Un placer para el que sólo cinco sentidos no alcanzan
6 de mayo de 2012
El Caribe en general y sus islas más pequeñas en particular se disfrutan con los cinco sentidos. Y con algo más, porque su sensualidad va más allá de la suma de las partes bajo el constante clima de primavera-verano.
El mar es su esencia. Y cuanto menor es el tamaño del destino, por ejemplo, en el arco de las Antillas Menores, más cerca está el agua y todo lo que representa. Por eso Derek Walcott (premio Nobel 1992), que nació y vive en Santa Lucía, comparó la vida de los pescadores isleños con la Odisea de Homero. Escribió en su poema "Omeros": En lo profundo del mar, existe una isla con forma de cuerno con puertos verdes y profundos... un lugar de luz con valles luminosos bajo las nubes estruendosas... Sus montañas, que titilan por sus saltos, están inmersas entre bosques musgosos. Y el airón blanco hace anillos que acechan sus piscinas... un volcán, oliendo a sulfuro, ha hecho de ella un lugar terapéutico.
La noche aquí es muy grata no porque refresque demasiado sino por la brisa que acompaña a la luna. Y no hay que perderse la primera hora de la mañana: apenas se levanta el sol es formidable bañarse en sus aguas tibias y transparentes, y hasta olvidarse de la malla sin necesidad de una playa nudista. Luego, un desayuno con frutas tan ricas como el mango, la papaya, la guayaba, la piña y algunas que no conocemos, como la acerola, el anón o el zapote.
Tierra de celebridades
Es el momento ideal para no encremarse con pantallas protectoras. Supongo que así lo hacía, en La Martinica, en su niñez, Marie-Josèphe-Rose Tascher de la Pagerie, que luego sería Josefina y que le transmitiría a Napoleón su pasión por las violetas y los perfumes. Siempre se cita la carta de su enamorado emperador, que le pedía que no se bañara hasta que él llegara para reencontrarse con sus sabores naturales. Su propia hermana Paulina, cuya belleza comprobamos en la estatua desnuda de Antonio Canovas en la Galería Borghese en Roma, también estuvo en Haití y el cubano Alejo Carpentier retrató su presencia y la de su masajista Soliman en la novela El reino de este mundo.
No es casual que el Caribe sea el lugar ideal para las lunas de miel. Y que las celebridades sean visitantes frecuentes. Mick Jagger, por ejemplo, tiene una casa en el islote de Mosquito, de sólo seis kilómetros cuadrados (menos que nuestro barrio de Flores). Se la prestó a Paul McCartney para su tercera boda. Donna Karan tiene un centro de yoga en la diminuta Turcos y Caicos, que tuve la suerte de visitar (una vez más, ser periodista es la manera más divertida de ser pobre). Lo mejor del tiempo que vivimos es la democratización del turismo, que nos permite acceder a nosotros, simples mortales, a lo que antes eran paraísos exclusivos para otros.
El mar, ya lo dijimos, es una constante. Y cuando se termina el baño matutino, vespertino o nocturno, porque el agua siempre es cálida, caminamos con todo tipo de arenas. Las hay volcánicas, muy negras, y también doradas y blancas, de grano grueso o impalpable. Son una paleta de texturas y colores que hacen juego con la vegetación que nos envuelve como una sábana húmeda. Propia de un spa a la luz de velas aromáticas, para dejarse mimar por masajes con aceites vegetales.
Hay otro ingrediente fundamental para este exploratorio sensorial: la gastronomía. Si bien los frutos de mar son los dominantes, protagonistas en tantas tradiciones, la manera de prepararlos les da otro encanto, con influencias llegadas de Europa, Africa y Asia para sumarse a la sabiduría local de los indios caribes, arawaks, tainos o ciboneyes.
Un viaje fascinante para el placer y un desafío para comprender y valorar más el resultado, muchas veces dramático, de este encuentro que abrió el primer chárter de Cristóbal Colón en 1492.