Al fin, qué bueno volver a casa." El comentario, en inglés y entre suspiros, no tendría nada especial de no ser porque lo pronuncia un pasajero norteamericano mientras se acomoda en el 5A, ventanilla, de un vuelo Atlanta-Buenos Aires.
"Vivo en Mar del Plata hace dos años", amplía para el intrigado vecino del 5B. El Boeing 767 de Delta se prepara para dejar atrás la ciudad de la Coca-Cola y la CNN. La azafata le ofrece champagne o jugo de naranja y él pide en cambio una cerveza. Toma un trago aparentemente urgente y cuenta: "Mi mujer es argentina. Nos casamos, tuvimos una nena y vivimos tres años en Estados Unidos. Pero la situación allá no daba para más así que optamos por probar suerte en la Argentina. Fue lo mejor que podríamos haber hecho".
El norteamericano avanza en un relato que hasta hace poco era más propio de un inmigrante latino al norte del Río Bravo. "Cuando llegamos, éramos tres personas con un total de 300 dólares, pero en la Argentina se me abrieron muchas posibilidades y hasta me empecé a construir mi propia casa –dice–, algo que en Estados Unidos me parecía imposible."
"¿Realmente te encontraste ahora con un país en recesión?", pregunta el del 5B. "Tres de mis hermanos, en distintas ciudades, no consiguen trabajo y ya no saben qué hacer –es su contundente respuesta–. Yo no dejo de recomendarles que se vayan a otro país, les aseguro que no es tan difícil como parece. En realidad es muy simple. Sólo hay que atreverse a dar el salto."
Una prueba irrefutable de que no es argentino, ni de ningún lugar cercano, aparece cuando el hombre, que se dedica a la construcción, roza la actualidad política. "Creo que ahora voy a tener más trabajo con los créditos para la vivienda que Cristina empezó a dar", se ilusiona, aunque también critica, molesto y confundido, las restricciones a las importaciones, particularmente porque se endurecieron justo cuando estaba por cerrar un interesante negocio de comercio exterior. Se siente ajeno a las visiones extremas que nota a su alrededor respecto de ciertos temas así como tampoco entiende por qué resulta tan caro alquilar una maldita carpa en Playa Grande.
Casi diez horas más tarde, el avión desciende sobre Ezeiza y atraviesa una gruesa capa de nubes excedidas de lluvia. Ni siquiera es una mañana que necesariamente contagie optimismo. Pero el norteamericano locuaz lo ve diferente, igual que parece ver muchas otras cosas de manera diferente a la que las ven los argentinos: "Fue la primera vez que volví desde que estoy en la Argentina. Pero me sentí un extraño en Estados Unidos –cuenta con la mirada perdida en la ventanilla–. Extrañé muchísimo. Ahora mi hogar está en Mar del Plata, ahí es donde me siento bien, donde quiero estar con mi familia".
Sin cifras oficiales, en la embajada de Estados Unidos en Buenos Aires estiman que unos 26 mil ciudadanos norteamericanos residen actualmente en la Argentina.