PURMAMARCA, Jujuy.- Como si se tratara de un secreto bien guardado entre los cerros, Purmamarca parece un lugar donde ni siquiera las piedras de los caminos se han movido en años. A la hora de la siesta revela esa extraña costumbre que tienen algunos pueblos de incorporar como propio el ritmo de sus habitantes.
Cada casa y cada calle parece estar durmiendo el mismo sueño profundo y cansino de una siesta norteña. El sol de las tres de la tarde se mete sin pedir permiso en las grietas de los muros, entre las paredes resquebrajadas, rebota silenciosamente en la campana de la iglesia y se pierde detrás de las cruces del cementerio.
Un perro inquieto intenta cruzar la calle desierta, pero se arrepiente a mitad de camino y termina su siesta en medio de la calle. Está flaco y un tanto sucio, el collar multicolor le confiere un aspecto de payaso que inicia la decadencia. En el Día de San Roque, el santo de los perros, los pichichos de la quebrada de Humahuaca se visten de fiesta por única vez en el año. "San Roque, San Roque, que este perro no me toque", repiten los chiquilines mientras colocan cariñosamente el collar de trapitos que ellos mismos hicieron. Es la única nota de color en la calle que se empeña en teñirse con el mismo tono rojizo de los cerros.
A diferencia de aquellos lugares donde la clase media arrasa con todo aquello que le recuerde tiempos pasados, las casas de Purmamarca encuentran en ese pasado un motivo de orgullo y se muestran sin pudores y tal cual son. Aquí los ladrillos a la vista son de adobe, las tejas añosas están desteñidas por el sol, los jardines albergan grandes cántaros y bombas de agua. Cada patio guarda, en una esquina o en el mismo centro el infaltable horno de barro.
Los muros bajos y las puertas siempre abiertas hablan de una vida relajada y sin temores. Bajo un sombrero de ala ancha, arrodillada mientras trabaja en su jardín, Juana Vilte acomoda entre las piedras todo tipo de cactos, los mismos que crecen en los cerros. Con mucho más orgullo que resignación no intenta cambiar la naturaleza agreste, se acomoda a ella como pidiendo permiso.
"Estas casas son especiales, de alguna manera se podría decir que tienen vida -explica con tono pausado y marcando bien las eses-. Pertenecen a nuestras familias desde siempre, sus paredes conocen muchas historias y escucharon muchos secretos. Casamientos, nacimientos y muertes, aquí en el Norte las cosas realmente importantes suceden puertas adentro", señala remarcando a propósito la distancia que la separa de la gente de la ciudad.
Lo cierto es que cualquier familia de Purmamarca conserva objetos de familia muy antiguos, imágenes de santos, alfarería y baúles que muchos museos pagarían por tener en sus vitrinas. Con un dejo de amargura Juana recuerda a sus tías solteras, dos muchachas de 1920, que concurrían todos los días a misa en épocas en que la mantilla y la ropa oscura eran sobre todo una muestra de recato más que una imposición.
Caja de resonancia
El silencio de la siesta se interrumpe por un estallido que rebota en la perfecta caja de resonancia de los cerros. En la iglesia están entronizando la imagen de Santa Rosa de Lima, patrona del pueblo y las bombas de estruendo anuncian la ceremonia. Son tantas las fiestas religiosas católicas, y tantas las celebraciones collas que los estruendos se escuchan casi a diario. Los pobladores las escuchan y van mansamente al lugar de donde provienen, ya sea una procesión, entronización o una fiesta con la Pachamama.
En la iglesia, el cura y algunos fieles abandonaron por un día el ritual de la siesta y se entregan a otro ritual, el religioso, en una ceremonia que no tiene el menor dejo de solemnidad. Las pinturas oscurecidas por el hollín de velas encendidas a lo largo de muchos años parecen reprender con su mirada a los pocos turistas que impúdicamente toman fotos a todo lo que ven.
Los ángeles arcabuceros son los únicos testigos de procesiones y misas, confesiones y alguna persecución desde la fundación de la iglesia, sin que puedan contar nada de lo vivido. A un costado del altar, clavado sobre las blancas paredes, un paño rojo expone los exvotos, promesas de plata que a primera vista se confunden con simples medallas. Son brazos y piernas, hígados y riñones prolijamente enganchadas sobre el paño y que hablan a las claras de la dolencia que afectaba a los promesantes.
