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17 de mayo de 2011 • 08:32

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Estoy en el consultorio. Hoy tenemos un curso de 8 a 18. Mi Dios. Yo no sé si puedo permanecer concentrada tanto tiempo. Hace años que no lo hago y ya mismo siendo que me estoy dispersando. Y eso que aún no empezó.

Jamás fui distraída.

En el colegio era de las insufribles que colaboran en clase, siempre. No lo podía evitar. Además, no sólo porque generalmente tenía algo que agregar, sino porque cuando ante una pregunta del profesor, se hacía un silencio sepulcral, a mí me daba una vergüenza terrible: "por Dios, que alguien diga algo ya". Entonces mi cerebro mandaba algún formalismo aunque sea para salir del paso.

A la hora de hacer los deberes, lo mismo. Mis cuestionarios siempre estaban plagados de información no solicitada. Siempre agregaba cosas, completaba las ideas. Uf, una traga importante.

Igual, así es como trato de enseñarle a los chicos. No sé, me parece útil. No sólo para que la vida escolar se facilite, sino para cuando vayan a la universidad.

Siempre fui muy buena alumna, pero creo que más que nada porque desde el principio demostré interés y participé en las clases. Entonces, se acuerdan de aquella gran virtud que nos decían que lográramos, llamada "BUEN CONCEPTO"?

Bueno, yo lo conseguí, y les aseguro, me sirvió para luego de pasado un primer momento, hacer la mitad y recibir el doble.

Así y todo, hoy, siendo las 7 y media de la mañana, siento que no puedo presenciar una clase y aprender. No sé si voy a lograr, otra vez, levantar la mano, y decir "yo yo yo yo".

Mi Dios, qué insoportable debo haber sido.

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