Para el desprevenido, o para el abstemio todo eso no será más que un desorganizado conjunto de barriles, caños y alambiques. Para el entendido, será la maquinaria de un proceso perfecto que lleva un líquido único hacia su copa. Así como bodegas y viñedos, desde Mendoza hasta California, abren sus puertas al público, también muchas destilerías y cervecerías alrededor del mundo organizan visitas guiadas a la trastienda de sus botellas. Si el Louvre o el Uffizi cautivan a simples paseantes, que no siempre son expertos en arte, estos pequeños recorridos acaparan la atención de gente que no precisa ser sommelier, o bartender para disfrutarlos.
Tal vez por su cercanía con el centro de una ciudad con alto movimiento turístico, o por tratarse de una de las cervezas más consumidas en el mundo, The Heineken Experience es uno de los ejemplos más populares entre estos museos que permiten pasar un momento interesante y relajado a la vez. En una zona céntrica de Amsterdam, el Museo de Heineken se instala donde hasta 1988 funcionó su primera cervecería. A lo largo de este tour interactivo cada uno elige su propio recorrido, en el que recibe una original explicación de la historia y la química de la cerveza. En uno de los paseos, el visitante sigue la vida de una botella desde que sale de la fábrica hasta que es enviada a reciclar. En otro, se convierte en un repartidor de cerveza, y así recorre todo Amsterdam. A falta de un bar, el museo tiene dos. Allí se podrá disfrutar de los tres chopps de cerveza tirada, incluidos en el precio de entrada. Así las cosas, no es extraño ver, aun en horas de la mañana, a puñados de turistas mareados a la salida del lugar.
Este tipo de visitas se multiplican como burbujas en los países más cerveceros de Europa. En Inglaterra y en Bélgica, por ejemplo, hay más de 50 cervecerías aptas para visitar. Y en Alemania, a Homero Simpson se le haría agua la boca: hay más de mil, muchas de las cuales abren sus puertas al público, entre ellas la famosa Warsteiner. Esta planta, la más grande del país, está en Warstein, cerca de Dortmund, y en coincidencia con el comienzo del Mundial de fútbol estrenó un circuito ultramoderno en el que los visitantes son llevados a recorrer la planta en un ómnibus especial. El recorrido termina en una jardín cervecero con capacidad para 150 personas.
Así como en estos países florecen las cervecerías, en Escocia son las destilerías de whisky las que parecen reproducirse. Allí sería el Capitán Haddock, compañero de aventuras de Tintín, el que andaría como loco, degustando blends y maltas.
Son cerca de cien las destilerías que funcionan en este país de no más de 400 km de largo. La mayoría están al Norte, en las regiones de Highland y Speyside, donde el paisaje es imponente aun para quien no comprenda cómo es que ese líquido amarillento es tan apreciado en todo el mundo. Las colinas verdes, los ríos y los empinados acantilados son motivos suficientes para que quien no se reconoce como whiskero recorra estas regiones. En tanto que el entendido en materia de scotch verá en esos paisajes el aire, el agua y la turba que hacen de las maltas ese destilado único. Y podrán parar en alguna de las más de 50 destilerías que ofrecen tours guiados en la llamada Ruta del Whisky, desde las más pequeñas, como Aberlour, donde podrán llenar y llevarse su propia botella personalizada, hasta las más grandes vendedoras de single malts (whiskies de malta pura), como Glenfiddich, o The Glenlivet.
También se puede pasar por Strahisla, corazón del famoso blend Chivas Regal, que además es la destilería más antigua de las Highlands, data de 1786. Dalwhinnie es la más alta de todas, a 352 m sobre el nivel del mar, y en la célebre Glen Grant, los que prefieran no enterarse del proceso de destilación pueden optar por perderse en los jardines victorianos anexos a la destilería.
Y para aquellos fanáticos que quieran dejar su impronta en estas tierras, está la opción de subir hasta Islay, una de las islas noroccidentales del país, donde se produce el whisky escocés más fuerte y ahumado. Allí se puede visitar la destilería de Laphroaig que, a cambio, les regalará una pequeña parcela de tierra.