Una anciana entra lentamente y se acomoda en el primer banco de la iglesia, sujeta fuertemente el rosario entre sus manos. Los turistas que caminan y sacan fotos no parecen alterar su rutina diaria de oraciones y rezos.
Las vigas, el confesionario y los bancos son de madera de cardón , ese gigante que se recorta sobre las laderas apuntando al cielo como un tridente y cuya ausencia cada vez más notable no puede ser otra cosa que un mal presagio.
Cuando llegan las cinco de la tarde, se van abriendo poco a poco los postigos descascarados, los rostros soñolientos que se asoman a las ventanas se saludan y se invitan para la mateada de la tarde. La salida de los chicos de sus casas tiene sabor a huida, con toda la ansiedad contenida en las interminables horas sin salir y sin hacer ruido para no despertar a los mayores.
Las calles de Purmamarca se empiezan a poblar, dando un rápido giro al ritmo casi desierto de minutos antes, como si existiera un previo acuerdo entre los pobladores para salir todos a la misma hora.
Algunas mujeres arrastran una especie de carromatos cargados de todo tipo de artesanías listas para instalarse alrededor de la plaza central. Todas ellas tienen- invariablemente- grandes sombreros de paja que parece protegerlas más de las miradas ajenas que del sol. Sin poder desprenderse de la timidez pueblerina, ofrecen sus mercaderías simplemente, en completo silencio.
Al fondo de la calle, por detrás del cementerio -que casualmente es donde termina Purmamarca-, el cerro Siete Colores contrasta con el color uniforme de casas y calles. Los chicos juegan en sus laderas como si fuera un potrero, remontando barriletes que nunca se van a enredar en los cables.
Probablemente sea esta imagen y no otra la que se recuerde con mayor nitidez a través de los años. Así como Héctor Tizón lo escribió alguna vez: "Ningún paisaje, ninguna llanura o montaña, ni valle con laguna y árboles desiguales está en un solo sitio, son inagotables porque estuvieron y estarán en los ojos de cada quien se llevó consigo la visión de esta tierra, de este país salvaje y doblegado".
Fabiana Callejo
El toreo de Casabindo
Situado a 3337 metros sobre el nivel del mar, Casabindo es uno de los pueblos que guarda con más celo las tradiciones de los habitantes de la Puna.
Entre el 14 y el 15 de agosto se vive la fiesta más colorida y particular de la zona: El Toreo de la Vincha. A pesar de su nombre, la ceremonia no tiene las connotaciones sangrientas que implica la palabra toreo.
El 14 llegan los misachicos, procesiones desde distintos pueblos de la Puna, trayendo en andas sus santuarios, danzando al ritmo de la música del altiplano.
El 15, el pueblo se despierta con la salva de bombas que anuncia la última misa de la novena ofrecida a la Virgen de la Anunciación, patrona de Casabindo.
En la plaza de toros, la gente se va acomodando para presenciar el toreo que comienza a las 14.
Sale al rodeo un toro -que no es de lidia-, llevando en sus cuernos una vincha roja con monedas de plata tan antiguas como el mismo pueblo. Los jóvenes del lugar, siempre hombres, nunca mujeres, intentan sacar esa vincha para ofrendarla a la Virgen.
Una muestra de coraje y valentía para el disfrute de los espectadores, pero dedicada exclusivamente a la Virgen que presencia todo desde su trono.
Los pobladores de la Puna no están muy felices con la creciente afluencia de turistas en alguna oportunidad se han negado a torear ante la mirada indiscreta de cámaras y extraños.
Para llegar a Casabindo hay que tener en cuenta que el camino es de ripio y no es apto para vehículos ligeros, siendo aconsejable contratar algún servicio en Humahuaca o Abra Pampa.
Es una visita para hacer durante el día, ya que no existe alojamiento disponible, a excepción de la escuela que ofrece sus aulas para tirar la bolsa de dormir.
Esta escuela necesita, al igual que otras escuelas de la Puna, todo tipo de útiles y libros. Se pueden hacer llegar colaboraciones a: Escuela Cacique Pedro Quipildor. (4641) Casabindo. Provincia de Jujuy.
