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Un viaje por el Amazonas con Aladino como guía




Mi hijo Luciano me invitó a realizar un viaje al Amazonas peruano. Tomamos un vuelo de cinco horas hacia Lima y luego de una escala, otro hacia Iquitos, ciudad capital del estado de Loreto en el nordeste peruano, en las nacientes del río Amazonas.
Luego de pernoctar en una posada, a las 6 de la mañana nos pasó a buscar el coordinador en un taxi, para transitar cien kilómetros y llegar al puerto de Nauta, ciudad que se encuentra sobre el río Marañón, próximo a desembocar aguas abajo en el Amazonas. Nos esperaba un barquito con techo de hojas de palmera, con un motor pequeño fuera de borda.
Aquí se incorporó un timonel-motorista y una cocinera, ambos descendientes de nativos de la región; se cargaron los víveres y así comenzamos a navegar río arriba hacia la inmensa reserva natural Pacaya Samiria.
Envíe sus relatos de viaje, fotos, consultas, sugerencias y búsquedas de compañeros de ruta al Suplemento Turismo, diario la nacion, vía e-mail a LNturismo@lanacion.com.ar. Para una óptima recepción y publicación del material, los textos deben ser de unos 3000 caracteres y las fotos, de hasta 3 MB
Navegando varias horas aguas arriba vimos que este enorme curso de agua es una ruta fluvial importantísima utilizada tanto por pequeñas embarcaciones como por naves de gran calado. Así desviamos en un tributo del Marañón para continuar con el viaje; llegamos a una pequeña población llamada Santo Domingo, donde nos registramos para ingresar a esta enorme reserva. Continuamos viaje, siempre acompañados por delfines de agua dulce que con sus saltos y piruetas alegraban el paisaje. A ambas márgenes del río, la selva se extendía como un enorme manto verde. Apareció una población llamada Veinte de Enero y finalmente nuestro primer destino, el poblado llamado Buenos Aires, ambos habitados por nativos de la región. Esta aldea compuesta por unas pocas chozas, y paradójicamente con el mismo nombre de nuestro punto de partida, es el lugar donde vive Aladino, que sería nuestra mano derecha en el resto de la expedición.
Aladino posee una choza donde habita su familia y otra aledaña utilizada por nuestro grupo. Este hombre, como pudimos comprobar después, tiene un perfecto dominio de la jungla, conoce a la perfección su fauna y flora, y es como si tuviese un sexto sentido por el poder de orientación y visualización de las especies animales y vegetales que la pueblan.
Esa misma tarde con una piragua construida por él, navegada con remo o con la ayuda de un motor fuera de borda, según la necesidad, realizamos una excursión a una laguna cercana en cuya boca se concentra una gran cantidad de delfines. Antes de partir nos entregaron cuatro bananas, ya que el poblado tenía una mascota que a la brevedad conoceríamos. Salimos del pequeño muelle Aladino, Luciano y yo; cruzamos a remo el lecho del río para bordear la rivera de enfrente, que por supuesto poseía una vegetación exuberante; al poco tiempo de remar pausadamente, escuchamos unos gritos agudos que provenían de un pequeño mono negro que con gran agilidad nos seguía saltando a través de las ramas; no demoró en trepar a la embarcación y ante nuestra oferta comenzó a devorarse las bananas. Además demostró gran cariño, nos abrazó y nos tomó de la mano. Aladino nos contó que se llamaba Martín y que de muy pequeño había sido criado por una familia indígena de la aldea; sucedió que a medida que creció se volvió muy dañino, tenía por costumbre robar víveres, romper cosas y otras costumbres poco tolerables. Por todo esto lo trasladaron a la rivera de enfrente para que se integre con otras familias de su especie que habitan esta espesura. El pobre Martín nunca fue aceptado por sus pares: continuó identificándose con los humanos que pasan navegando cerca de la costa opuesta a la población, a los que les reclama comida y cariño.
Al día siguiente nos internamos en la selva, donde acampamos por cuatro días. Vivimos experiencias inolvidables, siempre con la guía del increíble Aladino. Vimos fauna y flora de todo tipo, navegamos por lugares casi impenetrables, hicimos caminatas por senderos, que sin la ayuda de este nativo nos hubiésemos perdido en la espesura. Pero todo tiene su fin y así ocurrió: navegando río abajo, llevando de tiro y atada con un cabo la piragua que tan extraordinaria utilidad nos dio, nuestro destino fue volver a la aldea Buenos Aires. El tiempo de retorno fue más breve que el de ida, ya que navegábamos río abajo.
Cuando giramos en un recodo del río me invadió la tristeza: por un lado dejar esa pequeña población en la que habita Aladino, al que quizá no vería nunca más, y por el otro, escuchar los aullidos de Martín, pobre simio paria que no encuentra su destino definitivo.
Por Máximo Cavallín
¡No se pierdan!

Olargues, de la época medieval

Llegamos en avión a Montpellier y, desde el aeropuerto, una hora y media más en auto hasta Olargues. Rodeada por el río Jaur, la región es conocida como Languedoc.
Olargues, como la mayoría de estos pueblos del sur de Francia, conserva la fisonomía y su historia medieval. Todos los 21 de septiembre organizan en sus calles la Fete Medieval (Fiesta Medieval).
Los habitantes se preparan para recibir a turistas colgando los banderines típicos de la época. Danzas, comidas y puestos en sus calles dan la mejor bienvenida. La mayoría de los lugareños está dedicada a labores en sus terruños y a conservar el espíritu que sus antepasados les han dejado como legado.
A Olargue se la reconoce desde la ruta por su torre feudal del siglo XI, ahora convertida en reloj. Fue una ciudad amurallada, que aún conserva parte de estos muros de piedra. En sus valles se lucen los cerezos, las plantaciones de higos, nogales y olivos.
El arte tiene su lugar donde varios artistas conservan su atelier; algunos como Sorgi, alemán de origen, pinta sus cuadros durante 6 meses al año y luego vuelve a su Colonia natal. O como la retratista Els Knockaert, belga radicada hace varios años donde instaló su Stage de Peinture Dessin et Portrait: hace por encargo retratos en óleo o lápiz, y además da clases de diseño.
La Plaza de la Mairie (la Municipalidad) es donde se reúnen los domingos los campesinos que vienen a vender sus productos: quesos, pollos, cerezas en almíbar, dulces?
Disfrutar del río Jaur es uno de los motivos que atrapa a muchos turistas, ya que se puede practicar varios deportes acuáticos. A las playitas del río se puede acceder en bicicleta, uno de los deportes de la zona.
También se puede aprovechar y visitar pueblos aledaños como Beziers y su catedral de St. Nazaire, monumental y muy bien conservada. Recomiendo almorzar en la Creperie unos ricos crêpes dulces y salados; el restaurante esta pegado a la catedral.
Por María de Gowland

Compañeros de ruta

Nueva York. Deseo conocer señora entre 40/50 años para compartir viaje a Nueva York y sus alrededores hacia fines de octubre por un período de 10 a 12 días. La idea es abaratar costos y tener ganas. Liliana. liliana241073@gmail.com

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