Un argentino en moto por la Ruta de la Seda
El contador Ramón Oliveira Cézar, de 56 años, ahora tiene mil anécdotas para contar: durante 45 días recorrió 12.000 kilómetros de Asia central en una Kawasaki Versys
2 de mayo de 2010
En Uzbekistán casi no hay, o no se ven, motos. Fue lo que descubrió Ramón Oliveira Cézar cuando se encontró con una multitud, todo un barrio más bien, que lo esperaba en las calles de Tashkent, la capital uzbeka. Nadie quería perderse la oportunidad de ver la Kawasaki Versys en la que este argentino de 56 años, cuatro hijos y alma peregrina recorrió en 2009 buena parte de Asia central.
Anécdotas como ésta tiene de a montones. No es para menos. Fueron 12.000 kilómetros y 45 días en el corazón de la antigua Ruta de la Seda, la red de rutas comerciales que se extendía entre Asia y Europa, y que hoy vendría a englobar -entre otros países- al grupo de las stán. Es decir, aquellas ex repúblicas soviéticas de las que sabemos tan poco, y que desde nuestra ignorancia occidental suenan confusamente similares: Kirguizistán, Uzbekistán, Kazakhstán, Tadjikistán...
"Son países bien diferentes entre sí. De arquitectura monumentalista algunos, de casas bajas y avenidas anchas otros. Paupérrimos como Tadjikistán, riquísimos como Kazahkstán. Que, dicho sea de paso, no tiene nada que ver con la imagen de retraso que transmitió la película Borat", ríe Oliveira Cézar, ya de regreso en la comodidad de su casa, en Retiro.
Inspiración y preparativos
Cosa rara ésa de volver a acostumbrarse a no estar encima de la moto hasta ocho diarias, a no cargar con 50 kilos a cuestas (entre herramientas, carpa, ropa y otros petates), a no saber, muchas veces, dónde pasar la noche.
Pero aun en las aldeas más remotas, en los pueblos más insólitos, siempre aparecía un guest house, una casa de familia, algún vecino dispuesto a alojarlo (e incluso a sentarlo en la mesa con toda la familia). Era simplemente cuestión de llegar, comenzar a golpear puertas y repetir, como un mantra: Miñe nushna kamnata, que en ruso significa algo así como necesito un lugar para dormir.
Porque el de Oliveira Cézar no fue un viaje improvisado, en absoluto. Además de analizar mapas, tramitar un sinfín de visas y permisos, hacer cursos de conducción y clínicas de motociclismo, leer y releer libros de historia y travesías por igual, este contador de profesión se dedicó a estudiar ruso, lengua franca de los territorios que atravesaría (con la excepción de Turquía).
El bicho de la Ruta de la Seda surgió, dice, de la combinación de su afición por los viajes, por un lado, y de su fanatismo por la historia, por otro. Lo desvelan especialmente las guerras griegas y persas, la helenización de Oriente, los relatos épicos de los grandes conquistadores, el mundo itinerante de aquellas caravanas que desde el siglo II a.C. intercambiaban mercaderías (de las cuales la seda era el principal producto de exportación chino), pero que también difundían conocimiento científico, cultural y religioso.
¿Y la moto? Lo curioso es que es una pasión que este viajero abrazó de grande, exactamente a los 50 años, cuando compró una Honda Shadow 600.
El asunto es que después de meses de estudio, planificación, marchas y contramarchas (imprevistos de último momento nunca faltan, como por ejemplo que Turkmenistán cierre sus fronteras por la fiebre porcina y haya que rediseñar el itinerario) llegó el día en que Oliveira Cézar despachó la moto en avión a Uzbekistán. Y desde allí, por fin, arrancó con la ansiada travesía.
Así atravesó aquel mundo de desiertos infinitos, cumbres nevadas y valles de silencio verde. Cómo se adentró en terrenos escarpados, allí donde no hay más que el viento que se escurre entre montañas, trepó a más de 4000 metros o sorteó rebaños de cabras en plenas autopistas. O cómo se emocionó con el caravanserai de Tash Rabat, en Kirguizistán, una espléndida ciudadela de piedra que fue refugio a comerciantes y peregrinos, allá por el siglo XV.
Desventuras y traspiés los hubo, cómo no. Desde errarle al camino ("me recontra perdí", escribiría más de una vez en la página que se ingenió para actualizar durante todo el viaje, www.rutadelaseda.com.ar ; ver recuadro) hasta desperfectos mecánicos de todo tipo y color, porrazos varios, lluvias persistentes e incluso una valija voladora que se desprendió del rack de la moto, vaya a saber adónde.
Peligro, burocracia
Pero nada, nada, se compara con el dolor de cabeza que significaron los policías, oficiales y cuanto uniforme se cruzó este motoquero en el camino. Lo más leve era que le exigieran los mil y un papeles y documentos, que después le pidieran prender la moto, tocarlo un poquito, escuchar el motor y, a modo de despedida, que le hicieran el inevitable comentario sobre Maradona.
Lo más grave, que lo retuvieran seis horas para cruzar una frontera (entre Uzbekistán y Tadjikistán), lo dejaran en calzones, le desarmaran la moto entera, le revisaran hasta lo que no tenía y, de paso, le confiscaran 250 dólares.
"Son países segurísimos. La inseguridad te la dan los policías y la prepotencia burocrática", dice Oliveira Cézar, resignado.
Resignación, justamente, aprendió a cultivar en los largos días de espera para cruzar el mar Caspio en ferry, por ejemplo, o para entrar en Azerbaiján (llegó un 24 y la visa entraba en vigencia el 26. Solución: tirarse a dormir en un muelle).
Anécdotas, al final de cuentas, que no lograron empañar ni por asomo el espíritu del viaje. Por el contrario. Oliveira Cézar está planeando su siguiente aventura, que será el año que viene, a lo largo y ancho de Mongolia. En moto, por si cabe alguna duda.
Del blog de la travesía, Oliveira dixit
- Cada vez entiendo menos a la gente cuando me habla de choque de culturas, o cada vez entiendo más que ése es el nombre eufemístico que le dan a sus prejuicios.
- La sorpresa fue descubrir que Azerbaiján es de los países más lindos que he conocido. Con sierras y montañas verdes y pueblos encantadores.
- Si bien soy un hombre sin dios, no por eso dejo de ser un peregrino. Sólo que en lugar de ir a los sitios de la fe lo hago a los de las obras humanas que me cautivan... (Tash Rabat)
- Dormir en una yurta es simpático, cada tanto, con mucho olor a lana mojada. Y como estás en el campo te puede pasar, como a mí, que de repente sientas una suave caricia de algún bicho trepándote por la pierna.
- Con este viaje aprendí que la educación europeizante que recibí no es más que una cortina de humo que sólo muestra y veladamente la mitad de la realidad.
- Hoy cruzaba Turquía y me maravillaba pensando en que todas estas distancias, enormes montañas y terribles climas fueron lo que debieron afrontar los ejércitos de Alejandro, Timur, Genghis, los persas, los romanos y varios más menores.