De Inglaterra a Cuba
Existen muchas opciones de tours que organizan diferentes circuitos a lo largo de la Ruta del Whisky. Cada año, cerca de un millón de personas visita las destilerías, que representan más de un 20% del turismo cinco estrellas de Escocia. Las ventas de whisky y objetos relacionados suman más de 17 millones de libras esterlinas a su economía.
De todas formas, los que quieran conocer la más antigua de todas las destilerías de whisky deberán cruzar el Canal del Norte para llegar County Antrim, en Irlanda del Norte, donde se encuentra Bushmills: sí, los pioneros del whisky fueron los irlandeses. En 1608, esta destilería recibió la primera licencia oficial para producir whisky.
Para terminar de recorrer el Reino Unido, algo de Inglaterra. En Plymouth, al Sudoeste, se destila el Plymouth Gin, en la Black Friars Distillery, la destilería más antigua del país, donde antes funcionaba un monasterio dominicano. Se dice que allí, hace casi 400 años, un grupo de peregrinos pasó la última noche en tierra antes de embarcar en el Mayflower para cruzar el océano Atlántico y, así, terminar protagonizando la primera colonización de Estados Unidos. El lugar ofrece un recorrido de las instalaciones y un bar de cócteles, donde se ofrece un clásico gin tonic.
Cruzando el Atlántico, como los peregrinos, podemos llegar a Cuba donde, en pleno centro de La Habana, está el Museo del Ron, en el que se explica cómo se produce el ron Havana Club, cuya planta está en las afueras de la capital. Desde la melaza de caña de azúcar, pasando por la destilación, hasta llegar a las botellas. El recorrido termina con una degustación de rones y también ofrece la posibilidad de comprar ediciones limitadas de rones añejos que no son fáciles de conseguir en el mercado. El museo cuenta con un bar con música en vivo, pero además está estratégicamente ubicado entre La Floridita y La Bodeguita del Medio, los dos bares más turísticos de La Habana. Allí se pueden probar los clásicos daiquiris y mojitos, hechos con ese mismo ron que uno acaba de conocer tan de cerca.
Pero lo que no pueden perderse los verdaderos fanáticos de la coctelería es el Museum of the American Cocktail. Esta muestra, inaugurada hace dos años, tiene sede en Nueva Orleáns, aunque habrá una pequeña exposición en Nueva York durante 2007. El museo reúne desde cocteleras y copas antiguas de colección hasta reliquias de la época de la Ley Seca, cuando la prohibición del consumo de alcohol llevaba a los americanos a realizar todo tipo de artimañas para emular los dorados años del bourbon y el martini. Algunas de estos extraños objetos son, por ejemplo, una botella de whisky sin alcohol de 1927, o botellas de Bathtub Gin: así se llamaba a los brebajes caseros que los ansiosos bebedores preparaban en aquella época. Su sabor era a veces tan desagradable que se veían obligados a combinarlos con otros ingredientes. Más de un trago debe su fórmula a estas mezclas desesperadas.
Claudio Weissfeld
Tours virtuales
Para quienes quieran tener un anticipo de lo que se ve en estas vertientes de licores, Internet es una herramienta ideal, ya que muchos sitios Web ofrecen tours virtuales con todo tipo de efectos para emular la realidad. Un buen ejemplo es el del whisky Jack Daniels, que tiene su destilería en Lynchburg, Tennessee, un lugar no muy frecuentado por el turismo masivo. Viajando a http://www.jackdaniels.com/virtualtour.asp podemos hacer un tour a medida, donde se puede elegir entre cinco guías que explicarán lo que ocurre en cada uno de los sectores de la destilería, ayudados por videos, fotos e imágenes de 360°. Con sólo un clic se puede abrir las puertas que aparecen en pantalla y enterarse de qué hay detrás de ellas. Al final se puede firmar el libro de visitas on line. La degustación, lamentablemente, no está incluida.