Para recorrer a pie
- Cómo llegar
Purmamarca se encuentra a 65 kilómetros de San Salvador de Jujuy, la ruta que se encuentra en plena quebrada de Humahuaca es segura aunque hay sectores de cornisa. El paisaje que puede observarse es imponente y la mejor hora para recorrerlo es por la mañana temprano, cuando el sol asoma por detrás de los cerros.
Austral Líneas Aéreas llega a San Salvador de Jujuy y el pasaje cuesta 310 pesos en banda negativa.
El servicio de microómnibus lo cubren entre otros las empresas Balut y la Veloz del Norte, las tarifas oscilan entre 60 a 80 pesos dependiendo del tipo de servicio. El viaje dura aproximadamente 24 horas, por lo que es aconsejable contratar un servicio con coche cama.
Para moverse en la quebrada de Humahuaca es casi indispensable un vehículo. Se pueden alquilar en San Salvador de Jujuy, o bien tomar alguna excursión que generalmente incluyen el recorrido: Purmamarca- Tilcara-Humahuaca y se hacen en el día.
- Dónde alojarse
Purmamarca en sí mismo es un lugar que se recorre en un día, pero para quien guste pasar la noche hay un par de familias que ofrecen habitaciones. Hospedaje Bebo Vilte , ubicado detrás de la iglesia y el Hospedaje Zulma (preguntar por la señorita Zulma),son hermosas casas contra los cerros.
- Dónde comer
Enfrente de la plaza central se encuentra el restaurante La Posta, un lugar muy agradable donde se puede almorzar, desayunar o cenar (antes de las 20). Locro, empanadas, tamales y humita son los platos que nunca faltan. Un almuerzo con vino o gaseosa, postre y café ronda los 12 pesos por persona.
Si el hambre no es mucho, hay algunos bares muy sencillos que preparan riquísimas empanadas por 50 centavos cada una.
- Qué comprar
Alrededor de la plaza central de Purmamarca se instalan varios puestos donde las mujeres ofrecen coloridas mercaderías. Los objetos se repiten en casi todos los puestos: cacharros, telares, instrumentos musicales y ropa. Los sombreros de fieltro (generalmente de procedencia boliviana) son de buena calidad y se pueden conseguir por 15 pesos.
Angeles del arcabuz en custodia
Toda iglesia del noroeste argentino, por pequeña o aislada que sea, guarda en su interior pinturas y esculturas originales de la escuela cuzqueña. Los ángeles del arcabuz, los arcabuceros, como se los llama habitualmente son pinturas que no dejan de llamar la atención.
Introducida en América a principios del siglo XVII, la técnica corresponde a la de las grandes escuelas italianas del renacimiento tardío, sin embargo adquiere características particulares una vez instalada en el Virreinato del Perú. Cuzco fue el centro de la actividad, donde los aprendices aborígenes repitieron la técnica agregando elementos propios. Los ángeles son guerreros, combatientes que luchan como defensores de los hombres contra los espíritus del mal.
Muy lejos de los querubines regordetes, los ángeles arcabuceros son hombres jóvenes vestidos con recargados ropajes a la usanza del siglo XVII, algunos portan arcabuces, llevan banderas, tocan el tambor o la trompeta. Algunos se muestran en actitud de descanso y otros en actitud de combate.
Se desconoce el porqué de la gran difusión que tuvo el tema angélico en esos años, lo cierto es que aún hoy se conservan gran cantidad de obras de diferente calidad, teniendo en cuenta que los artistas eran muchos y en los últimos años los ángeles se producían prácticamente en serie. Uriel, Yeriel, Gabriel, Hadriel, Rafael y Eliel son algunos de los nombres angélicos que se repiten en las pinturas del antiguo Virreinato del Perú.
En la Argentina se los puede observar en Yavi, Uquía, Purmamarca, Casabindo y Córdoba, entre otros lugares. Estas obras han sido recuperadas por medio de la actividad de la Fundación Tarea que se encarga del relevamiento y restauración.de las mismas. Algunas de ellas fueron presentadas en la exposición realizada en el Museo Nacional de Bellas Artes con el nombre Salvando alas y halos.