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Tesoros de una Barcelona oculta

La capital catalana más allá de la típica postal, en un recorrido imperdible y alternativo




BARCELONA.- Cualquier viajero que se acerque a esta ciudad se encontrará, de entrada, con una versión oficial, patentada en dípticos y leyendas que reivindican su carácter multicultural, su vocación cosmopolita y una cultura milenaria. Bendecida por la naturaleza, la ciudad semeja un cuadro de los jardines del Edén. Más allá de su cúmulo de atributos, sus gestores han sabido venderla con una planificación cuidadosa del pasado y de la imagen de marca, y han desdeñado lo que pueda poner en cuestionamiento esta hoja de ruta, de cara a un potencial cambio de estatuto de metrópoli provincial a capital de Estado.
El pack incluye Las Ramblas, Gaudí, el Barça, el mar, la montaña y la cocina molecular, entre otros highlights de diversa cuantía. Las malas lenguas le adjudican el sambenito de parque temático, aunque este modelo no por sobreactuado es menos atractivo. Sin embargo, la ciudad ofrece otras caras, menos visibles, tan o más apetecibles que la tarjeta postal que se viene a corroborar.
Salón de Ciento. Proyectado en 1360, el Salón de Ciento es la vedette del complejo gótico del Ayuntamiento, con fachada renacentista hacia la plaza San Jaime, que oficia de casa de gobierno de la ciudad. Tras sufrir graves daños debido a los bombardeos por una revuelta obrera en 1842, hacia 1880 se encargó su remodelación al arquitecto Lluis Domènech i Montaner.
Exquisiteces en Queviures Murria

Exquisiteces en Queviures Murria - Créditos: Oscar Elías Auad

Esta sala albergó una de las instituciones más emblemáticas de la vida política de la ciudad, un consejo medieval que permitió que trabajadores y artesanos tuvieran el mismo derecho de voto que banqueros o terratenientes. Hoy es un espacio prodigioso, con arcos y vigas de madera, una combinación de innovación y tradición en consonancia con el espíritu que lo proyectó. Es además uno de los edificios ajenos a la medievalización del centro histórico, emprendida en las primeras décadas del siglo XX como operación de marketing urbano en el casco institucional de la ciudad, para dotarlo de nueva significación simbólica y de una apariencia antigua que hasta entonces no poseía.
Sinagoga Mayor. Si se sigue la estela del Barrio Gótico se encuentran los vestigios de la Sinagoga Mayor, uno de los emblemas del Call, la judería del siglo I, que aún conserva parte de la edificación original. Mide sólo 60 metros cuadrados -el máximo permitido era de 80, hasta poco antes del decreto de expulsión, en 1492- y conserva preciosas reliquias que recrean la vida del barrio en la antigüedad.
Torre de las Aguas. Construida en 1882 por el arquitecto Pere Falqués, es una obra histórica que encierra un fracaso monumental. Fue pensada para extraer agua potable, pero se ignoró que la cercanía del mar generaría filtraciones saladas. El empresario que financió la obra, deprimido por el desacierto, se tiró desde la punta de la edificación. Hoy es un punto de referencia para los vecinos, musa inspiradora de artistas y testimonio arqueológico de la industrialización de la época.
Casa Vicens y Bellesguard. La Casa Vicens, en el barrio de Gracia, fue el primer trabajo por encargo de Antoni Gaudí, poco antes de su graduación como arquitecto. A pesar de su belleza queda relegada del top five que atesora el padre de la arquitectura catalana. La casa fue construida entre 1883 y 1888, y el artista apostó por ángulos y volúmenes, aun ajenos a su etapa madura caracterizada por las formas onduladas.
Una paella en 7 Portes

