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Santiago se recorre a través de sus tradiciones

Un lugar manta: se lo murmura, canta y grita en la provincia; también se lo presume y adora; el quechua es mucho más que la lengua local: tatas y huahitas transmiten costumbres ancestrales.




SANTIAGO DEL ESTERO.- " Caballuta mana apis, burritapi púraj cani, castillata mana yachas, quichuallapi cántaj cani" , surgió un día de la pluma de Sixto Palavecino. No teniendo yo caballo, en burrita suelo andar, no sabiendo castellano, en quechua nomás suelo cantar. "Muy mucha gente habla el quechua en nuestra provincia", comentaba una santiagueña de la capital y, con el mismo fervor, decía: "Santiago Manta, Santiago querido".
En parajes del interior de la provincia se habla el quechua santiagueño. Se lo canta y grita. Se lo murmura y oculta. Se lo adora y desestima. Se lo presume y reconoce con vergüenza. Muchos tatas y mamas lo utilizan para retar a sus huahuitas o enseñarles algún arte ancestral familiar. Y también se lo estudia en la escuela.
El bilingüismo de Santiago del Estero está dentro de las personas. No se leen letreros en las rutas ni carteles publicitarios en aquella lengua. Tampoco los periódicos abandonan el castellano como idioma de cabecera y las radios transmiten mayormente en español. Pero el quechua está vivo, sobreviviendo al paso de los siglos desde que entró en su territorio y se desarrolló como dialecto del quechua cuzqueño, una deformación en el tiempo del idioma imperial incaico, el que Diego de Rojas, sus huestes y los yanacones habrían hecho entrar desde el Alto Perú.
Dos rutas principales conducen hasta la comarca más quechuista de la Argentina. La 34, que proviene de Rosario por el Sudeste, y la 9, de Jesús María, Córdoba, por el Sur.

Derrotero serrano

La 9 es la entrada más pintoresca a Santiago del Estero. La ruta roza un norte cordobés de sierras suaves y rocas antiguas cubiertas de vegetación más propia de la región chaqueña que del dominio del espinal.
A pocos kilómetros de dejar el límite de Córdoba, las radios de los camiones dejan de funcionar y las antenas de televisión de los pobladores no reciben señales con imágenes nítidas. Parece que los fenómenos radioeléctricos sufren desequilibrios frente a Villa Ojo de Agua. Y no es que las brujas regionales hayan accionado sus poderes, las que, en realidad, operan en noches de martes y viernes más al Norte, sino que la presencia de cristal de cuarzo en las sierras de Ambargasta y Sumampa, últimas estribaciones de las Pampeanas junto a Guasayán, al Oeste, lanzan una poderosa energía al espacio.
La 9 en territorio de Santiago del Estero podría recibir varias denominaciones, como ser Ruta de los Artesanos o la Senda de los Cabritos , porque hay mucho de ambos.
En Villa Ojo de Agua todavía no hay varias reminiscencias del quechua santiagueño, pero sí de los cabritos (es el chivo joven) y artesanos. La tonada suena más bien cordobesa y la marca del ser criollo, gaucha, está arraigada entre los habitantes del sur santiagueño. Gente de quehacer campesino que se dedica a la cría de ganado caprino o vacuno y que, como las actividades del campo demandan el uso del cuero, decenas de artesanos desarrollan el oficio de trenzar rebenques (taleros), rastras, frenos de caballo y otros elementos.
Sin obviar las ocurrencias del barbado de don Saires, que de huesos de osamenta es capaz de armar un confortable sillón y otras extrañezas, las que rodean su vieja y polvorienta chimenea, personaje que, además, conserva un supuesto bombo que tocaba Leo Dan cuando era adolescente.
Ojo de Agua ( Yacupa Ñahui , en quechua) es, quizás, el último enclave con escasos rituales paganos de la provincia. La fiesta de la Telesita, la creencia en la Salamanca, el Santiago de las leyendas y el velorio del angelito, la comarca quechua, el bolanchao (de mistol molido y enharinado con algarroba) y el chipaco (tortilla con chicharrón) se despliegan más al Norte, Este o Oeste, donde la artesanía del cuero deja lugar a la producción de mantas y colchas de las teleras bilingües de Atamisqui y Loreto, donde los ritmos del gato y el cuarteto se abren a la chacarera con irrefrenable pasión.

