Juan,
Tu último post invita a reflexionar sobre un tema que muchas personas han vivido alguna vez: enamorarse de alguien que vive en otro país o lejos de la ciudad de uno.
Personalmente, me tocó experimentar algo así, aunque sinceramente no duró. Y tengo varias amigas y amigos que pasaron por la situación.
En la mayoría de esos casos no funcionó. Los que sí avanzaron, con mayor o menor éxito, fueron los tomaron la decisión temprana de vivir juntos.
Te dejo este video, a mi modo de ver, una maravilla. Describe la sensación del párrafo que sigue. Es impactante, no te lo pierdas:
Desde muy pequeños, pareciera que los seres humanos nos vemos sumergidos en un sistema que nos lleva a cumplir rutinas: cumplir horarios en el colegio, seguir esquemas de estudio, de comidas, de actividades al aire libre, de trabajo, de casarse y tener hijos. Desde niños, vemos a nuestros padres – que muchas veces llevan una expresión preocupada en sus rostros-, organizando nuestras vidas, sus vidas, toda la estructura social necesaria para mantener aceitado el engranaje que les toca hacer girar en esta tierra.
Creo que cuando encaramos nuestros primeros años de juventud, a muchos de nosotros nos invade una sensación muy contradictoria respecto al funcionamiento rutinario, social y sistemático de la vida. Y este sentimiento también penetra en el plano del amor.
Dentro de las rutinas, y al ver esos besos distantes de nuestros padres, ¿cuántos de nosotros no se prometió alguna vez que jamás dejaría de besar con pasión a su pareja? "Conmigo va a ser distinto, yo no voy a repetir", nos decimos.
La rutina es uno de los monstruos más terroríficos para la vida de muchos.
En el amor a distancia, creo que sentimos que podemos desafiar todos los clichés: desafiar las citas comunes, las charlas típicas, la clase de actividades, el acostumbramiento a los besos y el aburrimiento en la cama. El encuentro de dos culturas muy dispares nos invita a fantasear con un amor extraordinario. Y dado que aquellos que buscamos huir de las rutinas, amamos las mariposas y la adrenalina, ¿qué mejor solución que un amor a la distancia? (O sino un amante…… ¿No?)

Pero creo que hay mucho más que se esconde detrás de la elección. La mayoría de nosotros tenemos miedo a mostrar nuestras falencias, nuestras imperfecciones, nuestros hastíos; tenemos miedo a que se devele que también podemos tener muy mal carácter, que no siempre somos brillantes, que a veces estamos cansados, que a veces somos aburridos y que, como todos, nos descomponemos y somos un manojo de carne y huesos que apenas puede caminar hasta el baño.
Tenemos miedo al rechazo.
Cuando recién conocemos a alguien, solemos sacar a relucir nuestras mejores armas de seducción, nuestro costado más divertido, nuestras convicciones bien puestas. En definitiva, nos presentamos fuertes, seguros de nosotros mismos y atractivos. Si a eso le sumamos la sensación del roce de la piel, producto de un encuentro físico no concretado, ¡zaz!, sentimos una instantánea ilusión de enamoramiento.
Me ha pasado, y me parece que sucede en la mayoría de los casos, que llega un punto en el cual la magia de los primeros momentos cede el lugar a una nueva instancia en la cual nos solemos preguntar: ¿quiero conocer realmente a esta persona que tengo enfrente? ¿Me interesa involucrarme también con sus defectos, con sus rutinas, con su vida? Pero más aún ¿Me animo a que me descubra a mí, en mi esencia, con todo lo que ello implica?
Creo que muchas veces, en el caso de relacionarnos con una persona que vive lejos y que tarde o temprano sabemos que se va a ir, sentimos un alivio inconciente: no habrá rutina que me haga no quererlo o que logre que no me quiera.
Y después, con la distancia, es más fácil seguir idealizando los primeros momentos, ¿no?
Uno recuerda los instantes vividos con una sensación de adrenalina, las mariposas siguen ahí, y creemos que estamos ante algo distinto y que nos hace especiales.

Pero siento que inevitablemente después caemos en la cuenta de que el corazón y la mente ponen mucha energía en esa historia idealizada, en ese ser que nos inhibe de mirar para otro lado. Y los días pasan y falta el abrazo cuando uno está triste o la felicidad de compartir una caminata de la mano en silencio; un no hacer nada juntos "total, tenemos todo el tiempo del mundo".
En todos los casos que conozco, esos que duran más que el instante del enamoramiento y las primeras semanas de distancia, llega una hora en la cual hay que tomar una decisión. Uno de los dos debe alejarse de sus afectos, sus costumbres y su tierra, y al otro le toca recibir, integrar a sus seres queridos y a sus propias costumbres. Ambas tareas son muy difíciles. Lo sé de primera mano: mi padre es argentino, mi madre finlandesa. (Igual creo que ya no hablo del amor a distancia únicamente).
Y después, tarde o temprano, nos toca conocer la rutina.
¿Pero sabés qué creo? Creo que por suerte, después de esos años de primera juventud, descubrimos que eso no es tan malo. Es más, aprendemos a diferenciar la rutina de lo cotidiano. Lo cotidiano, puede tener mucha pero mucha magia dentro de los quehaceres ineludibles y reiterados de la vida.
Y siento que es en esa cotidianidad donde se devela toda nuestra esencia, y surge - o no - la verdadera aceptación.
Surge o no el amor más allá del enamoramiento, en definitiva.
Confieso que me encanta eso de sentir adrenalina, que me parece genial ese momento de prepararse antes de las primeras citas, que es increíble tener la sensación de que uno habla y el otro te percibe insuperable, y que es maravilloso sentir cómo el otro te desea y que pareciera que será por siempre.

Pero hoy me doy cuenta que si estoy con alguien que más allá de todo lo ideal, no le importa verme con cara de dormida e hinchada por la mañana, me sigue queriendo aún si me vuelvo a veces irracional, no se espanta si se me brotó la cara por los nervios, me sigue eligiendo para pensar algo tan rutinario como "qué comemos hoy" o algo que baja tanto la libido como "a quién le toca lavar los platos"…… Me doy cuenta que todo eso para mí, aunque suene casi ridículo, es más sublime aún.
Detrás de esa rutina, esa que me resultaba aterradora de más joven, se esconde el secreto que tenían mis padres y que hacía que más allá de todo se vieran felices:
"Te elijo en la realidad."
Y creo que se experimenta animándose a compartir la cotidianeidad.
Depende de nosotros construir la magia en esos momentos, esquivar las rutinas adormecedoras, y nunca dejar de perseguir nuestros sueños más íntimos.
¡Y sigo prometiéndome que aún de viejitos, siempre voy a besar con pasión a mi pareja!
Beso,
Cari
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