Una paella en 7 Portes - Créditos: Oscar Elías Auad

Los mosaicos que adornan la fachada, con reminiscencias árabes, y la verja de hierro forjado le otorgan un encanto que le ha conferido la distinción de Patrimonio de la Humanidad. Pocos años después, Gaudí pegaría otro giro con el encargo de la torre de Bellesguard, al pie de la sierra de Collserola. La obra de piedra y ladrillo semeja un castillo de fantasía, con aires góticos y medievales y un interior de arcos, luz y formas de inspiración modernista. Al igual que el templo de la Sagrada Familia, la torre de Bellesguard también es un proyecto inconcluso de Gaudí, finalizado por Doménech en 1917.
Refugi 307 y batería antiaérea . Durante la guerra civil de 1936-1939, Barcelona fue una de las ciudades que sufrieron bombardeos aéreos indiscriminados y el gobierno republicano tuvo que improvisar la defensa, tanto civil como militar, en tiempo récord. En dos años se construyeron unos 1400 refugios, de los cuales unos pocos sobreviven como monumentos históricos. Uno es el refugi 307, en la confluencia de las calles Nou de la Rambla y el paseo de Montjuïc, descubierto hace poco más de quince años durante la demolición de una tienda de vidrios. Construido en 1937, fue una de las guaridas más completas de la época, con cableado, equipo electrógeno, enfermería, sanitarios y fuentes de agua que se nutrían de los manantiales de la montaña.
Del Turó de la Rovira, batería antiaérea del barrio de Horta, se podría inferir que es el mejor balcón de Barcelona, con vistas de 360 grados que permiten atisbar toda la ciudad. Sirvió como estratégica defensa en la resistencia ciudadana contra los ataques de la aviación alemana e italiana, aliados del ejército franquista. Hace poco más de un año, sus ruinas fueron rescatadas del olvido y el deterioro por el Ayuntamiento para convertirse en una cita obligada para curiosos y fotógrafos a la caza de las mejores panorámicas.
Anfiteatro anatómico. En el barrio del Raval, ex Barrio Chino, se encuentra el anfiteatro Gimbernat de anatomía, construido en 1760, joya oculta de la arquitectura neoclásica barcelonesa. La sala circular, de techo altos, cobija una mesa de mármol con desagüe por donde caía la sangre del cuerpo de estudio, ya que aquí se realizaban exámenes de cadáveres humanos que provenían de un hospital contiguo.
La Sinagoga Mayor

La Sinagoga Mayor - Créditos: Oscar Elías Auad

A la mesa la circundan las gradas donde se ubicaban los estudiantes y en primera fila, una hilera de sillones de madera labrada para las autoridades. Del centro cuelga una lámpara de muchos brazos y en las paredes, grandes ventanales con bustos que inmortalizan a los próceres de la medicina local. Desde 1951 es monumento histórico y artístico, pero aún es un secreto que comparten unos pocos avezados.
Biblioteca Arús. Es otra de las atracciones íntimas de la capital catalana. Hechiza por su eclecticismo y sus excesos, sin estilo aparente. La propiedad perteneció a Rossend Arús (1847-1891), autor de teatro y gran maestro francmasón, que dejó como legado una vivienda excéntrica y una biblioteca sobre su culto, anarquismo y literatura utópica. Laico convencido, una de sus mayores preocupaciones fue desvincular la masonería de toda reminiscencia esotérica. Fundada en 1895, la biblioteca es un catálogo de fragmentos de las obsesiones de Arús, mientras unas cenefas geométricas de inspiración helénica y una columnata jónica acompañan una réplica de la Estatua de la Libertad neoyorquina.
Casa Vicens, primer trabajo por encargo de Gaudí

Casa Vicens, primer trabajo por encargo de Gaudí - Créditos: Oscar Elías Auad

7 Portes. Como parte del valioso acervo masónico en la ciudad, se destaca también el restaurante 7 Portes, que recientemente celebró sus 175 años. Desde 1942 lo conduce la familia Parellada, emblema de la gastronomía local. Cobijó en sus mesas a Juan Domingo Perón, al Che Guevara y a Juan Manuel Fangio, entre otras celebridades.
Su gerente, Daniel Quer, explica que el 7 Portes nació "como casa de comidas para la gente del puerto hasta transformarse en el sitio de referencia de la cocina catalana, en la época en que el sello era de los restaurantes, no de los cocineros". La fórmula de su longevidad, a esta altura, presenta ribetes de osadía: cocina tradicional en porciones abundantes. Guisos, fondos, paellas, recetas de chup-chup, como se estila decir en la Ciudad Condal.
Otro de sus alicientes es el edificio, imponente, neoclásico, con pilastras elegantes en el bloque central, un interior repleto de símbolos masónicos, pórticos embellecidos con relieves confeccionados por escultores de la ciudad. El lugar fue el punto de encuentro de las hermandades secretas de la época de su edificación.
El Cuadrado mágico de la Sagrada Familia