Camino de tradiciones

Más adelante comienza el quechua ñan , camino de tradiciones, fruto de la conjunción de grupos indígenas, los mulatos de la colonia y un amplio espectro de inmigrantes.
Villa Ojo de Agua está situada a 19 kilómetros de la frontera con Córdoba y es una pequeña población de 7000 habitantes que cuenta con hospedajes sencillos, una pintoresca capilla, la plaza central y un entorno serrano atractivo con cursos de agua permanente, que es mucho decir para ciertas áreas santiagueñas, dominadas por un clima semiárido. Se dice que en Santiago del Estero, en verano, hacen 45° a la sombra, pero en este paraje de la sierra a la noche siempre hay una brisa fresca y hasta fría.
"Todo aquel que viene a Villa Ojo de Agua busca el cabrito", dice un poblador. Y pedirlo al asador es la mejor ocurrencia aunque no se esté cerca de las dos pariciones anuales, la de mayo y diciembre. "Dice el folklore local que el cabrito más sabroso es el que nace con la Argentina, para el 25 de Mayo", acota otro nativo.
Un circuito de ripio va al arroyo de Cantamampa ( mampa es agua que corre), con área de acampe, balneario y senderos para caminar entre la vegetación y pequeñas quebradas de roca. Interesante es la zona de minas abandonadas de manganeso en Lomitas Blancas, hacia el Salar de Ambargasta, y otros rincones para visitar son El Cajón (30 kilómetros al norte por la ruta 9 frente a un cartel que dice El Zanjón) y la quebrada del arroyo Lescano, al sur de la villa.
En el momento de la despedida, las manos se estrechan y los artesanos de Villa Ojo de Agua dejan expuestas sus uñas largas, llenas de grasitud por el jabón con que tratan el cuero. Manos que renunciaron eternamente a su belleza en pos del arte creador.

Carril a Sumampa

Sumampa, nombre que se forma por súmaj (lindo, en quechua) y mampa , es límite sur de la zona de Atamisqui, Salavina y Loreto, regiones quechuistas de Santiago del Estero, lugares donde los longevos ni siquiera comprenden el castellano. "Los ancianos quechuistas nos echaban de sus conversaciones", dice una señora de Los Telares que no habla el quechua con fluidez, pero dice que se halla ancha sumajta , que la vida le sonríe. Incluso, dice el profesor Bravo estudioso de esa lengua: "A algunos árabes inmigrantes les resultó más fácil aprender el quechua que el mismo español. Y es divertido, a veces, oír a árabes y gringos hacer chistes y relatar cuentos en quechua, expresándose con agilidad".
Desviarse hacia Sumampa es una agradable opción. Allí se entremezclan la historia, la fe, la naturaleza, la presencia jesuítica, las históricas visitas de obispos, los resabios indígenas y los perfiles finales de la sierra de Sumampa, en una comarca otrora atestada de quebrachos, pero que entre 1922 y 1956 se encargaron de arrasarla, pelarla 40 kilómetros a la redonda desde la estación del ferrocarril de los ingleses, de la que se despachaban casi 4 millones de postes por año.
El viejo bosque de quebracho dejó lugar a la jarilla, la brea o el algarrobo, en una zona que se desarrolló con inmigrantes portugueses de apellido Vega, Cardoso o Sáa, el principal de ellos, expulsados entonces del Río de la Plata y que compartieron la región con estancieros españoles.
Como decenas de pueblos en Santiago del Estero, Sumampa desdobló su crecimiento, se abrió en dos, desplazó su futuro a unos kilómetros de distancia de sus raíces tentado por el progreso que resultaría de la traza del ferrocarril, el que les aplicaría, luego, el más sutil de los engaños con los ramales actualmente anulados. Sumampa Viejo y estación Sumampa, donde tiene lugar el pueblo pujante.
Es rica en vestigios prehispánicos. En la zona existen, desparramados cerca de las vertientes, cantidad de morteros tacana sobre la piedra granito que los indios usaban para moler los granos de chañar o la algarroba o preparar la mezcla de grasas, minerales y raíces para aplicar en los grabados de Para Yacu, Inti Huasi, de la cultura Sunchituyoj, que se ubica desde el 800 a.C. hasta la Conquista.

