
Al empezar, todos sabemos que la carrera de modelo profesional tiene un tiempo de vida relativamente corto y que se da a una determinada edad, como es el caso de los bailarines: uno no puede querer ser Paloma Herrera a los 30 años. Y no es lo mismo ser modelo a los 16 años que a los 30 años. Algunas razones son obvias, como la belleza propia de la juventud, y otras no tanto. Por ejemplo, la mayoría de quienes comenzamos tan jovencitas llegamos a un momento en que nos cansa mucho exponer tanto nuestro cuerpo y todo nuestro ser. Por supuesto que en toda carrera profesional uno tiende a evolucionar y crecer, pero cuando se trata de una exposición constante puede volverse en contra.
Creo que por estos dos motivos, es bastante común que las modelos tengan diferentes negocios o alguna otra carrera de forma simultánea. Cuando me preguntan, siempre aconsejo a las modelos que recién empiezan que se esfuercen por no marearse y por buscar y hacer algo más que no sea sólo este trabajo, regla que se aplica más a los hombres porque es muy raro que la carrera de un modelo hombre llegue a ser la misma como la de una mujer. Una mujer puede trabajar pasados los 30, quizás sin ningún problema, como por ejemplo Kate Moss o Gisele Bündchen, modelos que no sobran pero existen e incluso así tienen sus propios negocios, fundaciones y aficiones muy bien desarrollados. Creo que buscar alguna otra pasión es fundamental también para poder vivir: este es un trabajo muy inestable y todos necesitamos un poco de rutina y estabilidad para ser felices. Además, esta es una carrera para aprovechar muchísimo: las modelos estamos tan expuestas a conocer a tanta gente, que en el camino van surgiendo diferentes propuestas, buenas y malas, y para distinguirlas hay que estar despierta. Algunas chicas se vuelcan a la actuación, otras a la música, otras son madres, otras son amantes... En definitiva, cuando llegás a la cima de la alta moda se abren infinidad de puertas y dependiendo de tus aspiraciones y de tus valores vendrán las elecciones, pero difícilmente quieras quedarte de brazos cruzados esperando al próximo desfile. En el intento podés ser devorada sin darte cuenta.
A los 19 años sentí ya el deseo de estudiar y hacer algo más que no esté relacionado 100% con mi trabajo como modelo. También porque vi muy de cerca mujeres que llegados los 30 años no habían estudiado o desarrollado algo propio y no sabían qué hacer. Imaginar esa situación me asustó. Me aterraba la idea de limitarme solamente a un trabajo muy finito y necesitar ser eso siempre, incluso cuando haya dejado de gustarme o de funcionar. Como siempre cuento, todos mis proyectos y negocios están relacionados con el mundo de la moda, porque también es algo que disfruto mucho, pero desde otro punto de vista y otras perspectivas que me hacen salirme del lugar del ego de modelo top. El año pasado creé mi propia marca y ya se vendrán avances al respecto, lo prometo. Mientras tanto, es el espacio en donde surge la inspiración y me encuentro con otros trabajos o proyectos que quizás por estar con la cabeza en uno solo no surgirían. Gracias a ser modelo también soy quien soy, me ha abierto infinitas puertas, como aprender idiomas y recorrer decenas de ciudades que quizás nunca las hubiera recorrido si no hubiera tenido la oportunidad de ser modelo. Aceptar que este trabajo no es para siempre a veces puede llegar a ser doloroso, está tan ligado a lo lindo que podemos ser que el ego se hace pesado y cuesta separarse de esa seguridad que te da lo estético. Pero hay que cortar, buscar adentro, bucear en los sueños, no creérsela porque así no funciona de verdad. Hay que buscar pisar la tierra y sentirla.
Un amigo, mucho más grande que yo, dice que la vida son momentos, que es como una colcha patchwork: muchos momentos diferentes atados unos a otros que forman uno grande (la vida), pero son diferentes y únicos, y a veces se repiten, pero incluso de manera espaciada. Pienso a la vida de modelo como uno (o varios) cuadraditos, pero no como toda la frazada. Y está bueno.

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