El Cuadrado mágico de la Sagrada Familia - Créditos: Oscar Elías Auad

Una de las contraseñas vinculadas a la logia es el Cuadrado mágico de la Sagrada Familia , gran enigma que encierra la obra de Gaudí, ubicado en el pórtico, junto a El b eso de Judas . La obra pertenece al escultor Josep Maria Subirachs y se especula que el autor quiso aludir a la presunta filiación masónica del genio de Reus.
Muebles RAM. Mercadillo de pulgas estrafalario, esta tienda de muebles de segunda mano está en un antiguo garaje, a la vuelta del Mercado de los Encantes, y es una meca para freaks del interiorismo y curiosos de toda laya. RAM fue originalmente pensada para proveer a la industria del cine y del teatro de atrezzo de alquiler, pero con el tiempo amplió su mercado al público general. Sillas de estilo, vallas publicitarias, objetos inútiles, pero encantadores, trajes de época y parafernalia a la que la palabra vintage no le termina de hacer justicia.
El refugio 307, recuerdo de la guerra civil

El refugio 307, recuerdo de la guerra civil - Créditos: Oscar Elías Auad

Queviures Murria. En el refinado Paseo de Gracia se encuentra el colmado de delicatessen Queviures Murria, negocio que ofrece productos exquisitos desde hace más de cien años. Aceites, embutidos ibéricos, chocolates y conservas pueblan una tienda que ha sido distinguida con el premio FAD de mejor escaparate de la ciudad. En su fachada se exhibe una réplica del afiche de Ramón Casas, precursor del arte del cartel en la ciudad y figura del modernismo, para la marca Anís del Mono, reliquia del diseño español.
La tienda del espía. Un negocio vecino y de consumo exclusivo, que hace veinte años ofrece material para émulos de James Bond, paparazzi y voyeurs de la información confidencial. Allí se puede conseguir, entre otros adminículos, una cámara escondida en un llavero o un paquete de cigarrillos, anteojos de sol con espejos retrovisores, detectores de micrófonos. Además ofrece servicio de detectives privados, expertos en fuga de información, infidelidad laboral, robos internos y otro catálogo de pecados.
Vitrales Bonet. Como parte de la incursión comercial alternativa, la tienda Bonet es un número puesto. La empresa se dedica hace casi un siglo a la restauración y conservación de vitrales, vidrios grabados y vidrieras de hormigón. Proveedores de la obra inacabada de la Sagrada Familia, los Bonet se han dedicado también a nutrir monasterios, catedrales y obras de grandes arquitectos. Es uno de los pocos talleres que han sobrevivido al cambio de siglo.
Cementerio de Poble Nou. No hay ciudad moderna que se precie sin leyendas que reverberen en su cementerio. El de Poble Nou, barrio arrabalero, encierra buena parte de la historia de la ciudad del siglo XIX. El Cementerio Viejo, como se lo conoce, se ubica frente a una de las playas más populares entre la población joven, la Mar Bella, y al pasearlo se vislumbran distintos estilos arquitectónicos y esculturas con simbología inquietante. El beso de la muerte es una de sus tumbas más visitadas. La obra tallada en mármol de Jaume Barba es una calavera alada dándole un beso a alguien que acaba de morir.
Otra tumba reconocible es la de El Santet, un trabajador muerto prematuramente en un accidente en 1899, a quien se le atribuía el poder de hacer realidad los deseos de quienes le rezaban. Por ello, sobre su lecho se ha improvisado un santuario que reúne ofrendas como caramelos, cigarrillos y pastillas.
Pavellons Les Cols. Barcelona ofrece a los 7 millones de turistas al año que la visitan una amplia gama de hospedajes. Uno de los paradores que se salen de la métrica tradicional es el Pavellons Les Cols, en Olot, a 150 km de la ciudad, aunque el tirón merece la pena. Se trata de un establecimiento que intenta traducir en hostelería moderna el concepto de vivac , o dormir a la intemperie.
Judit Planella, su propietaria, lo concibió para sumar servicio a la oferta del Les Cols restaurante de su cuñada, Fina Puigdevall, que ostenta dos estrellas Michelín y se erige en la misma finca. Encargó el proyecto al grupo de arquitectos RCR, que emprendieron la búsqueda de un concepto que combinara el despojo oriental, el paisaje volcánico de la Garrocha y el refugio de montaña.
Como resultado, edificaron unos pabellones con una estructura de acero y cristal, además de láminas de butiral que impactan a primera vista. La estancia exige al cliente una reeducación en el uso de los espacios, cuya configuración es innovadora y rompe con los esquemas clásicos habitacionales, basados en una arquitectura anterior al siglo XX. El lavabo no es lavabo. La ducha no es ducha. El baño no es baño. No hay cama, no hay mesa, no hay nada. Sólo se trata de una experiencia inolvidable. Como lo es adentrarse en los tesoros de la Barcelona oculta.

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por Redacción OHLALÁ!


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