Devoción popular

En 1630 llegó a Sumampa Viejo una señora muy famosa que condicionaría su vida para siempre, hermana , a su vez, de otra más popular aún, moradora de la pampa húmeda. Es la talla de la Virgen de la Consolación de Sumampa, emparentada con la Virgen de Luján.
Cuenta la historia que el portugués Farías de Sáa mandó pedir una Inmaculada a un artista amigo de Pernambuco, Brasil. Para garantizar que una doncella llegase a Sáa, el brasileño envió dos imágenes, quedando una de ellas a la vera del río Luján y la segunda continuando su ruta hasta Sumampa Viejo. Se levantó para ella, en 1648, una bella capilla con ayuda de los jesuitas y los indígenas y, según agregan los relatos del pasado, se quiso varias veces trasladar la Virgen a otros templos, pero aquéllos siempre se derrumbaron. "La Virgen quería quedarse donde estaba", concluye un sumampeño.
La iglesia de Sumampa es muy visitada por fieles y cabritos que vagabundean en sus alrededores
Pero las curiosidades de Sumampa no acaban allí. Un poco más allá de la iglesia, muy visitada por fieles y cabritos que vagabundean alrededor de su fisonomía, se encuentra El Túnel, asilo de un relato minero-policial de novela.
A principios del siglo XX, guiados por una vieja cartografía de la Conquista confeccionada por miembros de la Compañía de Jesús, un grupo de hermanos afirma que la zona es rica en yacimientos auríferos. Obtienen el subsidio de una importante tabacalera porteña para la explotación, pero la veta de oro resulta realmente inexistente. Entonces, la ambición, la creatividad y la negativa por perder la financiación los lleva a comprar piezas de oro, fundirlas, dispararlas sobre la roca del túnel y enviarlas como si fuesen muestras de la sierra de Sumampa. La tabacalera sospecha, envía un espía que simula ser experto en explosivos y que descubre la maniobra fraudulenta y desbarata toda la operación.
Una historia para unos, un sacha relato para otros, pero que difícil de ser verificado alimenta con gracia una visita a la pequeña galería de 30 metros de largo, cuyos mineros, allá por la década del diez, se divertían haciendo tiro al blanco con las campanas de la iglesia, operarios que asimismo crearon, por años, un clima caótico en la comunidad.

Territorio feroz

Luego de que los sanavirones fueron asimilados por los conquistadores, mestizados, enviados a las encomiendas o trasladados a la ciudad de Santiago del Estero, la región fue ocupada en los siglos XVII y XVIII por los guaycurúes, provenientes del Chaco, los que poseían una belicosidad mucho más seria que la de los sanavirones, sus antecesores en la comarca.
Desde el cerro de la Cara del Indio, los abipones se mangrullaban en lo alto para observar el movimiento de la capilla y decidir el momento de arremeter un malón sobre los estancieros lusitanos, los que, a su vez, convocaban a la organización de malocas para enfrentar a los indígenas chaqueños.
Dice un escrito que "se cuenta del intento de los indios para robar la imagen de la Virgen, ya que ellos asociaban el triunfo en los combates por parte de los españoles en el hecho de que la Virgen los ayudara". Incluso una creencia afirma que los abipones, en un momento del siglo XIX, se enteran de que una señora tiene en su poder las llaves del santuario, la increpan pero la guaina se resiste. Los indios la levantan para trasladarla prisionera a sus tolderías, pero en el camino la mujer arroja las llaves al suelo. Y luego, la acción de la Consolación de Sumampa, porque a los indios se les aparece el ejército invisible de la Virgen, con un estrépito tal que hace temblar el valle, infundiendo terror a la horda salvaje en fuga, bajo el apremio inaguantable de un combatiente que nadie ve, pero cuya presencia abruma.
Un escrito jesuita de 1789 decía que los indios abipones cometían terribles atropellos en Sumampa, Las Barrancas y El Oratorio, llegando a impedir todo tráfico entre Córdoba y Santiago del Estero, y entre ellas y el Perú, hasta que en la segunda mitad del siglo XIX el coronel Fernández pacificase la región. Hoy, en La Lagunilla existen vestigios de ese ramal al Perú.
No muy distante está Paso de los Oscares, sitio propicio para la pesca de boga, corvina negra, tarariras y bagres, donde se puede acampar a la vera del río Dulce, a tan sólo cuarenta minutos del sencillo centro de Sumampa, donde no hace mucho se llevó a cabo la Operación Burro, programa de la Fundación Sisaya destinado a que las cuatro patas se mantuviesen fuera del pueblo para no comerse las flores que lo embellecían y que se tornó, chaina chaina , en misión imposible.
Más allá de Sumampa, el quechua ya ocupa un espacio mayor en la garganta de los santiagueños, cuyas almas "son mucho más lo que ocultan que lo que se ve en ellas", según dice el profesor Luis Garay, del Museo Histórico de Santiago del Estero. A partir de allí, el grito quechuista se esparce por el aire, se resguarda en muchas viviendas de Atamisqui, uno de los reductos de la cultura ancestral de la provincia, donde las teleras de origen indígena, sobre la ruta 9 o alejadas de ella, fabrican hermosos tejidos amparados en sus atávicas técnicas.
Desde allí se continúa hacia Santiago del Estero, la ciudad de don Sixto Palavecino, con mucho de historia para ver y también para escarbar lo oculto de este pueblo maravilloso, honrado, supersticioso, amante de la música y alegre, que tal vez supo integrar más de la Argentina los elementos hispánicos con los de la cultura americana.
Andrés Pérez Moreno

