Y yo, así viva en el palacio de Buckingham, nunca voy a tener un perro. Porque me incomodan, no me gustan, no me generan nada positivo. Trato de negociarle a Silvio su deseo de tener un animal doméstico con un gato: silencioso, autónomo, suavecito. Silvio me pone cara de asco y me dice que detesta a los gatos, que ni loco tiene uno, y agrega su eslogan de publicidad: "el perro es compañero, es alegre, juega, salta".
En fin. Esto va a ser un tema de acá a, no sé, 5 o 6 años, cuando él se alíe con nuestros hijos para comprar un perro. Yo ya sé que les voy a tirar cierta preguntita infalible a ver si logro disuadirlos.
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