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Una road movie de cuatro meses alrededor de Jamaica

El director de Roots time, reciente estreno, y su película detrás de escena




Bob Marley podrá ser conocido en todo el mundo, pero no es mucho lo que se sabe fuera de Jamaica sobre la religión rastafari, que el cantante profesaba, más allá de su conexión con la música reggae y las cabelleras de dreadlocks de sus devotos.
Con escasos equipos y recursos, el argentino Silvestre Jacobi, de 28 años -con el mexicano Sebastián Hiriart y otro argentino, Hassen Balut-, filmó en la isla durante cuatro meses, en 2003, una película de ficción y un documental absolutamente artesanales para observar esta particular cultura que, entre otras cosas, aboga por el retorno de los negros a Africa. El resultado se estrenó, el jueves último, en los cines porteños con el título Roots time, y muestra a dos rastas en un Hillman de los años cincuenta, que es una disquería itinerante, por el interior de Jamaica. Es lo que se llama una road movie (película de ruta o de viaje). Sin embargo, la verdadera aventura fue filmarla.

-¿Habías viajado antes a Jamaica?

-Nunca. Ni tenía ningún contacto. Aterrizamos en Kingston como paracaidistas, pero con cámaras, notebook, trípodes, luces Dejamos todo en una casita barata que alquilamos y viajamos dos semanas por toda la isla para terminar de pulir el guión, buscar personajes, locaciones... Tuvimos suerte: llegamos justo para el 23 de julio, el Día de Haile Selassie, cuando los rastas recuerdan a su gran líder, por lo que había todo tipo de celebraciones. Por ejemplo, en la Universidad de las West Indies las tres grandes casas de los rastas, los nyabinghi , los bobo ashanti y las Doce Tribus de Israel debatían sobre la unificación. De ahí surgieron un montón de contactos, como Jah Bull, que sería uno de los protagonistas de la película. Como decía, tuvimos suerte y también un grupo de gente que nos protegió, pibes jóvenes, a los que les llamaba la atención que fuéramos rubios, pero no gringos, que viniéramos de Sudamérica, de donde era el Che Guevara, esas cosas... Por ahí al típico mochilero europeo le resultaría más difícil entrar.
-Es un país con fama de complicado para el extranjero...
-Hay que ir tranquilo, con perfil bajo. Nosotros nos dejamos la barba, tratamos de no llamar mucho la atención, aunque eso sea difícil para un blanco en Jamaica. Farmer Roots, por ejemplo, también actuó y era un rasta más duro, de la calle. Tenía una pelota en un brazo porque le habían pegado un tiro y andaba todo el día con un machete de este tamaño. Pero nos entendimos y gracias a él nos pudimos meter en los barrios bajos. Hablo de Kingston, el lugar más peligroso, donde hay toque de queda cuando combaten la policía y los narcos. Sebastián una vez quedó en medio de un tiroteo... Al salir de Kingston el panorama y las personas son otros.

-¿Cómo sumaban gente al proyecto?

-Había que ir de a poco. Antes que contarles de tu película, tenías que dejar que te conocieran a vos y de dónde venías. Los tipos son muy perceptivos. Se dan cuenta si decís la verdad o no. Después, sí, les podías hablar de proyectos o guiones. Entonces la clave era demostrarles que finalmente funcionarías como una herramienta para transmitir su mensaje. Afortunadamente, la cultura rasta es extrovertida, trata todo el tiempo de expandirse.

-¿Convivieron con grupos más cerrados?

-Estuvimos seis días con los bobo shanti, que serían los más ortodoxos. Viven en la montaña, se levantan a las 3 y rezan hasta las 11... Nos dejaron filmar gracias a una punta que conseguimos en la Universidad. Si no, no entrás ni loco. Tuvimos que ir a una comisaría cercana, llamarlos por teléfono (¡usan celular!) para que nos vinieran a buscar y nos escoltaran. Tienen casitas de madera muy humildes, huertas, y fabrican cosas, como escobas, para vender.

-¿Alguna situación violenta?

-Cuando estuvimos con los nyabinghis , los rastas más combativos, en una de sus ceremonias de tambores, que evocan el latido del corazón. Gritaban cosas como ¡Quemen al imperio blanco! ¡Quemen al Jesús blanco! Más que nada los jóvenes, no los viejos, que sólo observaban a la distancia. En un momento se acercó una especie de líder y nos dijo: Acá muchos no los van a recibir bien, pero si quieren pueden quedarse . Yo quería que el final de la película mostrara una ceremonia nyabighi, así que aunque no pudiera filmar, iba a registrar el momento en la mente. Había fuego y unos quinchos octogonales y todos estaban vestidos con túnicas blancas y fajas con los tres colores típicos, rojo, verde y amarillo Nos quedamos ahí sentados, con la mirada baja sin contestar jamás. Pero a Sebastián se le acercó uno, le arrancó un aro de la oreja y le pegó una trompada diciendo "¡Acá no se usan aros!" Eso generó toda una discusión entre ellos porque finalmente, radicales o no, los rastas quieren la paz. Pero, bueno, la presencia de dos blancos les generaba contradicciones.

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por Redacción OHLALÁ!


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