Un arte que tiene para cortar mucha tela

De generación en generación. Es el principal secreto de las teleras y el otro "es que el tejido esté siempre bien tirante", comenta una tejedora de Atamisqui mientras presiona el pedal de su telar de palo para cambiar la tela.
Demanda doce días, aproximadamente, el confeccionar una colcha de dos plazas de tonos naturales que va a ser vendida en alrededor de 120 pesos. Pero, según dice Renata, telera santiagueña: "El mayor trabajo es la preparación del hilo. Al llegar al telar ya está media colcha hecha".
Luego de la esquila sigue el proceso de selección de la lana, después continúa el hilado que se hace manualmente y de a uno. Seguidamente se confecciona el ovillo, la madeja y -más tarde- se aplica el lavado o teñido de la tela cuando se le quiere dar color. "Si el tejido va a ser blanco natural, se hierve la lana para quitarle la grasa. La lana que llamamos merina es la ideal para la fabricación de los trabajos en blanco."
Otro de los secretos de este arte ancestral, que se desarrolla principalmente en Atamisqui, Loreto y localidades vecinas, es el teñido por medio de tinturas naturales. "La que se extrae de la cáscara de algarrobo es de las mejores porque no destiñe. También sirve la del vinal. El proceso es simple: se hierven las cáscaras (de algunas plantas se usan las raíces), se cuela y por el líquido que se obtiene se empapa la lana".
Reconocer cada una de las partes del telar de palo (otro modelo es el que llaman mecánico) no siempre es tarea fácil, porque ciertas piezas sólo conocen denominación quechua: "Este es el guasama aisana -dice una telera experimentada refiriéndose a una barrita que tira el hilo para atrás-. Y a esto otro le decimos pintuna ". De una forma o de otra, los telares continúan su tarea en Atamisqui.

Llanto materno

Profiere un cuento regional que un grupo de sanavirones sentía curiosidad por saber de dónde provenía el yacu (agua) cristalina que corría entre las rocas de la región. Un día decidieron seguir su curso y prometieron no regresar a sus huasis (casas) hasta descubrir el secreto. Cuando Inti comenzaba a dorar la cima de los cerros, notaron que el arroyo se había secado, por lo que imaginaron que la Madre Tierra se había enojado por su curiosa osadía.
Entonces, la sequía acechó. Imploraron a sus dioses, pero Inti los castigó aúnmás con intensos rayos de fuego . Pero la Madre Tierra se apiadó y, enternecida por el llanto del pueblo, abrió los ojos y le brotaron lsorprendentes lágrimas: dos frescos manantiales, cristalinos, profundos. Los yacupa ñahui (ojo de agua) que le dieron el nombre a la localidad.

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por Redacción OHLALÁ!


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